_
_
_
_
_

El Madrid despertó sus demonios famillares

Luis Gómez

No hay fatalismo sino fatalidad. El Madrid, empujado por la poderosa inercia de su secular europeísmo, se ha visto forzado a interpretar una leal oposición en su intención de reinstaurar su nombre en la Copa de Europa. El Milán es quien se ha instalado en el trono y ampara su derecho a ocuparlo en la indiscutible autoridad de un juego tácticamente brillante y, además, bello. Es así el Milán un Rey admirado en Europa. Y el Madrid, en la comparación, conserva su prestigio gracias a un rancio, sentido de la caballerosidad. El Madrid es generoso a la hora de aceptar la confrontación, el debate, incluso cuando lo provoca con carácter amistoso. El Madrid invitó ayer a su casa al Milan y la fiesta se convirtió en un nuevo escenario en el que los convidados quedaron prendados del juego que desarrollan los hombres de Sacchi.El despliegue del Milan, no por conocido menos atractivo, amaneció en el césped desde el primer minuto de juego, cortesía que el público advirtió con agrado y que demuestra la extraordinaria personalidad de este equipo, que no conoce la tacañería. Pero no un minuto después sino muchos minutos antes del encuentro, el Madrid también desveló sus intenciones y, lo que resultó evidente, sus frustraciones. Si el Milan se colocó en el campo sinceramente, el Madrid dispuso su estrategia en función del Milan. No empleó Toshack esta vez el reprobable recurso al balonazo del portero, pero sí colocó a Llorente y a Villarroya descaradamente abiertos a las bandas con la idea de abrir brecha en la zona Sacchi. Toshack no reabrió el reciente debate entre alineación de titulares y alineación de reservas (Sacchi inventó hace un año el Milan A y el Milan B siguiendo las instrucciones de Berlusconi, por lo que una iniciativa semejante tiene sus precursores). Toshack puso una alineación para intentar la victoria sobre el Milan. El Madrid, por tanto, no se presentó a sí mismo ante su afición aunque, de alguna forma, quedara al desnudo en público. Y, desnudo, salieran a relucir sus demonios familiares.La eficacia del sistema que pone en juego el Milan ha originado a lo largo de los años una variada mezcla de interpretaciones que van desde las que caritativamente buscan excusa en el fatalismo a las de quienes sentencian que se trata de una mera fatalidad. Para unos el destino es cruel con el Madrid, que siempre encuentra una lesión, un penalti, una desgracia que entorpece su actuación ante los italianos. Para otros, el Milan es mejor que el, Madrid, y punto. Y lo es por numerosas razones.

Ayer, Hugo Sanchez buscó al portero como si de un encuentro oficial se tratara, al igual que el astuto Hagi se acercó a la banda de Llorente para encontrar una grieta por la que tener alguna oportunidad de pisar el área. Ambas acciones revelaban la seriedad con que los madridistas afrontaron este, partido oficioso.

Todo resultó inútil, ocioso. El juego del Milan fluía armoniosamente por la cancha y, previo aviso de una internada de Carbone al minuto 6, propuso una primera diferencia en el minuto 15 con el beneplácito de un tímido rechace de Spasic que permitió a Carboné rectificar su actuación anterior. El discurso no varió a pesar de ello y el Milan alcanzó una ventaja más amplia 23 minutos después cuando la sociedad Van Basten-Gullit provocó un penalti. Penalti, por cierto, que deja secuelas porque el yugoslavo Spasic, un armario algo más rígido que el argentino Ruggeri, inicia la temporada bajo un estado de sospecha permanente.

Quienes prefieran el amparo al fatalismo hurgarán en anécdotas tales como el penalti que falló Hugo Sánchez, la lesión de Llorente o el desgraciado tercer gol Si el fatalismo es consecuencia de la fatalidad tampoco es argumento desmedido.

El público reaccionó a conciencia, harto de explicaciones fútiles, y acabó ovacionando una jugada airosa del lateral Tassotti, un hombre tenido por uno de los menos técnicos del Milan. Discurría el partido por el segundo periodo, periodo para el que Toshack prescindió de Spasic por precaución, puesto que el público había encontrado en el yugoslavo un personaje en quien concentrar sus iras. Cinco minutos después de la ovación a Tassotti llegó el gol de Parra, un churro se mire por donde se mire, un cabezazo bien intencionado que alcanzó una órbita envenenada que lo transportó a la red. Pero el público no se creyó el gol, ni esperó nada más. Había visto suficiente. Todo un síntoma de fatalidad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_