Craig Claiborne
Loa al saber gastronómico
El jamón de Jabugo, por fin, se puso de largo en su pueblo, es decir, en el planeta llamado Tierra, y con asistencia de los cerebros que le corresponden: los 50 chefs más cualificados de Europa, Estados Unidos y Japón. El pasado día 4 de este mes de septiembre, en el paraje más sublime de la Costa Azul francesa, en el Museo Ephrussi de Rothschild, a las 13.30, un cortador de primera fila le ofrecía una loncha de la pata curada del gorrino sublime a Craig Claiborne, el crítico gastronómico más sonado de este lado y del otro del Atlántico, en cuyo honor se celebró esta casta orgía puesta en música por la Sociedad de Baños de Mar monegasca. Claiborne cumplía 70 años de vida, y todo lo que suena en el planeta de las cacerolas quiso hablarle de amor, comiendo, bebiendo y gozando como posiblemente sólo se ha hecho en alguna fecha memorable, pero ya olvidada, en lo que va del medio siglo que mengua sin remedio para dejarle paso al tercer milenio.Tras las primeras virutas de jamón, la palabra cedió ante el sueño de lo que puede oler a creación. Pero antes, una palabra en forma de beso al homenajeado por todos los Paul Bocuse del mundo y 200 personalidades multinacionales de este arte de no hacer la guerra comiendo, bebiendo, etcétera Claiborne, desde 1958, ha figu rado en la plantilla de The New York Times. Desde su tribuna ha ilustrado a América del Norte en esto de la ciencia de los fogones. Ha escrito libros, introdujo a todos los grandes de la cocina francesa en EE UU, y es respe tado, en todo el espacio terres tre que come con placer, como un dios del rigor y de las ganas de vivir. La España de Claibor ne data de lejos, de 20 años concretamente. En un aparte se emocionó recordando sus pae llas en Los Caracoles de Barcelona y sus degustaciones de cochinillo asado en el Botín ma drileño. Pero rabia por retornar y en presencia de B ocuse y otros monstruos de esta especie le dijo a Arzak, el representante español de los 50 grandes, que "por lo que más me acucia volver a España es por comer en su casa". Más tarde dijo que también sabía de Zalacaín y otros comedores "donde dan esos platos españoles".
El ágape de mediodía en los jardines del Museo de Cap Ferrat, en torno a un estanque, fue una suerte de acto literario afiña,do de todo lo que es posible beber y comer para no engordar, o para reventar si a alguien le peta el suicidio justificado.
Este rancho bendecidor de carne y espíritu culminó con un instante de lucidez loca, cuando Bocuse se echó ve stido al estanque, y allí le siguieron sus compadres y Craig Claiborné a hombros de un joven que se prestó para la faena.
La noche fue un diccionario desparramado por el universo imaginario de Alain Ducasse, en la sala Imperio del restaurante Louis XV del hotel de París: una docena de vinos, blancos, tintos y espumosos, regaron la merluza de pincho a las pochas del val de Nervia y pimientos en jugo de vinagre viejo, uno de los varios platos del menú de la soirée.
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