_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La venganza de la momia

Fernando Savater

Discutir pormenorizadamente el contenido del documento acerca de la temperatura moral de nuestra sociedad hecho público por los obispos sería un ejercicio gratificante para la malicia, pero estéril en casi todos los restantes aspectos del intelecto. Dicen lo de siempre ,(lo de siempre aquí y ahora, claro, no lo que dijeron bajo Franco o bajo Hitler) y, por tanto, habría que responderles lo de siempre, si es que responderles tuviera algún sentido. Apenas lo tiene, pues no parece prudente contestar a las campañas publicitarias: hay tantas y tan fantasiosas que no acabaría uno nunca. La ya muy baqueteada empresa ofrece sus servicios psicoterapéuticos a la antigua y para anunciarse desacredita a sus rivales más modernos, todos sometidos a manipulaciones industriales y aliñados con colorantes tóxicos: como el turrón de almas artesano, fabricado al modo de siempre y jamás, no hay ninguno. Pues bueno. El modo de lanzamiento no resulta demasiado escrupuloso (¡ese viejo truco que nunca falla de confundir valores morales y valores religiosos, opciones laicas con entrega a la amoralidad!), pero difícilmente puede ser considerado antidemocrático. La empresa, por lo demás, nunca ha confiado demasiado en los votos: ya sólo cree en el de castidad y en el de obediencia. Del de pobreza esperan aliviarse gracias a la financiación estatal, y ésta sí que es antidemocrática, pero como al Estado democrático no parece molestarle en exceso habrá que tener paciencia. Sólo cabe deplorar que no hayan puesto su talento publicitario al servicio de los preservativos, porque habiendo tenido un cardenal llamado Gomá y otro Segura el éxito de su anuncio hubiera sido impecable...Lo que en cambio me parece más sustancioso es reflexionar un poco sobre las dificultades presentes de la actitud consecuente de laicismo, reflejadas en algunas de las reacciones públicas que ha suscitado el monitum obispal. El laicismo no se opone a la religión, claro está, como no se opone al psicoanálisis, a la filatelia, al espiritismo o a cualquier otro medio no contrario a las leyes por el que las personas intenten aumentar el sentido y plenitud de sus vidas. A lo que se opone es a que las iglesias, es decir, las instituciones que se autoproclaman administradoras de lo religioso, impongan obligatoriamente sus criterios a la totalidad plural de la sociedad. En una palabra: el laicismo lo que no quiere es que las iglesias legislen o que el Estado, por presión de ellas, se vea obligado a catequizar. Se trata de una actitud revolucionaria, desde luego, porque trastoca un orden de cosas vigente durante muchos siglos y que aún hoy perdura en demasiados lugares; pero es que el laicismo proviene de una revolución y la prolonga: la revolución democrática. El pensamiento laico no es una actitud de neutralidad o indiferencia, sino una toma de postura: en lo tocante a la administración del reino de este mundo, apuesta por la razón frente a la revelación, por los acuerdos y pactos frente a los dogmas, por la satisfacción del cuerpo frente a la penitencia del alma, por lo relativo y probable frente a lo absoluto y nunca visto. En lo concerniente al resto, que cada cual rece cuanto quiera y a quien quiera, que se mortifique o entre en éxtasis como considere oportuno.

Desde esta perspectiva laica, el problema no está en que los clérigos se empeñen en hacer una política reaccionaria, sino simplemente en que se conviertan en instancia política, del tipo que sea. En el documento de los obispos, por ejemplo, no tiene mucho sentido espigar aquellos aspectos en que tienen razón de los que resultan carcas y obsoletos. Los unos se apoyan en el mismo fundamento o ausencia de tal que los otros y el propósito de todos es fomentar la sumisión de la gestión de lo temporal a los portavoces de lo venidero perdurable. El olvido de este principio es nefasto para el laico. Recuerdo no hace mucho un espacio televisivo sobre el papel actual de los jesuitas, creo que con motivo del aniversario del asesinato de Ellacuría y sus compañeros en El Salvador. Participaban varios sacerdotes, todos ellos próximos a la teología de la liberación, y como único seglar, un catedrático de Filosofía, antiguo senador socialista en el Parlamento español. Las tesis que allí se mantenían eran tan avanzadas que uno de los participantes declaró que el capitalismo era el mayor pecado del mundo moderno... inmediatamente después del aborto y la tolerancia de la homosexualidad. Nadie protestó por este planteamiento y el seglar sólo reconvino amablemente a sus colegas por lo mucho que había tardado la Compañía de Jesús en enfrentarse a los "poderosos", crítica que le fue gustosamente aceptada. Pues bien, en cuanto laico no dudo del coraje humano de curas como ésos en ciertas latitudes y abomino del crimen cometido contra varios de ellos; pero ninguna suma de mártires me hará aceptar como indiscutible una liberación política que conserva demasiado evidente el lastre teológico de su motivación original.

El laicismo se arriesga a ser tachado de tibio porque no cree en la venida de lo absoluto liberador ni en la invención radical de un hombre nuevo: prefiere los parches y el gradualismo. Cuando se le reconviene en nombre del supuesto fracaso de la razón ilustrada en la modernidad, que autorizaría el retorno a lo religioso, responde sonriendo que la razón siempre fracasa porque se la puede juzgar por sus resultados, mientras que la religión siempre permanece incólume porque hay que juzgarla por sus promesas. No comparte el resentimiento de quienes, fieles a secularizaciones políticas de lo absoluto hoy en dichosa quiebra, auguran todo tipo de males a los descreídos. Así, por ejemplo, Mario Benedetti en un artículo reciente (Hacia un estado de malestar, EL PAÍS, 19 de noviembre de 1990), afirmando que el socialismo real pinchó en cuestiones de libertad o derecho, pero "solventó necesidades tan elementales del ser humano como la salud, la vivienda, la educación, el cuidado de la infancia y la estabilidad laboral (con especial atención a la mujer trabajadora)". ¡Cuánta fe! Ya no es sólo creer en lo que no vimos, sino además descreer de lo que estamos viendo; si los regímenes comunistas hubieran resuelto satisfactoriamente esas cuestiones en algún lugar que no fueran sus estadísticas oficiales gozarían hoy de una evolución serena en lugar de la evidente liquidación por derribo a la que asistimos.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Por supuesto, la actitud laica tampoco asume ese otro absoluto que es la razón de Estado, con sus santificaciones del secretismo político, la tortura o los crímenes parapoliciales, la salud como imposición oficial, la aplicación selectiva del derecho internacional con exclusiva atención a los intereses de las mayores potencias, el hambre forzosa de tantos y la servidumbre a dictaduras nacionales de muchos, la resignación cínica ante la miseria aún generalizada en un mundo rico, etcétera, Sin embargo, contra todo profetismo sigue recordando el dictamen de Píndaro, un poeta muy religioso, desde luego, pero griego: "La raza más loca entre los hombres es aquella que menosprecia lo que tiene en torno y dirige la mirada más allá, persiguiendo lo inconsistente con vana esperanza".

F. Savater es catedrático de Ética de la Universidad del País Vasco.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_