Renfe no mejora nuestro tren de vida
Los usuarios de la línea de cercanías Guadalajara-El Escorial hemos tenido en días pasados el privilegio de ser los primeros en disponer de los nuevos trenes de dos pisos. Los responsables de la compañía han hablado de ellos como si fueran la solución perfecta para el desplazamiento de viajeros en las grandes aglomeraciones urbanas. Sin embargo, la impresión que uno ha podido obtener después de varios viajes está muy lejos de compartir este optimismo por las razones que se exponen en estas líneas. Vaya por delante la afirmación de que estas reflexiones son las de un ferviente partidario del transporte colectivo, y más concretamente del tren.Las mejoras técnicas de estos nuevos convoyes de dos pisos -mejor tracción, más rapidez, mayor seguridad, mejor suspensión, etcétera-, hay que suponerlas. Hay, además, otras que no hace falta suponer, puesto que saltan a la vista y al oído: el diseño, el aire acondicionado, la música ambiental y los cristales tintados. Y aquí se acaban prácticamente las mejoras para el usuario, porque el resto de los cambios introducidos son a peor con respecto a los vagones antiguos.
Cuestión de gamberros
El primero de estos cambios es que los asientos resultan durísimos. Los responsables de Renfe, al parecer, han dicho que tienen que ser duros para que los gamberros no los rompan. Bonita excusa: en lugar de perseguir y multar a los culpables se martiriza a los pacíficos ciudadanos obligados a desplazarse de una ciudad a otra. Pero no sólo son demasiado duros: es que son demasiado estrechos y los respaldos resultan demasiado bajos. La estrechez se debe al aumento de asientos por fila -han pasado de cuatro a cinco personas-, lo que redunda en un pasillo central tan angosto que cruzarse con otro viajero va a ser maniobra poco menos que imposible.Con el acortamiento de los respaldos vamos a perder ciertas dosis de seguridad para nuestras cervicales y, sobre todo, una de las prestaciones que más podía reconciliarnos con Renfe: las reparadoras cabezadas que solíamos echar de casa al trabajo y del trabajo a casa. Se han suprimido también -por la obsesión de ganar espacio- los brazos de los asientos, pérdida muy dolorosa para quienes, bien servidos de sueño, preferían leer el periódico durante el trayecto. Si no podemos leer el periódico, si tampoco podemos dormir, si tenemos que amontonarnos unos encima de otros por la estrechez de los asientos y si acabamos cada día con dolor de espalda, ¿de qué nos servirá que nos pongan música ambiental? Una última pérdida para que la tortura acabe siendo completa: se han suprimido las bandejas portaequipajes.
En resurnidas cuentas, la conclusión que uno puede extraer después de varios viajes en estos nuevos trenes de dos pisos es que quizá sus creadores hayan ganado algún premio de diseño industrial, pero indudablemente no los utilizan a diario para ir a trabajar. No obstante, todavía están a tiempo de corregir estos fallos y de comprender que cuando el presidente regional, Joaquín Leguina, se refirió a la "mentalidad de metro" que debían adoptar las cercanías de Renfe, estaba hablando de la frecuencia y rapidez del servicio y no de la incomodidad absoluta de los vagones.
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