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Tribuna:XXXII CONGRESO DEL P.S.O.E.
Tribuna
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Pluralismo y democracia en el partido socialista

Son notorias las tensiones dentro de lo que se conoce como mayoría interna del PSOE, que es una coalición amplia e informal de grupos y personas, formada durante el proceso de refundación del partido en la década de los setenta. Las dificultades actuales ponen de manifiesto problemas de articulación del pluralismo interno de esa coalición, que nunca ha sido plenamente homogénea desde el punto de vista ideológico y que debe su unidad, sobre todo, al papel aglutinador del liderazgo de Felipe González y al modelo institucional fuerte y centralizado del partido socialista.La erosión de esa coalición seguramente obedece, en buena medida, al surgimiento de nuevos factores organizativos, como son las tensiones entre el aparato central y diferentes aparatos regionales, la insuficiente representación de algunos sectores de la mayoría en la dirección nacional del partido, y el anuncio por Felipe González de su intención de retirarse. Descartada esta hipótesis, que era el mayor factor de desestabilización de la mayoría, existe la oportunidad, tal vez irrepetible, de asegurar su consolidación mediante una aceptación explícita de su pluralidad interna, que se refleje en la composición y funcionamiento de los órganos dirigentes del partido.

Efectividad limitada

Sin embargo, a mi juicio, la atención no debe centrarse en la sola dimensión del pluralismo interno, porque las necesidades actuales del sistema político e incluso sus exigencias normativas piden una revisión más general del modelo organizativo del PSOE y de los restantes partidos políticos.

En el caso del PSOE, hay que tener en cuenta que, aunque presenta las características funcionales de un partido de orientación electoral (reducción del bagaje ideológico, debilitamiento de los lazos tradicionales con las organizaciones sociales afines, gran heterogeneidad de su base electoral), sigue conservando un tipo de organización que responde al modelo clásico de los partidos de masas (centralidad del aparato político-funcionarial, fuertes lazos organizativos de tipo vertical, preeminencia de la dirección del partido sobre el resto de la organización y sobre el grupo parlamentario).

Esta organización tiene, sin embargo, actualmente una efectividad muy limitada (la tasa de afiliación del PSOE es comparativamente muy débil, como lo es también la de los demás partidos españoles) y no ofrece suficientes oportunidades de participación, como resultado de un modelo de democracia interna excesivamente mediata y rudimentaria.

Lo primero se manifiesta principalmente en el hecho de que, en las cuestiones de alcance nacional, el afiliado sólo puede participar de manera indirecta, mediante la elección de compromisarios. El Congreso, concretamente, procede de una elección de segundo grado (los afiliados en las agrupaciones eligen delegados provinciales, y éstos, a los miembros del Congreso), siendo ya de tercer grado la elección de la Ejecutiva nacional. La incertidumbre sobre el carácter del mandato (imperativo o representativo) en este modelo potencia también adicionalmente la función mediadora de los niveles superiores y medios de la organización.

Por otro lado, la democracia intrapartidista parece rudimentaria porque carece todavía de muchas de las garantías características del constitucionalismo. En este sentido, por ejemplo, pueden mencionarse la falta de diferenciación entre el procedimiento electoral interno y el procedimiento asambleario (con la consecuencia de que las votaciones no tienen lugar con horario amplio y prefijado, sino breve y dependiente de la dinámica de la asamblea), o las restricciones al derecho de voto individual (como las que padecen los delegados del Congreso socialista que no pueden votar para elegir la Mesa del Congreso, la Comisión Ejecutiva y otros importantes órganos, en cuya elección sólo participan los portavoces de las delegaciones).

Un mal general

Aunque este análisis podría continuar, lo que importa es añadir que las deficiencias democráticas que puedan hallarse en la organización del PSOE no son exclusivas de este partido y que, por el contrario, con rasgos específicos, pero no con menor gravedad, aparecen en los demás partidos españoles (y en buena parte de los europeos). Entre otras razones, ello se debe a que el modelo del partido de masas, inventado por la izquierda en el siglo pasado, y cuyas tendencias burocráticas y oligárquicas fueron denunciadas por Michels, ha sido durante décadas el paradigma de la organización partidaria moderna (baste pensar en las reflexiones de Duverger sobre esta materia), y, por consiguiente, las fuerzas del centro y de la derecha se han esforzado por adoptarlo en todos sus aspectos, con más o menos éxito (evidentemente con menos éxito, en el caso español).

Al ser el mal tan general, la terapia apropiada no puede ser singular; en otras palabras, como hace falta garantizar la coherencia democrática interna de todos los partidos, es preciso limitar su autonomía estatutaria mediante una regulación legal. Sin embargo, la actual Ley de Partidos Políticos de 4 de diciembre de 1978, una norma preconstitucional, deficiente por distintas razones, es inútil a estos efectos, por sus exigencias raquíticas en lo que se refiere a la organización y el funcionamiento de los partidos.

El laxismo de esta norma legal es, además, incoherente con la Constitución, que reconoce a los partidos el carácter de "instrumento fundamental para la participación política", añadiendo que "su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticas". Por consiguiente, no sólo la ética política, sino también el Derecho Constitucional exigen reformar esa ley.

Es cierto que no abundan los modelos válidos para orientar esa reforma, aunque hay referencias interesantes en el derecho alemán. En todo caso, el hecho de que los precedentes sean exiguos no debe resultar disuasorio, porque la reforma legal no debe proporcionar una regulación completa del modelo organizativo, sino garantizar algunos criterios básicos. Entre ellos, habría que incluir, a mi juicio: la elección directa de los miembros de los congresos y su derecho de voto sin restricciones, así como un procedimiento electoral no asambleario.

Posibles resistencias

Cualquier propuesta reformista que se mueva en esa dirección, aunque sea moderada, suscitará probablemente resistencias, pero estoy convencido de que ese núcleo de principios, así como otras innovaciones más radicales que los partidos podrían introducir en sus estatutos, serían funcionales para ellos y para el sistema en su conjunto ' que, al convertirse en Estado de partidos, exige -como escribió García Pelayo- la garantía del status de la libertad interna y no sólo externa de los partidos políticos.

El partido socialista ha sido un factor fundamental de la experiencia democrática en España. En su activo histórico figura la lucha por la incorporación de las clases populares a la vida política durante la Restauración; su papel central en la coalición gubernamental del primer bienio de la República; su participación destacada en la oposición antifranquista y en la etapa de la transición, y, desde 1982, su acción de gobierno, decisiva para la consolidación del sistema. Ese prolongado compromiso con la democracia permite albergar la esperanza de que en su próximo congreso acepte el desafío de profundizar la democracia y el pluralismo en su propia organización, y de impulsar asimismo la renovación del ordenamiento legal español en esta materia.

es profesor titular de Derecho Constitucional y miembro del PSOE.

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