"Tuvimos que dejar en Liberia enfermos condenados a morir"
Los misioneros del hospital español de Monrovia relatan en Madrid su dramática evacuación
Los 10 misioneros españoles que dirigían el hospital de San José en Monrovia, la capital de Liberia, no tuvieron tiempo ni siquiera para cambiarse las ropas de quirófano cuando el pasado sábado, en una hora, tuvieron que evacuar, junto a decenas de heridos, su centro sanitario, el único que seguía activo en la capital liberiana tras siete meses de guerra civil. "No podíamos llevar a todos los enfermos con nosotros y tuvimos que hacer una rápida selección a sabiendas de que quienes se quedaban estaban condenados a morir", dice Justino Izquierdo, director del centro, tras su regreso ayer a Madrid junto a otros ocho compañeros. Tras la marcha de los religiosos, Monrovia queda sin asistencia médica.
Los morterazos y obuses llovían alrededor del hospital de San José en Monrovia, cuando el pasado sábado los religiosos españoles se disponían a iniciar un nuevo día de trabajo. Desde hacía tres días, la zona en la que se halla el centro se había convertido en el escenario de encarnizados combates entre las fuerzas gubernamentales del presidente Samuel Doe y la guerrilla del Frente Patriótico Nacional al mando de Charles Taylor.Un proyectil había estallado el viernes en una de las dependencias del hospital sin causar víctimas. Otras bombas habían estremecido la laguna y la playa de cocoteros que bordean el recinto del centro sanitario.
"Se convocó urgentemente una reunión de todo el personal médico, incluidos los miembros del equipo belga de Médicos Sin Fronteras que durante más de un mes trabajaron sin descanso con nosotros", explica Justino Izquierdo. "Tuvimos que discutir tumbados en el suelo porque las obuses silbaban sin parar y las balas atravesaban las paredes por todos lados", añade.
"Teníamos problemas de abastecimiento pero, por suerte, José -responsable de la administración- la semana anterior había logrado un cargamento de pollos congelados, lo que nos iba a dar un respiro de varios días al regimen a base de alubias negras a que nos había obligado el racionamiento de los víveres", explica, y señalar con humor su ahora estilizada silueta. "Lo más grave era la escasez de combustible" añade. "Pero acordamos que mientras el personal liberiano permaneciese en sus puestos y los medios lo permitiesen, los de San José no nos moveríamos de allí", añade.
Justino tiene sobre sus espaldas 25 años de vida en África, 18 de ellos en Liberia. Fue testigo del sangriento golpe de Estado con que el actual y tambaleante presidente se hizo con el poder. A pesar de su talante bonachón, Justino tiene una energía de acero que puso a prueba cuando, en varias ocasiones, el tiránico Doe lo convocó a su palacio para acusarle de no haber curado como debido a sus familiares.
Pero para él, estas son meras anécdotas. Nada comparable con la marca que ha dejado en él la matanza que los soldados gubernamentales realizaron hace un mes en la vecina misión luterana, en la que se calcula que murieron al menos 600 refugiados de las tribus Guio y Mano afines a la guerrilla. "Al día siguiente de la tragedia, al pasar ante el recinto, nos dimos cuenta de que, entre los cadáveres había supervivientes que no se atrevían a pedir auxilio por temor a que los soldados los remataran. Eran sobre todo mujeres, y niños que habían quedado tapados por los cadáveres de las madres", explica con angustia Justino. "Las heridas de los supervivientes eran horribles: bebés ensartados por bayonetas o con la cabeza destrozada de haberlos golpeado contra las paredes..." Bajo la amenaza de los soldados, lograron rescatar a unos 60 niños heridos.
A partir de ese momento esperaron la ocupación de los combatientes por la libertad con la esperanza, luego frustrada, de que con ellos acabarían los desmanes. Por fin el viernes, Amado Casado, leonés de 60 años, técnico de las transmisiones por radio del hospital, había enviado un mensaje optimista a la emisora de sus correligionario s en Madrid, poco antes de que se produjeran las explosiones: "Las hormigas -los rebeldes- nos han visitado esta mañana y han dicho que el hospital está bajo su protección y quieren que continuemos nuestro trabajo".
El día siguiente, con voz entrecortada, Amado anunció la evacuación del hospital. "Todo fue muy rápido. Los rebeldes regresaron el sábado por la mañana para pedirnos que evacuásemos a los enfermos a otro centro más seguro pues temían un fuerte contrataque de los militares", explica la navarra María Luisa Górriz. "I_a mayor parte del personal y heridos se habían esfumado ante el pánico a las bombas. Decidimos aceptar la oportunidad que nos daban los rebeldes al ofrecernos su escolta. Nos dieron una hora de tiempo para prepararnos", añade.
"Los guerrilleros nos pusieron como condición que no trasladásemos con nosotros elementos conflictivos es decir, soldados gubernamentales o miembros de las etnias krahn del presidente Doe o de los mandingos",explica Sagrario, hermana de María Luisa. "No teníamos suficientes coches. Tuvimos que hacer una rápida selección de los heridos. Dimos preferencia a las mujeres y los niños", añade la religiosa. Atrás tuvieron que dejar a al menos 15 soldados que, sin posibilidades de recibir asistencia médica tras su marcha, están condenados a morir.
Escoltado por un vehículo de guerrilleros, el convoy se puso en marcha. Lograron reunir 45 vehículos. Fueron cuatro días de marcha rumbo a Costa de Marfil, desde donde ayer regresaron en avión a Madrid.
Ahora, todos ellos expresan el mismo deseo: "A pesar de la pesadilla que hemos vivido", dicen, "en cuanto podamos, volveremos a Liberia"
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