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El túnel de la dicha (Panfleto de Navidad)

Llegó la Navidad, y los que siempre han disfrutado de este estado de cosas se indignaron ante este estado de cosas: el vil comercio de los sentimientos, la mercantilización del nacimiento de Dios, la explotación de los niños, la catarsis del espumoso, la tristeza de los pobres y todo lo que sucede en ese túnel de la dicha que son estos días de cambio de año y de estación. Lo cierto es que la venta de juguetes, afectos, cavas y turrones da de comer a mucha gente y permite el respiro a sectores económicos que esperan el nacimiento del Niño como agua de mayo. Los más proclives al estado de cosas pondrán aún más entusiasmo en sus críticas, y las retóricas se llenarán de niños fríos y hambrientos, la humildad del pesebre, la gula de los ricos y esas zarandajas que harán imposible cualquier análisis serio de tales merendolas colectivas, fiestas cíclicas que reproducen la rutina del mito y del rito desde el origen de los tiempos. Los indignados señores de la retórica navideña van a seguir oponiéndose, sin embargo, a todo lo que signifique una real distribución de la riqueza y del placer, ya sea vía fiscal, vía condón o cualquier otra que el Estado diseñe para pagar pensiones, jubilaciones, hospitales o carreteras o para controlar amenazantes pandemias. Y entre retórica y retórica, ya pueden multiplicarse los niños hambrientos (pues hay que tener los que Dios nos dé) y los enfermos de sida (pues la prevención estimula el sexo). Y así, mientras la población se multiplica, disminuyen los recursos y se extiende la peste, estos señores indignados seguirán viviendo del estado de cosas.No faltará el valiente que se meta con la jet-set (algún obispo social), o con el consumo (algún sociólogo crítico), o con la crisis de valores (algún teólogo o filósofo ético), pero no abundarán los que aporten el dato de que la jet-set, o su equivalente, ha sido históricamente mucho más fuerte, extensa, cruel y descarnada que ese grupo de pisaverdes que vaguea por el Sur. O que el consumo es lo que da de comer a la mayoría de sus críticos, o que la crisis de valores más grande de las conocidas es aquella protagonizada por los dirigentes civiles y eclesiásticos de aquellos feudos corruptos sobre los que se construyó la sociedad vigente. Pero ésa es la crítica que abunda, y de esa crítica se alimenta y vive lo más granado del cinismo ético que, efectivamente, merodea este país y aun el universo. Ni una sombra de racionalidad crítica: simposios de plañideras y documentos vitriólicos. Pero nadie cierra su chiringuito. La crisis de valores también alimenta algunas bocas.

Los intentos de plantear los problemas en los términos que harían posible su solución son rápidamente rechazados por los profesionales de la desdicha, que rehúyen el debate y sacan de la chistera utopías como conejos a ver si picamos, porque sin utopía, al parecer, no hay auténtica vida y desaparece el deseo (el deseo de que todo siga igual para seguir con las utopías). Y es este círculo vicioso un obstáculo fundamental para la emergencia de soluciones, pero también es la sustancia del cinismo citado, que tiene una importante base social y que genera una simpatía creciente en los momentos críticos.

Este falaz mecanismo fue transformando las tesis racionales sobre el cambio social en doctrinas retóricas cargadas de futuro, pero lastradas de irracionalidad y oportunismo, esa mezcla letal que aún dura en las palabras de los que han elegido ese camino para que todo siga igual.

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Una gran parte de estos airados defensores a contrario del estado de cosas saben lo que se traen entre manos, y negocian su retórica con Gobiernos e instituciones: se ofrecen como conciencia crítica, como guardias de la porra, como ideólogos. Cualquier oficio digno que les permita seguir igual. Y si no encuentran ese puesto de trabajo, arrecian sus críticas, soliviantan al personal y vuelven a poner la mano: ellos son la revolución pendiente, la vanguardia de las conciencias: los de siempre.

Yo espero y deseo que el Niño que nació en Belén, hecho ya un hombre y un Dios, no nos prive del prometido juicio final. Y ustedes que lo vean.

es sociólogo.

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