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Reportaje:

Por las nubes

La pasión por ver mundo de los que trabajan en compañías aéreas

Durante más de 20 años, Bárbara Oltra ha convivido con la ingravidez que se adquiere trabajando de Ícaro con motor. Conoció una compañía, Iberia, empeñada en unir cada día más puntos del mapa, disfrutando de una camaradería y unos privilegios que han pintado a las azafatas como mujeres de mundo. Hace poco se retiró porque su hija le pidió que pasara más tiempo con ella. Guillermo López es parte del 35% de azafatos que trabajan en una ocupación casi siempre femenina, que acaba de llegar a la profesión a falta de otro empleo y para ver mundo.

En plena década de los setenta, vestidas de azul, elegantes, políglotas, siempre bien arregladas y muy sonrientes, taconeaban por los pasillos de los aeropuertos en una interminable ida y vuelta a las principales capitales europeas, cuando no se embarcaban en la excitante aventura de cruzar el charco."Como, por fortuna, los vuelos no alcanzaban más frecuencia que la semanal, podías pasar una semana de vacaciones en pleno Caribe con una tripulación entre la que se encontraban tus verdaderos amigos", dice Bárbara.

Asiduas clientas de las célebres duty-free, no había último grito en perfumes o crema hidratante que se les resistiera. "Incluso cuando viajabas a Nueva York", comenta esta exazafata, "te dedicabas a recorrer museos o asistir a estrenos de cine y teatro. Al volver a Madrid, es como si se te hubiera parado el reloj".

Estamos ante una atractiva azafata enamorada de su trabajo hasta la médula. Retirada hace tres años, después de más de veinte de profesión, "por petición de mi hija, que quería verme más", añora aquellos tiempos que hicieron real el sueño de su vida: estar dentro del avión mientras éste hendía las nubes.

"De niña, miraba al cielo cuando lo oía pasar y decía: 'Quiero ser azafata'. Ahora sigo volando porque me encanta viajar y conozco el mundo casi entero, a excepción de los países orientales. Cuando voy en avión los compañeros me dicen: 'Se nota que has sido azafata por la poca guerra que das". Ha conocido más de tres uniformes en una plantilla que no superaba los 800 empleados frente a los 4.000 de hoy.

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Superpilotos

Bárbara también ha sido consciente del cansancio que acecha a los aeronáuticos. "Sin ir más lejos, las estrías de mi cara", comenta con tranquilidad. Los problemas circulatorios que acarrean los cambios de presión, el famoso jet lag o desfase horario de los vuelos transoceánicos, el disfrutar de un tiempo libre invertido... "Por cierto", apunta la ex-TCP -tripulante-cabina-pasajero-, "fíjate si influye el famoso jet lag que el propio presidente de Estados Unidos espera a recuperar sus horas de sueño antes de firmar cualquier documento. Desde que lo sufren los ejecutivos ya han inventado una medicina que lo puede curar".

Bárbara no escatima piropos hacia sus antiguos compañeros de vuelo. "Los actuales pilotos no deben molestarse si yo cito a un grupo de excelentes profesionales de los años sesenta, apodados los Bramanes, por su pericia. Con ellos se desconocían los problemas. Ni técnicos, ni laborales, ni con los pasajeros... Una superraza", explica con entusiasmo.

Ahora, el joven Guillermo López es parte de ese 35% de azafatos que han llegado un poco después a un trabajo escrIto siempre en género femenino.

Yo quería ser periodista porque me encanta escribir, pero tuve que matricularme en filología francesa", dice Guillermo. "Estudio porque me gusta hacer más cosas que volar, pero de momento no creo que vaya a dejar el avión. Todavía no he tenido tiempo de recorrer el mundo. Ahora los vuelos son más rápidos, vas y vienes en el día, llegas a Lisboa y apenas te da tiempo a otra cosa que no sea comprar vino verde. Otras veces no piensas más que en el hotel, la cama y la ducha, pero me encanta el trabajo".

Guillermo y Bárbara disfrutan cotejando las etapas que les ha tocado vivir. Dominan la jerga aérea con maestría cuando, el uno al otro, se preguntan por el DC-9, MD-87, jumbo, DC- 10, Boeing 747 y otros pájaros.

Ella defiende la seguridad del avión frente al automóvil. Él reconoce que "siempre se puede tener un poquito de miedo pero se controla perfectamente porque estás ahí para procurar el bienestar de los pasajeros, que, en ocasiones, precisan de tu calma. Fuera del trabajo hay que cuidar mucho a los amigos, porque no siempre coincides con ellos y para mí el tiempo libre es sagrado".

Algo más que refrescos

Ambos sonríen recordando las anécdotas de aquella disparatada película, Aterriza como puedas, y ampliamos la broma con tantas y tantas parodias en torno a la famosa demostración de normas de seguridad dentro del avión. "Me parece muy bien, pero la gente debe atender por dos razones", comenta Bárbara. "Una, el respeto. Otra, su propia seguridad". Rotundos, reivindican no estar allí "sólo para servir refrescos".

La psicología les enseña a anticiparse a las reacciones de la gente. Sabiendo que el alcohol triplica su efecto en una cápsula que surca los cielos a 10.000 metros de altura, y a pesar de que el aire se renueva cada tres minutos, "tienes que ver a quién quitarle la copa o darle una más para conseguir que se duerma".

Y también combatir la cleptomanía del turista, que limpia demasiado las bandejitas del almuerzo y camufla en su equipaje de mano pastillas de jabón, almohadas y mantitas de viaje. ¿Qué hacer? "Naturalmente que nos damos cuenta", asegura Bárbara. "Una vez tuve que pedir por megafonía la devolución de los cubiertos de metal, porque no teníamos para la vuelta".

Sin ser expertos en economía, ellos saben cómo debe apretarse un cinturón.

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