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A los fiscales desde la cárcel

La propuesta de cadena perpetua para los terroristas, dada a conocer hace unos días en la memoria de la fiscalía, me produjo, nada más oírla, un inmenso desasosiego. No es una noticia nueva. En términos parecidos se ha pronunciado desde hace muchos años el Partido Popular, y desde hace menos ha sido el PSOE el que ha llevado esa propuesta a las reuniones que han mantenido los partidos que sustentan los pactos antiterroristas. Parece ser que sólo el deseo de completa unanimidad en esta particular coalición y la postura contraria de los partidos nacionalistas vascos han impedido, por ahora, que se plasmara en ley.Si quieren hacerse una idea de lo poco de lo que pende el cambio, intenten localizar -la próxima vez en que tengan oportunidad- a la decena escasa de parlamentarios que suma el total de estas fuerzas, desperdigada por la parte alta de la Cámara, y. dejen luego a sus ojos recorrer panorámicamente el hemiciclo. Aquellos poquitos parecen ser los únicos que apoyan ya el espíritu que anima la Ley General Penitenciaria: su énfasis en la reinserción social del delincuente, sin distingos de delito y en. el principio de igualdad ante la ley.

Hay un lugar común que siempre sacan a relucir los proclives al endurecimiento de las penas. Ya sea para propugnar, como hasta hace poco, la pena de muerte o, como ahora, la cadena perpetua, el exordio es el mismo: se hace para "luchar contra el terrorismo", para "acabar con el terrorismo". No sé si terrorista alguno habrá dejado alguna vez de cometer cualquier atrocidad por el temor a sus consecuencias legales; pero, en la inmensa mayoría de los casos, permítanme dudarlo. Casi me atrevería a decir que, si el posible sufrimiento futuro llega a presentarse a su conciencia, adquirirá unos tintes martirológicos que encenderán aún más su fanatismo. El único terrorista que puede acabar haciéndose consciente de esas consecuencias es el que ha dejado en la práctica de poder serlo: el terrorista preso. Y he dicho "puede acabar haciéndose consciente" con toda la intención. Porque tampoco es seguro. También en la cárcel se puede seguir cultivando, y a veces con racionalizaciones más exitosas que en la calle (porque aquí se contempla sólo en el papel de víctima), ese martirologio mesiánico.

Pero no nos pongamos en lo peor. Aunque sólo fuera porque, a poco sensibles que seamos, sabemos que las brasas que encienden al fanático terrorista se van apagando poco a poco y que la vida, con sus continuas llamadas a la realidad, socava sin descanso su mundo de locura. Hasta puede acabar haciéndole una persona sensata. ¿Y a quién podría extrañar semejante transformación en un mundo como éste, en el que en una docena de años hemos vivido -con la muerte de las ideologías- cambios tan espectaculares en la forma de pensar de tantos?

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Sí, eso puede ocurrir. Ocurre. Y cuando ocurre, después de que se hayan ido cayendo uno tras otro los castillos que nutrían su odio, cuando se encuentra solo y desamparado, apestado para el mundo que un día fue el suyo, ¿qué será de él si, aterrorizado, se da cuenta de pronto de que por delante no le espera sino el mismo odio que ya dejó atrás?

Pues tal puede ser el resultado práctico de prosperar aquella propuesta. Se acabó, no hay ninguna mano tendida al final del túnel, sólo la brutal presencia de la venganza más desatada. No hay salida posible del círculo del horror. No estará prevista. Al terrorista, el futuro dejará de pertenecerle por completo desde que traspase el umbral de la prisión. Se sentirá enajenado de su responsabilidad y de su voluntad. No le que dará más que alimentar su destino de rencor y cumplir así con el papel que se le asigna, o morir en vida. Ya no hará falta acercarse hasta las puertas del averno para saber que hay que abandonar toda esperanza.

¿O será que nos encaminamos hacia un mundo en el que habrá llegado a tal extremo la soberbia, el resentimiento y el odio que será de curso legal disputar a Lucifer sus dominios?

Félix Novales, estudiante de Filosofía de la Universidad del País Vasco y autor de El tazón de hierro, cumple actualmente condena en la prisión de Burgos por delitos terroristas.

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