La defensa de Madrid
En Madrid hace diez años que no pasan cosas tan concretas. Antes, cuando sonaba una alarma, no era sólo una ambulancia, y hubo una vez un circo que dejó un reguero de pólvora en el techo de la ciudad. Mojado ahora el terreno por el tiempo y convertido en conmemoración lo que fue un disparo a la escayola, Madrid recupera la perplejidad de ser una ciudad tranquila en la que los lecheros tocan con los nudillos como si hubieran llegado con nieve en las manos. No pasa nada, nunca pasa nada, decía Alfonso Sastre. Agoreros del estupor fabricaron sañudamente la imagen de una ciudad peligrosa y astuta, en la que te robaban la cartera y te sacaban la pistola, la navaja o el insulto y te dejaban tirado de madrugada en un esquina de nadie.No es verdad. A Madrid le han dado tantos golpes como letras y la han dejado alguna vez maltrecha y cantando con un hilo de voz. Madrid, Madrid, Madrid. La noche ha sido recientemente fría y se han llenado los bares pobres de gente que se calienta con vino y en aquellos reductos de la riqueza especular las señoras se miran el rímel como si estuviéramos a punto de cerrar el cabaré. Se estrenan películas y la gente pasea en medio de la nieve con la seguridad de que el lechero les va a resolver mañana el desayuno.
Duelo a mano armada
Cosas concretas. En las ciudades grandes siempre hay una Gran Vía repleta de sucesos, de amenazas a mano armada y de miradas torvas. De pronto, aquellos agoreros del estupor vieron ahí su carnaza: todo Madrid es igual. Y venía la gente de provincias dispuesta a asistir desde la ventana del Chicote a un duelo a mano. armada entre el pobrecito hablador de las esquinas y aquellos que iban desprevenidos con su cartera floja.
Se han ido decepcionados a la ciudad de provincias y han contado con desencanto que esto no es lo que decían los periódicos. Qué va, Madrid es como antes. Hace frío, la gente baila en los chiringuitos e incluso hay salsa de invierno en algunos locales muy bien acondicionados para que bailen los turbios. No me digas. Que sí: en Madrid no pasan cosas tan concretas como dice la gente. Se come al mediodía y tardan luego en hacer la siesta los ciudadanos, y es tan normal todo que se habla por las calles sobre sucesos que ocurren en otros sitios. Por ejemplo, sin ir más lejos, un ejecutivo madrileño ha puesto en su despacho el mapa al revés para entender el mundo. ¿Y eso qué tiene que ver con Madrid? Pues que el mapa de Madrid siempre lo ponen al revés por esos sitios, para, clavarle alfileres en los lugares supuestamente peligrosos, y han fabricado una imagen fraudulenta de una ciudad que está siempre con los dientes dispuestos al ladrido, a la mordida y a la estafa.
Madrid, capital del peligro. Después pasea uno por las calles advenedizas, esas que no tienen nombre de escaparate, y se encuentra a las abuelas haciendo calceta y hablando de la guerra, que es lo más peligroso que le ha pasado a Madrid últimamente. Como un patio de vecindad, aquí lo que hay es un leve coloquio sobre la importancia de no ser de ningún sitio: una ciudad de aluvión que puso la mano así para que comieran las palomas.
Pero ha de vivir siempre amansada por el tópico, con su Gran Vía incrustada en el cerebro ajeno, un lugar de perdición al que acuden en busca de aventura los que no han podido todavía ver la sangre derramada en una esquina sórdida del metro de Nueva York.
Los cines están llenos de nuevo y en los mercados venden flores de Invierno como si fueran almendros del Algarve. No se sabe por qué pero en estos días grises en que parece que un lobo anda aullando en la selva que vive cerca de Madrid dan ganas de vociferar un cierto entusiasmo estrafalario para salvar de las fauces del león de la maledicencia a esta ciudad tranquila que una vez fue poco más que un jardín botánico.
No necesita defensa, habitualmente, porque más de una vez resistió el golpe, y aun ha de sufrir otros embates de los que saldrá tan robusta como un emblema en la memoria de sus habitantes. Desde hace diez años no le pasan cosas tan concretas a Madrid, y aquello tan sumamente concreto que pasó entonces se resolvió con tanto sentido del humor que aun se oye una carcajada de susto en medio de los pasillos por los que aquella noche al principio sólo pasearon los gatos. Después, los madrileños salieron a la calle y levantaron la cabeza para que otros bajaran el brazo abierto y lleno de lodo. Madrid volvió a ser en seguida la capital de todo el mundo.
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