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ITALIA 90

Schillaci salvó de nuevo a Italia de la angustia

Santiago Segurola

El instinto de Schillaci, el sicillano del Juventus de Turín, alivió el duro trago de Italia ante Uruguay, que dio un curso sobre el arte de enfriar un partido y convertirlo en un material intrincado y difícil de masticar. Schillaci es como su gol: un tipo directo, seco, crecido en la adversidad. Tiene 26 años, pero aparenta media docena más. Su corte de pelo es el de un miliciano. Todo su porte y su carácter le distinguen del resto de los jugadores de su selección italiana, refinados, con un adjetivo brillante en la boca, unos príncipes.Schillaci habla poco y siempre es tajante. Así fue su gol, cuando Italia sufría la complicada resistencia de Uruguay. Serena, que acaba de entrar a la cancha para buscar algún remate de cabeza, logró enviar un pase rápido y vertical al borde del área uruguaya y, allí, Schillaci se escurrió como el gas y enganchó un zurdazo sorprendente, muy seco, que superó a Álvez, quizá un par de metros adelantado.

El gol de Schillaci acabó con los numerosos problemas que hasta entonces había encontrado el equipo de Vicini. La determinación de sus jugadores fue extraordinaria, como siempre, pero el juego no llegó. Uruguay, experta en dictar el tempo de los partidos complicados y especular en la cancha, llevó un juego al paso, con todo el interés en cortar la armonía de los italianos y llevarlos al delicado terreno de la tensión y la incertidumbre, al de los nervios.

Esta vez Uruguay no utilizó la estopa como en los últimos años. Sus jugadores cometieron las faltas necesarias para romper el sentido del ritmo del rival, pero no cayeron en la tentación barriobajera, algo que cabe agradecer a sus futbolistas y su entrenador, Tabárez. Su tratado de frío futbolístico llegó por una vía académica: pases cortos, buenos marcajes, alteración de las rutas habituales de abastecimiento del juego italiano, escasísima predisposición para aventurarse en. el ataque..., el viejo arte uruguayo, en definitiva.

Sin Donadoni

Ante este equipo, Italia echó vigor y deseo en la cancha. La ausencia de Donadoni fue muy dolorosa para un equipo que no encontró un director de juego adecuado. Giannini estuvo correcto, pero no fue capaz de llevar toda la carga que se le vino encima por la ausencia del gran Donadoni, generoso y hábil, capaz de desbordar, pasar y encontrar soluciones en el ataque. Esta fractura en el centro del campo llevó al desastre a Berti, que apareció como un jugador de tranco largo e ideas cortas.

Pese a las dificultades, Baggio y Schillaci siempre dieron sensación de poder desbordar a la defensa uruguaya. Dos jugadores ágiles como éstos, llenos de ambición y atrevimiento, son una garantía impagable para cualquier equipo. El problema es que esta vez Italia dependía en exceso de cualquier explosión de genio de sus delanteros.

Italia llegó al último tercio del partido con un panorama muy definido: dificultades de traslación del balón, gran intensidad en sus jugadores, un enorme gasto de energía, una defensa eficaz en todo punto, entre las mejores que se han visto en los cinco últimos mundiales, y la posibilidad siempre abierta de una solución definitiva por la vía de Baggio o Schillaci.

Con Serena

Vicini también vio los problemas y metió a Serena en la cancha. Serena es un cabeceador, un delantero con posibilidades si se llegaba a los últimos minutos con un bombardeo a la puerta uruguaya. Serena confirmó su fama con el remate aéreo del segundo gol, pero su mejor acción fue el pase rapidísimo entre las piernas de un uruguayo que coronó Schillaci con ese tiro de pistolero que caracteriza a los delanteros grandes.

Tras el gol, Italia recuperó casi todo su aliento y subió en su juego. De nuevo era la selección que cuenta con todos los vaticinios para ganar el Mundial. Pero antes tuvo que soportar un partido muy complicado, un encuentro que los uruguayos manejaron con su vieja habilidad para especular en la cancha. De alguna manera, la capacidad de la selección italiana para superar un encuentro tan árido es el mejor partido para creer en sus posibilidades finales.

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