'La banda de las pinzas'
Un grupo de menores roba carteras empleando instrumental de cirujano
Miles de personas acuden cada domingo al Rastro madrileño en busca de una ganga. Pero 25 de esas personas no podrán llegar a comprar lo que buscaban por la sencilla razón de que alguien les habrá birlado el dinero. Quizá el ladrón sea alguno de los seis chavales de la banda de las pinzas.El grupo opera desde hace aproximadamente un ano y medio. Está compuesto por chicos que viven en el barrio de la Ermita del Santo, en la colonia de San Fermín, en la zona de Vallecas y en San Blas. Desde que formaron esta peculiar sociedad mercantil han sido detenidos en al menos seis ocasiones, según la policía.
"No forman una organización estructurada, sino que son chavales que se juntan esporádicamente para delinquir", dice un funcionario de la comisaría de Arganzuela, en cuya demarcación se encuentra el popular mercadillo. En dicha oficina se tramitaron el año pasado 3.600 denuncias de hurto.
Precoces carteristas
Los precoces carteristas, sin embargo, tienen perfectamente montado el dispositivo. Uno se sitúa en las elevadas escaleras de un edificio municipal, desde donde se domina todo el Rastro, y con silbidos en clave avisa a los demás cómplices cuando advierte la presencia de un guiri (un extranjero) con la cartera repleta de dólares. Después otro chico se acerca a la víctima, le palpa distraídamente y descubre en qué bolsillo lleva la pasta. Otro joven se acercará con discreción, le sacará el dinero con las largas pinzas de cirujano y a continuación le pasará el botín a otro colega.Otras veces los chicos emplean pinzas de las utilizadas para servir cubitos de hielo. Aunque son más cortas que las del instrumental médico, los ladrones las manejan con tal soltura que parece que fuesen una prolongación de sus propios dedos. Sirven sobre todo para extraer las carteras del interior de los bolsos de las señoras.
Los componentes de la banda de las pinzas no son drogadictos, aunque suelen fumar porros. Casi todos son amigos, por vivir en el mismo barrio o porque están unidos por lazos de sangre. Pertenecen a familias conflictivas en las que la convivencia resulta muy difícil. A veces están alojados en reformatorios, y aprovechan los permisos de fin de semana para trabajar en el Rastro.
El grupo se mueve también por la calle de Preciados y los alrededores, sobre todo en las proximidades de los grandes almacenes. Sus víctimas favoritas son los extranjeros, pero tampoco le hacen ascos a un paleto español. La banda acude también a los espectáculos taurinos o musicales. El barullo y la aglomeración son los aliados de estos rateros.
Emilio Baos, jefe del Grume, dice que por sus manos pasan al mes una media de 40 menores acusados de estar implicados en hechos delictivos, y otros 80 niños o adolescentes a los que se les busca protección por ser víctimas de malos tratos, abandono, desamparo o explotación sexual.
En la Comunidad fueron detenidos el año pasado alrededor de 500 menores, relacionados generalmente con robos y hurtos. "Ahora no roban coches, sino vespinos", afirma Baos, que sostiene que los delincuentes juveniles de ahora son menos violentos que los de hace una década.
Ya no hay bandas como aquellas de El Jaro, El Gasolina y El Guille, que sembraron el terror en las calles de Madrid a finales de los años setenta y principios de los ochenta.
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