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Tribuna:LA CRISIS EN LA FEDERACIÓN SOCIALISTA MADRILEÑA
Tribuna
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Hay que tomarse las ideas en serio

La política es física, sentenciaba a menudo un conocido personaje para zanjar una discusión sobre asuntos de naturaleza política. Con tan contundente aseveración, pretendía mostrar su convicción de que la política es algo así como un paralelogramo, de fuerzas: la del que intenta desplazar a otro y la del que, se resiste a ser desplazado de una posición imposible de compartir.. Esta anécdota me la ha recordado estos últimos días el no muy edificante happening con el que han dado comienzo los preparativos del XXXII Congreso del PSOE. Es cierto que los oficiantes de este exordio dicen pretender el "debate de ideas" que pedía Felipe González, pero, hasta la fecha, más que atender a su recomendación, todo está quedando en pronunciar su nombre punto menos que en vano.No hace falta recurrir al magisterio de Weber para saber que la política no es el sermón de la montaña y que el político trasiega, como decía él, con algo cuasi diabólico como el poder. Pero, sin ideas que expliquen lo que acontece, sin razones que justifiquen las soluciones que se toman, no es concebible legítimamente reconocer una actividad como política. En política, ideas y poder tienen su sitio, aunque funcionen, por lo común, como pareja no muy bien avenida o formen un matrimonio de conveniencia. A veces, incluso, la compulsión del poder termina atropellando la lógica de las ideas, y entonces se enseñorean de la escena los movimientos por sorpresa, el fulanismo y la banalización de la discusión política. Esto es lo que debería evitarse en un congreso de tanta trascendencia para el país como el del PSOE.

Discusión de ideas

No encontrará el partido socialista en otro momento condiciones más idóneas para poder culminar una verdadera discusión de ideas, que sea lo suficientemente sincera como para que, sin dificultades insalvables, pueda asumir las consecuencias estratégicas y de funcionamiento interno que de dicha discusión político-intelectual se infieran. Cuenta, en primer lugar, con el aval de la estabilidad política, base confortable de partida para cuantos proyectos de adaptación y renovación las nuevas circunstancias demanden. En segundo lugar, las profundas transformaciones experimentadas en los últimos años en España, la naturaleza de los cambios que de un modo vertiginoso se están produciendo en el mundo entero representan un desafío permanente para la capacidad de predicción y de inventiva políticas, y demandan una inusitada actividad intelectual innovadora. En tercer lugar, este esfuerzo no hay que improvisarlo ahora, sino que ha venido realizándose a lo largo de los últimos años a través de los trabajos del Programa 2000, acreedor de estima intelectual y cuya relevancia política reside, al menos, en su excepcionalidad entre nosotros. Es tarea, por tanto, muy principal de este congreso culminar estos trabajos, resumiendo sus resultados, determinando cuáles de los objetivos expresados en aquéllos es necesario poner en práctica de inmediato y, sobre todo, afrontando coherentemente las . consecuencias de los mismos. Si no se actúa así, no sólo se despilfarrará la ilusión y el interés de cuantos en dicho proyecto han trabajado, sino que sería una prueba lamentable de que pocos son los responsables políticos que se toman en serio las ideas.

Es bastante probable que nadie contradiga recomendaciones como la que acabo de hacer, puesto que, en la política pluralista, las diferencias no provienen tanto del lado de los principios y las intenciones cuanto del recelo sobre el grado de sinceridad para con ellos. Así; lo que está ocurriendo en estas escaramuzas previas al congreso del PSOE no es que esté emergiendo una diversidad de proyectos, sino que unos están insinuando sus sospechas sobre si tras la literatura de renovación se esconde una resistencia lampedusiana a que algo realmente cambie, y otros, sus dudas a que, tras las proclamas de mayor apertura, existan propósitos más. sublimes que el que en las alturas se produzca otro reparto del poder. Las dudas de unos y las sospechas de otros terminan sepultando en un mar de confusión y perplejidad el debate de ideas. El miedo al cambio y la precipitación por repartirse antes de tiempo sus beneficios sólo producen un desfile de nombres por la pasarela de la opinión pública.

A mi entender, de la paradoja presente sólo se sale aceptando un garante imparcial: la lógica de las ideas. ¿Por qué, entonces, no transitar seriamente por sus argumentos para, sin escamotear ningún paso, desembocar progresiva y ordenadamente en cuantas consecuencias, también para el reparto del poder, se infieran de ese procedimiento?

Pero vayamos por pasos, y evitemos ese trasiego atropellado en el que se confunden la apuesta por las ideas y la lucha por el poder. Empecemos viendo qué innovaciones sugieren las transformaciones producidas en España y en el mundo, la misma aceleración histórica del momento y cuantas estén notariadas en el propio Programa 2000. Hay, por tanto, una agenda de asuntos que deberían ser el argumento dominante del congreso del PSOE.

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Hacer competitivo nuestro sistema productivo y tecnológico, fortalecer el crecimiento económico y cualificarlo desde la perspectiva de la justicia y la solidaridad son retos que requieren dosis de racionalidad e inventiva políticas nada rutinarias. Lograr una. administración más eficaz y más eficiente, mejorar tras una década de desarrollo el modelo autonómico y afrontar decididamente nuevos procesos de descentralización constituyen un proyecto pendiente de realización sobre el que conviene adelantar algo más que buenos propósitos, sabiendo además que del éxito de estos objetivos depende que el bienestar de los españoles se homologue a la media europea. Pero no deberían los socialistas pasar por alto, en su importante asamblea, que no va a resultar fácil avanzar en esa dirección con una opinión pública que recela del poder político y casi ausente de estos asuntos, con una cultura política endeble y en buena medida obsoleta, y con una sociedad civil poco vertebrada y falta de un tejido asociativo abundante. Son éstos, y otros aquí no señalados, problemas de gran calado para cuya resolución los ciudadanos esperan del PSOE iniciativas concretas. Y aunque me expongo a que Victoria Camps me reproche, en este caso por reincidente, esa querencia a buscar en la democracia el remedio universal a todos los males, no veo otro procedimiento para avanzar y vencer los obstáculos que el que arraiguen entre nosotros hábitos de corresponsabilidad y la práctica de la democracia como pacto, favoreciendo, sobre todo el PSOE, estrategias de cooperación ' y transacción con las otras fuerzas parlamentarias, estimulando políticas efectivas de representación social, a fin de que los ciudadanos condicionen, a través de su participación en asociaciones voluntarias, decisiones de los poderes públicos que les afecten.

Nuevas circunstancias

Finalmente, desde la conciencia de que un partido es el instrumento adecuado para llevar a buen puerto estos objetivos, y también desde la convicción de que la forma-partido necesita buenas dosis de renovación, es impensable que un congreso de esta trascendencia agote su agenda sin avanzar las claves de su adaptación interna a las nuevas circunstancias. Las expectativas lógicas que se han levantado deben ser correspondidas con decisiones políticas concretas referidas al modelo de partido, a su funcionamiento, a la distribución del poder en su seno, que sean expresivas de la sinceridad reformista del PSOE. Por eso creo que las resoluciones del congreso deben orientarse a conformar un partido más abierto y representativo, capaz de socializar la política, más democrático, no regateando esfuerzos a la hora de amparar los derechos y garantías individuales de los militantes, y dispuesto a organizar razonablemente su pluralismo interno habilitando un régimen de participación en la toma de decisiones de las distintas culturas que en él conviven.

No minusvaloro los problemas que se han aireado en la crisis del PSOE en Madrid, porque emergen como síntomas de una insatisfacción no bien explicada, de una pereza de los partidos a la hora de discutir con argumentos los asuntos y de una generalizada inclinación a trivializarlo todo. Por eso, estimando necesario cuanto haga confortable y amplia la mayoría, no creo se deba constreñir el debate a un reajuste del poder interno. Merece la pena, más bien, aprovechar las circunstancias favorables, el patrimonio del partido, el esfuerzo de tanta gente a fin de acometer un proceso de renovación del partido que, sin duda, alentará una revitalización de la vida política española. Y sólo se me ocurre un modo coherente de adentrarse en estas aguas sin miedo, sin precipitaciones y sin trampas: tomándose las ideas en serio.

Ramón Vargas-Machuca es primer secretario del Congreso de los Diputados por el Grupo Socialista.

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