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El socialismo de Julian Besteiro

Emilio Lamo de Espinosa

El 27 de septiembre de 1940 moría Julián Besteiro en la cárcel de Carmona, en la más absoluta soledad. Por eso hoy, cuando se cumplen los 50 años de su muerte, espero y pido desde aquí que se le brinde el homenaje que merece, un homenaje de todos los españoles, un homenaje, sobre todo, de los vecinos de Madrid, ciudad de la que fue concejal repetidas veces y por la que fue elegido diputado, con apoyo masivo, en cuantas ocasiones se presentó.¿Por qué este homenaje? Relataré sólo una anécdota que es mucho más que eso, pues eleva a su protagonista al rango de personaje arquetípico. El 26 de marzo de 1939, el general Casado informaba a los miembros del Consejo de Defensa que el general Miaja había marchado en avión a Valencia. Aquella noche el Consejo se reunía por última vez y pocas horas más tarde todos sus miembros salieron hacia esa ciudad, camino del destierro y, en muchas ocasiones, de la muerte. Todos menos el anciano Julián Besteiro, que decidió quedarse en Madrid. Aquel mismo día 28 de marzo El Socialista publicaba su último ejemplar declarando amargamente: "Nos hacen la guerra porque deseamos la paz". Efectivamente, el Consejo había fracasado. Después de romper con lo poco que quedaba de legalidad republicana, Franco les negaba un simple tratado de paz que hubiera sido la base de una posible reconciliación. Besteiro, que lo sabía, y como respuesta a ese dogmatismo e intransigencia, se dirigió por radio aquel mismo día 28 a los madrileños rogándoles "salieran al encuentro de los nacionalistas, como hermanos, en señal de reconciliación". Cuando aún no había culminado la guerra civil Julián Besteiro tuvo el valor y la clarividencia de entender que España carecía de futuro si éste no se asentaba sobre la reconciliación de vencedores y vencidos. Aquéllos no lo quisieron, pero su invitación generosa es el primer acto de lo que no maduraría sino 40 años más tarde en la Constitución española de 1978.

. Las horas siguientes de Besteiro, en un Madrid vencido y destruido, son de una enorme intensidad dramática. Todos los protagonistas recuerdan con viveza lo que ocurrió aquellas horas, extraordinarias dentro de lo extraordinario de la guerra civil. Son momentos en que el Estado, incluso la sociedad, se desvanece en un inmenso y silencioso vacío de poder, de orden y de legalidad; lo viejo ha muerto y lo nuevo aún no ha nacido. En tales condiciones los individuos se enfrentan solos consigo mismos, desprovistos de presiones o rutinas, asumiendo su propia y total responsabilidad. En aquel momento, García Prada le preguntó a Besteiro, al salir de la radio:

-Y usted, don Julián, ¿por qué no se marcha ya?

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-No me voy -respondió Besteiro- Me han llamado traidor y me quedo en Madrid para contestarles con mi condena. Soy viejo y les he dicho a los consejeros que me perdonen por quedarme aquí.

Detenido el 29 en los sótanos del Ministerio de Hacienda, aquella misma mañana se iniciaba el procedimiento sumarísimo de urgencia número 1 contra él y Rafael Sánchez Guerra, por rebelión militar, justamente contra quien se había opuesto a la radicalización del PSOE, la revolución de octubre y la guerra civil de todas las formas posibles y había ofertado públicamente la reconciliación. Pocas semanas después fue sentenciado a 30 años de reclusión mayor.

Intentar analizar aquí la biografía política o intelectual de Julián Besteiro, siquiera sea sumariamente, resulta de todo punto imposible. Me parece por ello más atractivo tratar de sintetizar el socialismo de Besteiro mirando quizás de reojo nuestra situación hoy. ¿Qué era el socialismo para quien fue uno de sus principales responsables?

Desde el viejo y depurado liberalismo krausista, Besteiro hubiera contestado claramente que el socialismo es la continuación consecuente del liberalismo en una sociedad dividida en clases, escisión que hace no solo injusto sino ineficaz el mercado como sistema puro de asignación de recursos y exige una intervención activa. En una sociedad escindida en clases todo liberal consecuente debe ser socialista, pero sin dejar por ello de ser liberal. Por ello las "luchas modernas por la libertad tienden a emancipar al individuo de la coacción y el control de poderes sociales diversos, dotándole de una iniciativa y facultad de acción que anteriormente no poseía". La libertad no es sino la efectiva posibilidad de actuar, pero de actuar sin coacción.

Esta posición tiene consecuencias importantes para el individuo y para el Estado. De una parte, podría pensarse que identifica libertad con la posibilidad de actuar arbitrariamente; no hay tal, pues "la esencia de la libertad individual no está en que le pongan a uno en la mano todo género de facilidades para hacer sin esfuerzo lo que le dé la gana, sino en que a uno le dé la gana de hacer cosas extraordinrias y fuera de los cauces por donde camina la vulgaridad". Y por ello la importancia de la educación, de la cultura y, sobre todo, de la ciencia y la inteligencia como guía de la conducta y los deseos. Sólo es libre, en definitiva, quien puede equivocarse y actuar mal pero no lo hace, no por coacción externa, sino por convicción interna.

De ahí su recelo frente a toda tentación bien de paternalismo estatal, bien de democracia de la mayoría. "La democracia exige una garantía contra la arbitrariedad en el ejercicio del poder; pero el respeto ¡limitado a la mayoría numérica conduciría, en último término, a una degeneración de la democracia". Pues el objetivo no puede ser una sociedad homogénea que se ajusta a los criterios de la mayoría, sino "abrir paso... a una inmensa variedad de tipos culturales coexistentes y armonizados sobre una estructura básica económica y social común". Como en Stuart Mill, el pluralismo social es el lógico corolario del respeto del individuo y su capacidad creadora e innovadora.

Pero su concepción de la libertad tiene consecuencias aún más importantes para el Estado. En tanto la diversidad de intereses no sea conciliable -dirá en 1935 en su conferencia Política y filosofía- habrá necesidad de Estado y de autoridad, "pero el ideal de cada momento es conseguir que la autoridad sea lo menos coactiva posible. El Estado es parte del problema, no de la solución. Se me dirá", continúa Besteiro, . que el ideal que he indicado es el que defienden los anarquistas. Es verdad", continúa, "pues tienen razón en esto'.

¿Cómo organizar entonces la sociedad? La democracia de Besteiro está muy lejos de todo centralismo o presidencialismo. "El socialismo de Estado", dirá ya en 1918, "no es nuestro socialismo" ' sino el de Lenin. En lugar de fortalecer el Estado, Besteiro propone fortalecer la sociedad, fortalecer los cuerpos intermedios, el autogobierno en

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Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

El socialismo de Julián Besteiro

Viene de la página anterior sus múltiples formas. Con Adolfo Posada podía haber dicho: "¿Que es el Estado? El Estado es lo que todos sufrimos". Y con él -y con la más pura tradición liberal y utópica marxista- propone en su lugar el self-government, el autogobierno de la sociedad, la paulatina reducción del poder y de la coacción, en definitiva, del Estado.Pero cuidado, un self-government que es muy consciente de la escisión de la sociedad en clases y por eso está tan lejos del liberalismo del laissez faire como de todo estatismo. Pues Besteiro es decidido partidario de la intervención en la vida económica, sólo que esa intervención debe corresponder no al Estado, sino a cuerpos intermedios y en última instancia a los consumidores o a los productores. Así, frente al estatismo propone la autogestión, la municipalización de empresas socializadas y la armonización de todo ello en una democracia industrial. Y, lógicamente, el más escrupuloso respeto de las autonomías regionales.

Este proyecto besteiriano, sin duda enraizado en el organicismo krausista, encontró en los años veinte y treinta un vigoroso desarrollo teórico tanto en la socialdemocracia alemana y austriaca como entre los fabianos ingleses. En Otto Bauer o en el socialismo gremial o guildista de Penty, Hobson o Cole encontramos fórmulas diversas de armonizar la desconfianza frente al Estado con la necesaria intervención en la vida económica. Pero el modelo no llegó a triunfar. Frente al self-government industrial, el "capitalismo organizado" de Rudolf Hilferding ha acabado siendo el modelo socialista dominante. Como decía este último en 1927, "una economía dirigida por un Estado democrático es el socialismo", y ésa ha sido la realidad dominante durante el periodo triunfante de la socialdemocracia europea. Hoy, sin embargo, tras la crisis fiscal del Estado, y abrumados por el peso político de la burocracia publica, se replantea la eficacia del modelo clásico de Estado de bienestar y no estaría de más quizás repensar esos viejos intentos de construir una sociedad del bienestar, con la tutela del Estado pero al margen suyo, una sociedad asentada en ciudadanos organizados libremente.

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