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Tribuna:NOTICIAS DE ABAJO / 15
Tribuna
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Batiendo marcas

"Ay, ayayay, qué trabajos nos manda el Señor", con el resuello exhausto, las venas del cuello hinchadas, pálidos o morados del esfuerzo, breándose día a día en el gimnasio y en las pistas, entrenando, entrenando, para batir su propia marca, para superarse, para estar en forma para...Son los chicos y las chicas, en la flor de la vida que se dice, cuando podían a lo mejor vivir (al menos aproximarse, por descuido, a eso que les pasaba, dicen, a los gamos, a las águilas, a las musarañas), y éstos encima que han tenido la suerte de nacer en un país, como usted dice, desarrollado, donde, por más que se lo disimulen, no les hace falta trabajar: no tienen que ir a la siega, no tienen que hacer churros a brazo ni repartir con un carterón a las espaldas el correo, no tienen que trepar a postes de telégrafo a reparar jícaras ni bajar a minas a picar carbón: no tienen que hacer nada; no tienen nada que hacer: podían vivir, ¿verdá usté?

Pues nada: que tampoco ésos se escapen: han de currar más que si curraran; y como se les ha privado de cosas que hacer, pues, ¡ale, que se hagan a sí mismos!, que se dedique cada cual al cultivo de su anatomía, ¡que se hagan un cuerpo, vive Dios! (¿no sabe V. lo que es culturismo, lo que es cultura?), que se hagan unos hombres (o mujeres, pero hombres), ¡que lo suden, coño, que paguen su privilegio!, que batan su propia marca del día antes, que batan la marca nacional, de natación, de levantamiento de pesas, de moto de 20 caballos, de monería gimnástica, ¡qué coños más da!: el caso es que batan la marca, que tengan una meta, un ideal, que lleguen a las Olimpiadas y que batan la marca y que ganen el oro, como se dice en el dialecto imbécil y revelador del reportaje, y que suban al altar o podio que les dora el Capital con soles de futuro.

Demonios encadenados

Y para ese fin, naturalmente, trabajo, disciplina, sacrificio: que pringuen como esclavos negros, como demonios encadenados... ¿No le da a usté un poco de grima de verlos, hombre, cómo se estiran, cómo se encogen y retuercen, cómo se les apiñan los ojos y los dientes en el paroxismo del sufrimiento? Y todo eso (maravilla) por elección libre de cada cual, porque le sale de dentro a cada uno, porque es su vocación, su ideal y su destino. ¿No hay para morirse? Bueno, pues ahí tiene usted, si quiere, en esa monstruosidad organizada y promocionada, la imagen viva y doliente del tipo de mundo que le ha tocado.

Hombre, los hay -me recuerda usted- que, en cambio, se dedican a las drogas, o a matar las noches interminables de fin de semana trasegando cubatas en la discoteca. Y a lo mejor se cree usté que ésos son lo contrario de los otros: la juventud sana y la juventud podrida, como en las revistas de colores que se compra su señora. Pero ¿no se da usté cuenta de que también estos otros están batiendo marcas?: ¿cómo van pasando, penosamente, de la marijuana a las drogas duras, hasta que los más valientes llegan a las heroicas; como en la noche de la discoteca compiten a ver quién aguanta más, hasta las 4, hasta las 6, ya pálidos y ojerosos, pero aguantando, hasta las 7, hasta la muerte matutina si hace falta? Y eso ¿no lo llama usté trabajo? ¿No es eso sacrificio y dedicación, lo mismo que la gimnasia y el deporte? ¿Qué más da los unos que los otros, si el caso es que sufran, que se retuerzan, que se mate la amenaza de juventud que acaso latía en ellos? Y, por supuesto, que se crean cada uno y cada una de eso (batir marcas olímpicas o cubáticas) es lo que a uno y una le gusta, que lo hacen porque les da la gana.

Pero le digo que la cosa no es propia y privativa de esos chicos: que no es más que una imagen de su mundo de usted, que también usted está sosteniendo, aunque no haga deporte para el mañana, aunque no se pinche en las venas los clavos de Cristo para aproximarse a la marca suprema de la agonía: también yendo a la oficina a fingir que tiene algo que hacer, también tostándose la panza de veraneo con su familia, por la virtud de no darse cuenta de lo que uno hace, de creer que hace uno lo que le da la gana, también así se hace este mundo. Y esos ímprobos esfuerzos de los muchachos por batir marcas no hacen más que revelarle cómo es este mundo de usted, si quiere usté mirar, en unos cuantos flashes.

Cuento chino

Le revelan, lo primero, que aquello de que el trabajo nacía de la necesidad, que era por fuerza de necesidades naturales por lo que había que trabajar, era todo un cuento chino: cuando ya, debido a los ingenios humanos (o diabólicos, da lo mismo) de las máquinas útiles, no se podía disimularle apenas a la gente que no hacía falta trabajar, que los esclavos mecánicos trabajaban por nosotros, inmediatamente Estado y Capital, como corresponde (porque, si eso era verdad, peligraban los cimientos de su dominio), han procedido a joder el invento, como la gente dice, y no ya sólo por la creación de nuevas necesidades (que todavía, mecagüen Dios, se llaman materiales) que justificaran la explotación y organización de las masas desde Arriba y el trabajar para nada, sino que, ya ve, para el caso de muchachos privilegiados y a medio formar que se pudieran escurrir del yugo, se inventó el Deporte: o sea que se tomó el juego, que surgía de vez en cuando sin saber cómo, que no era nada, y se le aplicaron las normas del Trabajo: que tuviera un fin, un reglamento, un cómputo de tiempo sobre todo, una meta que alcanzar, y como no tenía una cosa que producir, que se encarnizara con su propio cuerpo, que se superara, que batiera su propia marca, que cumpliera la plenitud de su destino, que se dedicara a la producción del más inútil de los objetos, uno mismo.

En otro flash, esas bocas acezantes, esos ojos endurecidos en el esfuerzo por superar la marca le revelan también, por si se hacía ilusiones políticas sobre el régimen que padecemos, la condición fascista de ese régimen: usted, que sabe bien cómo el Deporte y las Juventudes han sido inseparables de todos los regímenes que usted, blando y liberal demócrata, condena por tiránicos y duros, desde Esparta hasta la Alemania nazi, usted que se reía con Fellini cuando le sacaba la giovinezza marchando a paso gimnástico y sacando pecho, ahí tiene, delante y ahora, en esos músculos tensos hacia el salto que va a elevar al joven sobre la barra al cielo o a hundirlo en el polvo del fracaso, en esos años de dieta tiránica y sacrificial para llegar en forma al día de la prueba, ahí tiene la verdad de la pacífica y permisiva Democracia progresada: ese espejo (entre otros que podría usted desempolvar por los rincones de su casa) le revela el fascismo, sí, pero se lo revela donde debe: en este régimen, único y triunfante sobre todos, al que el Globo entero aspira para venir a ser un Globo desarrollado, en esta Tecnodemocracia o Demotecnocracia o como quiera V. llamarlo, de la cual los fascismos de antaño no eran más que la caricatura y el anuncio.

Moldear carnes

Y en fin, otra condición esencial de este mundo de V. le revela la industria bárbara del cultivo del propio cuerpo (para la propia alma, naturalmente): esos miles de niñas entrenándose día a día furiosamente en el gimnasio a ver si llegan a sacar los diez puntos en el ejercicio de gimnasia rítmica mundial, esa tensión perpetua hacia el día del Juicio Final o del Examen, esos mozos moldeando a ritmo de motor sus carnes y cerebros, a ver quién llega a ser el mejor servidor del auto de carreras de tanta cilindrada y de tal fábrica que lleve a la victoria al bólido y, a su servidor con la marca del Capital grabada sobre el pecho, todo eso le revela la condición esencial del tiempo vacío, que Estado y Capital necesitan para sus fines: la necesidad de fe en el Futuro (eso que los siniestros de Ellos les cantan a los jóvenes como si fuera su gracia y, gloria: tener futuro), la necesidad de creer en el mañana y, por tanto, vivir y desvivirse preparándose para el mañana.

En esos muchachos atletas, gimnastas y deportistas lo ve usted, si quiere, con tétrica claridad: ellos creen que lo que hacen lo hacen para algo, que esos sacrificios y esfuerzos sobrehumanos tienen una meta y un futuro, que a fuerza de saltar un centímetro más o dar vuelta a la pista en dos segundos menos van a llegar a algún sitio. Unos creerán que es para la salud y beneficio de uno mismo, para hacerse un cuerpo (futuro, claro) y mens sana in corpore sano o cualquier memez higiénica y moral por el estilo. Otros dirán que van a por el oro, que están sufriendo y retorciéndose con vistas al momento en que salten al estadio y, si baten la marca, que el Señor los felicite y les clave en el pecho la medalla. Lo mismo da.

El Amo del castillo

Y creerán más todavía, lo que les dicen sus entrenadores y promotores y lo que acaso esté usté diciendo por lo bajo mientras lee estas despotricaciones: creerán que con el Deporte se sustituye la Guerra (ese fantasma tan útil para el Amo del castillo), como si no fuera la guerra esta paz y ese deporte que le cuento. Y más aún creerán: que a fuerza de saltar 2 centímetros más y de llegar 3 segundos antes, se está contribuyendo a mejorar la raza, a que los hombres y mujeres del Mundo Desarrollado sean cada vez más altos y potentes (¿le suenan esos ideales?), contribuyendo a que la Humanidad alcance sus metas superiores, bata sus propias marcas y llegue al destino triunfante que la espera en el Futuro.

La Humanidad, sí, ¿qué se queda usté ahí rezongando?: del Hombre le hablan a cada paso los Ejecutivos de la Penitencia. Porque también la Humanidad tiene su futuro: si cada uno de los chicos y chicas cree en el suyo, es porque, en conjunto, tiene un futuro el Hombre, la Humanidad avanza por una ruta, hacia una meta, a batír la marca de su desarrollo total y definitivo. Ésa es la mentira esencial que Estado y Capital requieren para sus manejos.

No habrá mañana. Esos chicos y chicas, aunque superan en 3 centímetros la raya, aunque tarden 4 segundos menos en el giro, aunque pasen el examen olímpico y suban al altar que el Capital les dora, no habrán llegado a ningún sitio, no serán más altos ni más guapos ni más buenos ni más ricos. Y la Humanidad no va por ninguna ruta, no tiene meta ninguna, no tiene marca última que batir.

No habrá mañana, no; pero entre tanto, por lo pronto, esos muchachos habrán sufrido largamente, habrán cambiado su juventud en tiempo futuro y vano, habrán hecho penitencias por todos los pecados de sus ancestros. Y eso es lo que importaba, esa realidad presente de la penalidad y la preparación al Juicio: eso es lo que le importaba al Señor, Capital y Estado, que vive de administrar la muerte. No de inventarla, no, no se equivoque usted: de administrarla.

es catedrático de Latín en la Universidad Complutense.

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