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Tribuna
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El rumbo de los dragones

La opinión pública española viene mostrando un interés preferente por conocer los cambios políticos y económicos del este europeo. Interés que no se ha repetido, al menos con la misma intensidad y frecuencia, en relación con las transformaciones institucionales y económicas del continente asiático.Resulta que, por efecto de la interdependencia, el proceso de apertura política y liberalización económica se ha propagado más allá del Viejo Continente, abarcando un conjunto de países cuyo horizonte socioeconómico es distinto al nuestro. Otras naciones ya consiguieron sus credenciales capitalistas hace mucho tiempo y no por ello dejan de evolucionar en virtud de sus propias fuerzas internas, fuerzas que reclaman un nuevo marco de convivencia.

Hemos de distinguir, al considerar las transformaciones del Extremo Oriente, entre países defensores de la libre empresa y aquellos que giran, con mayor o menor firmeza, dentro de la órbita socialista.

Examinemos, dentro del primer grupo, una serie de países cuyo crecimiento económico resulta tan enorme como acelerado. Son los dragones del Pacífico: Taiwan, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong. Dos planteamientos, comunes en todos ellos, ayudan a explicar -al tiempo que desmitifican- semejante crecimiento. En primer lugar, la población valora el bien común a precio de oro, por encima del interés particular. No es de extrañar, pues, que los poderes públicos utilicen el socorrido argumento de las prioridades nacionales, bien para galvanizar a la clase empresarial en momentos de debilidad económica, bien para moderar las reivindicaciones laborales. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, existe la convicción de que los objetivos económicos se anteponen a las necesidades sociales.

El modelo Japón

De igual modo que la Filosofía budista reconoce tres estadios diferentes en el ser humano -el lego, integrado por el común de la gente; el dragón, siendo un estado transicional propio del candidato a la ordenación, y el monje, que está comprometido con la perfección o excelencia-, también nuestros dragones han escapado del subdesarrollo y, tomando a Japón como modelo, persiguen la consecución de una economía hiperdesarrollada.

Singapur quiere convertirse en la primera base del sureste asiático, fuertemente vinculada con la investigación y el desarrollo tecnológico. Así se perdería esa imagen, hoy día un tanto peyorativa, de isla manufacturera y de ensamblaje. Esta ciudad-Estado, con algo menos de tres millones de habitantes, no puede sino resignarse a un crecimiento limitado, tanto por sus reducidas dimensiones como por la insuficiente mano de obra y escasez de agua. Ahora bien, si prospera el plan de cooperación económica recientemente bautizado como el triángulo del desarrollo, quedarán resueltos (en todo caso, paliados) tales problemas. En virtud de un convenio entre Singapur, Malaisia e Indonesia, se combinaría la tierra, la mano de obra, el agua y el gas del Estado malaisio de Johore con el capital humano y financiero del vecino Singapur. Por su parte, la isla de Batán, en Indonesia, aportaría abundante mano de obra, cuyo coste es comparativamente menor. De esta forma, Singapur haría frente a la competitividad del exterior al tiempo que las otras dos naciones disfrutarían de una valiosa renta de situación.

Mas lo que llama la atención es el fuerte contraste entre desarrollo económico y subdesarrollo político allí existente. Singapur carece todavía de libertades políticas plenas. El derecho de huelga aparece sensiblemente recortado. El tráfico de drogas está penado con la muerte y el mantenimiento del orden público descansa sobre la represión. Es de esperar, no obstante, que el sucesor del primer ministro Lee realice el verdadero tránsito hacia un régimen democrático de gobierno.

La unidad de Corea

Corea del Sur ha seguido los procesos de unificación alemana y yemení con gran expectación. La unificación coreana proporcionaría beneficios mutuos en ambos lados de la frontera. Corea del Sur aprovecharía las materias primas y la mano de obra barata de la República Popular. Ésta recibiría, en cambio, tecnología y capitales del Sur. Bien es verdad que la unificación coreana no puede verificarse tan rápidamente, de forma similar a la germana, porque falta todavía una conciencia unificadora entre las dos poblaciones. Todo ello sin contar que hasta hace escasos meses apenas existían intercambios voluminosos, practicándose en muchas ocasiones el trueque, al carecer el vecino del Norte de divisas fuertes. Con todo, las zonas de libre tránsito por periodos determinados, las celebraciones deportivas o los intercambios culturales han contribuido a reducir recelos mutuos ' no pocos de los cuales se encuentran fuertemente anclados en el pasado.

Hong Kong está dando una imagen muy peculiar. Parece un gigante que sufre de vértigo ante un futuro cuajado de incertidumbres. Y no sólo el capital está atravesando momentos de inquietud, es que ya se ha contagiado a todas las capas de la población. Las autoridades chinas temen además una masiva fuga de cerebros, lo cual no parece una insensatez, pues, teniendo como principales pertrechos el dominio de la lengua inglesa y amplios conocimientos técnicos o profesionales, muchos expertos van a encontrar toda suerte de facilidades para afincarse en otras latitudes como Singapur.

¿Cómo encajará Hong Kong su integración en China? He aquí la pregunta que muchos formulan. Sin embargo, hay motivos para vencer el pesimismo. Una vez se garantice el reconocimiento y tutela de las libertades económicas en este pequeño emporio, China -especialmente su economía- habrá puesto rumbo a Hong Kong y, desde luego, no a la inversa.

Alfonso Ojeda Marín es profesor de Derecho Administrativo en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid.

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