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Reportaje:CRÓNICAS DE VERANO

Días tranquilos en Deià

Para el español medio, Deià es ese lugar en el que cada año por estas fechas se fotografía a Narcís Serra luciendo barriguita y calzón de baño, encaramándose a la barca mientras, al fondo de la foto, dos sujetos corpulentos exhiben bolsito guarda-pistolón y miran hacia todas partes en previsión de atentados. Para los aficionados a la literatura, Deià es el lugar en que se instaló Robert Graves en 1929 y en el que escribió (para pagar deudas y en solo un año) la obra que le daría justa fama a través de la televisión"-,"Yo, Claudio". Los aficionados al rock and roll identifican Deià como el pueblo en el que Kevin Ayers pilla sus cogorzas, Mike Oldfield medita sus próximas grabaciones y Richard Branson, magnate de Virgin Records, descansa de sus múltiples ocupaciones mientras se va haciendo con el lugar casa a casa. Todos ellos tienen conciencia de que Deià es un paraje especial, aunque ninguno sabe exactamente por qué. En cualquier caso, Deià, como Cadaqués, está envuelto en un aura de prestigio paradisiaco que empezó a gestarse a principios de siglo, cuando aún vivía el archiduque Luis Salvador y el pueblo era visitado esporádicamente por pintores, escritores y artistas en general a la caza y captura de un decorado agradable en el que poder crear en paz.Para Andreu Ferret, editorialista del Diario de Mallorca y personaje histórico del periodismo balear, Deià se ha salvado de la degradación física que ha afectado a tantas zonas de la isla por su carácter de lugar recóndito y de difícil acceso al mar. "Los mallorquines, si les hubieran dejado, habrían hecho apartamentos en la catedral", me dijo fatalistamente el señor Ferret durante una de las veladas literarias que organiza Juanito March en Son Galcerán, esa espléndida mansión a medio camino entre Valldemosa y Deià que le regaló su padre cuando cumplió los dieciocho años. Realmente, el acceso al mar es complicado en Deià, aunque no más que en pueblos como Estellencs o Banyalbufar. En esos lugares, bajar a la cala es un agradable Paseo que se convierte en una tortura china cuando hay que desandar el camino. Puede que al ministro Serra le suban en la sillita de la reina sus guardaespaldas, pero yo, que regresé al pueblo a pie, puedo asegurarles que eché el bofe a conciencia, sintiéndome como uno de esos 40.000 caminantes que, año tras año, son embaucados por el tabernero Tolo Güell, todo un héroe local, para subir a pie desde su bar en Palma hasta el monasterio de Lluc (una muestra de mallorquinidad, según él, quien, por cierto, se hace el recorrido en moto).

Lugar de moda

Deià formó parte en tiempos pasados de la zona de influencia del archiduque Luis Salvador, personaje muy querido en la isla al que el mentado Juanito March se encargó de desmitificar a través de un libro en el que le presentaba como un sujeto bisexual y libidinoso que acabó reventando de sífilis en 1915. En la actualidad es un lugar de moda en el que conviven mallorquines, forasteros, extranjeros y algún que otro artista con vocación de loser que confundió la creación pictórica o literaria con la ingestión de ginebra.

Fue la inefable Gertrude Stein (esa amiga de los artistas a la que Woody Allen crucificó en un cuento hilarante) quien informó a Robert Graves de la existencia de Deià. Eso me contó Lucía, la hija del escritor, mientras tomábamos una copa en su casa en compañía del escritor y diplomático Fernando Schwartz, quien se construyó hace siete años una casa en el vecino Llucalcari, junto a la del músico Joan Bibiloni (otro héroe local). Graves apareció por Mallorca en 1929 con la poetisa norteamericana Laura Riding. Dando muestras de una actitud típicamente británica, compartida por gente como Graham Greene, Gerald Brennan o los hermanos Durrell, Robert Graves buscaba la paz y el contacto con la naturaleza. No se puede esperar menos de alguien que se ha despedido de su mundo con un libro titulado Adiós a todo eso.

"El libro molestó a cierta gente en Inglaterra", me dijo Lucía, traductora al español de una ¡mportante parte de la obra de Robert Graves, que prepara una primera novela de la que no quiere decir ni pío, "pero tampoco creo que eso le quitara el sueño. Mi padre nunca se preocupó mucho por lo que los demás pensaban de él. Simplemente, la guerra le conmocionó de una manera muy profunda y le ayudó a tomar la decisión de abandonar Londres y buscar un lugar más agradable para vivir, un lugar que tal vez le hiciera recordar la paz que experimentó en su infancia, cuando vivía en Gales. Buscaba un lugar en el que se pudiera vivir en paz, así que el Mediterráneo era una elección lógica, sobre todo si tenemos en cuenta su fascinación por el mundo clásico. O Grecia o Mallorca, y se quedó en Deià".

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La presencia de Graves en Deiá no contó con ningún tipo de hostilidad por parte de los indígenas. En todo caso se le ignoraba educadamente, actitud muy mallorquina: a Cela nunca se le hizo demasiado caso y Miró fue, durante toda su vida, "el marido de Pilar". En el resto de España, por otra parte, nadie reparó en su presencia hasta que empezó a emitirse por televisión la adaptación de "Yo, Claudio". Antes de eso, el único acercamiento español al señor Graves lo protagonizó el entonces ministro Manuel Fraga.

"Fraga le pidió a mi padre que diera una conferencia en Madrid sobre el auge del turismo en Baleares, me contó Lucía, "y mi padre recurrió a un curioso chantaje para acceder a sus deseos. Le dijo que de acuerdo, pero que a cambio podría encargarse de traer la electricidad a Deià. Fraga aceptó. Gracias a eso, Deià fue el primer pueblo de Mallorca que tuvo la tensión a 220". Aparte de este encuentro al más alto nivel, Graves no se trató con casi nadie. Cosa lógica, ya que alguien que ha dicho adiós a todo eso no tiene por qué decir hola a todo esto. Graves, sencillamente, se contentaba con escribir, comprar casas y montar, una vez al año, una representación bufa en el pequeño anfiteatro de su casa en la que participaban los miembros de su círculo. En esa obra se pasaba revista humorísticamente a todo lo que había acontecido en la isla durante la temporada y constituía, sin duda alguna, una deliciosa cachupinada muy propia de un grupo de extranjeros que ha conseguido tomarse la vida como algo que nada tiene que ver con una tragedia.

Actitud colonial

Otros extranjeros gloriosos aterrizaron por Deià durante los años cuarenta y cincuenta, compartiendo con el clan Graves la misma actitud flotante y colonial. Errol Flynn fue uno de ellos, y su paso por Mallorca quedó inmortalizado en la novela corta de Eduardo Jordá y Pere Joan El cielo de septiembre. También Ava Gardner, de quien se cuenta que intentó encarnarse, sin éxito, con un apuesto guardia civil.

A finales de los cincuenta, apareció Allan Sillitoe, padre literario del free cinema con novelas como Sábado noche, domingo mañana o La soledad del corredor de fondo. En los sesenta llegaron los hippies y los aprendices de artista que no habían quedado encallados en Cadaqués. Gente como Robert Wyatt y Kevin Ayers, los disidentes de Soft Machine. O como Mike Oldfield, el músico que enriqueció a Richard Branson, permitiéndole, entre otras cosas construir ese hotel de lujo que es La Residencia. El último en aparecer ha sido Michael Douglas, cuya esposa, Diandra, creció en la zona...

De este modo, en el transcurso de un siglo, Deià se ha convertido en uno de los pueblos más caros de España, dotado de una magia que nadie te sabe describir muy bien pero que, a juzgar por el precio de los gin tonics, debe existir de manera incontrovertible.

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