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Reportaje:EL GOCE URBANO

Gallegos y australianos... primos hermanos

Se llama Luis Camilo Argómedes Rodríguez y se hizo con el alias de Azuquita en buena parte por su concienzuda dedicación a una salsa endulzada y, sería injusto ignorarlo, por la maña con que adopta la postura exacta del consumado seductor. Hombro adelantado y unas manos cuyas palmas blanquecinas miran al techo con generosidad. Un paso siempre adelante, como en un tris de conseguir lo que más se desea. Camisa enjaretada y pajarita, listo para plantarse ante el altar. Este moreno nacido en la panameña ciudad de Colón ha hecho de Francia el escenario de sus éxitos. Se ha codeado con los más grandes: Charlie Palmieri, Willie Colón, Tito Puente, Ismael Rivera y el difunto Bob Marley. Podía haberse quedado, como casi todos, en Nueva York, arrastrando notas para viento y percusión por la densa 42 de Manhattan, o vivir de la dulce inspiración de Borinque, pero optó por exportar a la vieja Europa su ¡Azúcar a granel!, intentando que los finlandeses aprendieran a saborear un guaguancó. Porque para Camilo Azuquita, la música llega al paladar. "El sonido de la salsa sabe a caña". Su canción Como si nada ha sido la más solicitada en el último año por los asiduos al Café del Mercado. Allí estará Camilo Azuquita los días 13, 14, 15 y 16, en pases de medianoche y dos de la madrugada. Los habituales sabrán de las aglomeraciones del fin de semana, por lo que convendría que, en un esfuerzo telepático, el público acordara repartirse para bailar en algo más que un baldosín y ahorrarse los incómodos sudores que los seres humanos nos regalamos en casos como éste.

Ocho bailarinas

Ellas no serán las únicas mujeres en escena el próximo jueves día 14. En el teatro Pradillo, jovencísimo lugar nacido para muchas cosas, se presenta un encuentro coreográfico titulado Ocho mujeres, de jueves a sábado a las nueve de la noche. Ellas son Virginia Díez, Teresa Nieto, Blanca Calvo, Carmen Werner, África Morris, Sayi Kazumi Saji, Herminia Benito y Blanca Gutiérrez. Ni son hermanas ni buscan ocho novios, sólo quieren bailar. Media hora después, más chicas en el Ya'sta. Los perfeccionistas optarán por la corrección ortográfica, pero ellas igual son Víboras Vívoras. Importa más el ruido que son capaces de organizar a ritmo de rock and roll.Un día después, viernes 15, llegan a Madrid New Model Army. Mientras la banda nacida en Bradford en 1980 sale al escenario, luciendo camisetas que dicen "Sólo los estúpidos bastardos toman heroína", el peculiar criterio de la filantropía oficial censura las letras de su primer elepé, titulado Vengeance. ¿Será bastardo una palabra malsonante? New Model Army actuarán el vienes en la sala The Revolver Club en el horario que se considera habitual.

En el Círculo de Bellas Artes comienza un homenaje a la figura de Gonzalo Torrente Ballester, y en la sala de exposiciones de la primera planta se inauguraba la pasada semana una muestra fotográfica titulada Desde el fin del imperio, compuesta por la obra de nueve fotógrafos australianos. Terence Maloon, comisario de la muestra, ha dejado muy claro que su proyecto nos llega un año antes del 92. Más coincidencias: pensamos en Australia como un lugar donde la naturaleza no ha sabido escatimar. Un sitio donde los españoles, especialmente los gallegos, hubieran emigrado más si hubiera habido más mujeres. Ciudades y playas donde la gente es alta, guapa y hace surf. Un país alejado hasta ser sólo a medias real. Igual que una leyenda. Y eso tiene mucho de gallego. Por eso los retratos australianos y el homenaje a Torrente Ballester no son ninguna descabellada coincidencia. El propio premio Cervantes explicará su obra mañana a las ocho, debatirá con Carmen Martín Galte el miércoles a la misma hora los avatares de escribir en los cincuenta y, por fin, detallará, junto a Luis Landero, el próximo jueves, Cómo se hace una novela.

Los gallegos marchaban a las Américas por una cuestión de pasta, léase dinero. Los argentinos venían a España por idéntica razón. Pero en este caso la pasta venía con ellos, y además se come. Sabemos que el restaurante Tía Dolly se llama así "por una cuestión sentimental", cuenta su propietario, Délfor Castro. Se trata de un local acogedor, como casi todo lo pequeño, donde expertos y glotones coinciden en decir que puede degustarse la mejor pasta de la ciudad. Sin más lujos que la etiqueta de hecho en casa. "Excepto los espaguetis, hacemos todo aquí. Las artesanas son mi mujer y mi hija. El otro secreto es el punto exacto de cocción. En Argentina se aprende mucho sobre pasta". Atención a los raviolis y la salsa de pesto. Los vinos también son del Cono Sur. Han adoptado la costumbre española de alargar el mediodía y respetan educadamente la sobremesa. Tía Dolly está en Amparo, 54. En pleno Lavapiés.

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