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Cómo ganar amigos

Joan Subirats

Estamos ya en una nueva fase de campañas electorales y congresos de partido. Y con ello se vuelven a plantear el papel y la situación de los partidos o los problemas de nuestra normativa electoral, temas constantemente presentes en nuestra corta historia democrática. La sensación que quedó en la escena política después de las elecciones andaluzas fue de que la gente había acentuado su distanciamiento de los mecanismos formales de representación política y de los propios partidos políticos. Aumentó el abstencionismo, y aumentó la sensación de que se logra interesar poco a la gente en un montaje que se percibe como muy poco influenciable, como muy de unos pocos.Si nos referimos a la problemática electoral, parece que estamos en una cierta fase de cambio en la legislación específica. Todo indica que el cambio no va a ser nada del otro mundo. Un poco más de precaución en los gastos de las campañas electorales, una cierta cobertura legal al permiso retribuido para votar y otras minucias técnicas que impidan poner en duda la legitimidad de un proceso que siempre acostumbra a dejar inquietos a los que no se han visto favorecidos por los resultados.

El núcleo duro del sistema electoral no se toca. A pesar de que críticas a los elementos centrales de nuestro sistema electoral no faltan. Unos afirman que una mejora sustancial del mecanismo electoral-representativo vendría de la modificación de la regla de listas cerradas y bloqueadas, dando así mayor libertad al elector. No parece que el sistema actualmente en vigor en la elección de senadores, que teóricamente permite mayor autonomía al votante, haya ofrecido grandes cambios. Tampoco la experiencia de otros países en que se permiten ciertas vías de expresión de las preferencias del elector, como Italia, parece que hayan mejorado mucho la capacidad de incidencia de la ciudadanía en el mecanismo representativo.

Otros muchos consideran que uno de los mayores déficit de nuestro sistema electoral proviene de su poco respeto a la proporcionalidad. Y en ese campo, hemos de admitir que lo tienen fácil, dadas las importantes desigualdades que genera la circunscripción provincial. No confío en absoluto en que una mejora en la proporcionalidad de nuestra fórmula electoral sirva para mejorar el funcionamiento de nuestro sistema de representación. El déficit de representatividad del sistema o la falta de atractivos para ejercer los derechos electorales no creo que residan en la poca proporcionalidad de las circunscripciones provinciales pequeñas o en la barrera mínima para acceder a la distribución de escaños en circunscripciones grandes.

El problema no debería definirse como se viene haciendo, a partir de las coordenadas propias de los partidos, de su propia conveniencia. Ello sólo conduce a acentuar el desprestigio de la actividad política, a acrecentar la percepción de que nada puede hacerse para influir o cambiar el estado de las cosas. Los partidos sin duda creen consolidar su papel, aprovechando el claro proteccionismo con que los constituyentes quisieron reforzar la vía partidista como casi la única para ejercer algún tipo de actividad política, pero sólo consiguen acentuar su aislamiento.

Por otro lado, también es cierto que para la vida concreta de nuestros conciudadanos lo que ocurre en él campo de los partidos tampoco es tan importante. De hecho, los partidos, a pesar de lo que a veces se piensa, cuentan relativamente poco en la formación y aplicación de políticas de carácter sustantivo. Su preocupación acostumbra a residir en cómo conseguir mayor visibilidad, mejorar su penetración comunicativa y acumular mayor poder. A los partidos les interesa el escenario del poder, el ámbito de lo partisano, de lo partidista. Sin rubor alguno, los pocos especialistas en temas específicos que tiene cada partido se ponen fácilmente de acuerdo en temas que parecen muy técnicos, pero que resultan claves para la vida diaria (precios de los productos farmacéuticos, evolución de las pensiones, plan de transporte...), y dejan a los portavoces de los partidos que se peguen sobre aspectos muy ideologizados en los que los medios de comunicación puedan fácilmente entrar y en los que consigan reforzarse o desgastar al contrincante.

Puestas así las cosas no es extraño observar cómo partidos que gobiernan juntos en un Ayuntamiento o comunidad autónoma mantienen profundas discrepancias en materias sustantivas (véanse los conflictos sobre desarrollo urbanístico en Barcelona ciudad), pero al compartir gobierno ponen sordina a sus diferencias; mientras partidos que se cascan continuamente en la arena pública sobre temas electoralmente calientes, en el ínterin mantienen posiciones muy similares en temas sustantivos (el tema urbanístico otra vez como ejemplo, las medidas de política económica...). La percepción popular no acostumbra a transferir premios y castigos de una arena a otra, y así muchos pueden poner a caldo al Gobierno en un referéndum sobre si sí o si no, o en un 14 de cualquier mes, y después votar tan ricamente por los mismos a la primera.

La cosa está complicada. Y si hacemos más proporcional el mecanismo electoral, sólo conseguiremos complicarla más, aun a costa de quedarnos más satisfechos con lo democrático que es nuestro sistema. A mí me parece que deberíamos ligar más ambas áreas, la sustantiva y la partisana, y ello sólo me parece posible si, al revés de lo que algunos dicen, introducimos algún elemento de personalización más clara de nuestro sistema electoral. Necesitamos algún mecanismo que responsabilice más a nuestros representantes en relación a las decisiones que toman, y permita algún tipo de conexión más clara entre personas, grupos y representantes electos. Y ello, hoy por hoy, quiere decir introducir algún mecanismo de representación mayoritaria.

No hace falta descubrir aquí las importantes desigualdades que lleva consigo el sistema mayoritario, como bien recuerdan estos días los liberal-democráticos británicos. Por otra parte, nuestra Constitución en este punto es bastante rotunda, y como tampoco se trata de "tirar al niño con el agua sucia", un esquema representativo como el de Alemania, adaptándolo a nuestra situación, en el que se combinara representación proporcional (lo que salvaría la previsión constitucional y al niño), y representación mayoritaria en circunscripciones uninominales, podría favorecer el control de la gente sobre algunos de sus representantes, y reducir el de los secretarios de organización de los partidos. Después, por ejemplo, con un curso de "cómo ganar amigos", los partidos podrían mejorar sus deteñorados vínculos sociales.

es catedrático de Ciencia, Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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