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El desplazamiento de las minorías burocráticas

Uno de los fenómenos más significativos que se advierte hoy -a juicio del autor del artículo- en el seno de la sociedad española es el que podría denominarse desplazamiento de las minorías burocráticas y funcionariales.

Hace años, el funcionariado, considerado en sus estratos más selectos, se incrustaba en todos los núcleos de poder y ejercía el dominio no sólo administrativo, sino también político en nuestro país. Los altos cuerpos de la Administración integraban lo que un sociólogo, Beltrán Villalba, ha llamado la "elite burocrática española", la cual, en estos últimos años, ha visto desmoronarse lenta pero inexorablemente sus poderes e influencias, y teniendo, como respuesta a la nueva situación, que desplazarse hacia otras áreas y sectores donde encontrar más adecuada ubicación.. Este fenómeno, en su doble vertiente de ocaso de la tradicional hegemonía de las minorías funcionariales y de su instalación en otros ámbitos no se produce en exclusiva dentro de nuestras fronteras, sino que ha Regado a otros Estados en los que, como en el nuestro, se asiste al lento declinar del protagonismo de los burócratas en lo político y administrativo; para, a cambio y como compensación, reforzar sus posiciones en lo financiero, lo económico, lo mercantil, lo industrial, etcétera. Así, Donald C. Rowat, en 1985, presentó en el 13º Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Ciencia Política una ponencia en la que el profesor canadiense trataba ya de demostrar, aportando las pruebas correspondientes a 20 países, cómo en ellos se han venido aplicando estrategias y métodos tendentes a reducir la presencia de la burocracia y a incrementar el juego de los factores políticos e ideológicos.

Nuestro país está plenamente inmerso en este proceso de transformación que se detecta en las sociedades democráticas; y es porello uno de los que Donald W. Rowat incluye en su investigación. A diferencia de lo que su cedía hace años, pocos se atreve rían a afirmar que, en la actualidad, los mejores talentos son captados por la Administración, y que los más sobresalientes graduados, salidos de la Universidad, se dirigen al asalto de los despachos ministeriales., No es así, Santamaría Pastor, catedrático de Derecho Administrativo, ha calificado de gravísimo el hecho de que "el conjunto de licenciados que nutre las filas de los aspirantes al ingreso en la función pública ya no es, ni con mucho, el segmento superior de los currículos universitarios; naturalmente, con las excepciones de rigor".

Todos los que hace años defendimos que en las Administraciones públicas estaban y debían estar colocadas las mejores cabezas del país hemos de empezar a rectificar si somos verdaderamente conscientes de lo que está aconteciendo a nuestro alrededor. Las causas de esta gran mudanza son muy diversas. Las hay de tipo económico, porque la Administración nunca podrá competir con el sector privado a la hora de pagar a sus cerebros y gestores de alto nivel, y cabe pensar que esta imposibilidad se irá acentuando con el paso del tiempo.

Causas profesionales

Las hay de tipo profesional, porque nuestra Administración, tan cambiante en sus decisiones y tan extremosa en sus concepciones, no ha logrado todavía garantizar una auténtica carrera administrativa a sus funcionarios superiores, sometidos al vaivén de los ascensos y descensos en su trayectoria profesional. Las hay de tipo funcional, porque la Administración prefiere, cada vez con más rotundidad, encomendar las tareas típicas de los funcionarios selectos a consultoras, despachos de abogados ilustres, bufetes de relieve, gabinetes de los partidos, etcétera, dejando para la burocracia ministerial las misiones menos gratificantes y más rutinarias y repetitivas. Y las hay, finalmente, de tipo político porque nuestra sociedad, al acceder a un sistema democrático y pluralista, ha facilitado la actuación de los militantes y simpatizantes de los partidos en los peldaños más altos del aparato estatal, relegando a los funcionarios a puestos de menos relieve.

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Conociendo por dentro nuestra Administración no debe sorprender que estemos, por tanto, asistiendo a la aparición de unos hechos que invitan a la reflexión. Por un lado, no llega sangre nueva y escogida a las filas administrativas, porque las empresas públicas, los grandes bancos, las multinacionales, etcétera, tiran con fuerza de los profesionales salidos de las aulas universitarias y los incorporan a sus plantillas sin que la Administración sepa cómo reaccionar. Y, por otro, se está originando el éxodo creciente de muchos funcionarios que desertan de sus destinos públicos y se desplazan hacia otros más atractivos en lo profesional, económico y social.

Los vientos que soplan no parecen muy favorables para las Administraciones y sus servidores más cualificados. Hace años, los altos burócratas de este país mandaban y dominaban en el terreno político y administrativo. Hoy ya no mandan ni en uno ni en otro. Mañana corren el riesgo de convertirse en unos egregios esclavos y en unas piezas anónimas de la gran maquinaria oficial. Por eso, los que adivinan los signos de los tiempos y presienten este porvenir tan poco grato en lo humano y en lo profesional, los que no quieren verse politizados en grado creciente, los que aman la creatividad y reniegan de lo rutinario, se acaban planteando tarde o temprano la decisión de dejar la Administración y desplazarse a otro puesto de trabajo del sector privado.

El panorama que tenemos delante no invita precisamente al optimismo. Privada la Administración de sus mejores profesionales, los niveles en ella de incompetencia y medianía son particularmente notorios, aparte de singularmente graves. Quiere decirse entonces que si no preparamos en el futuro buenos gestores públicos, o si una vez formados se marchan hacia otros campos solicitando la excedencia, estaremos obstaculizando que este país pueda, algún día, disponer de una, Administración prestigiada, respetada y eficaz.

Vicente María González-Haba es administrador civil del Estado.

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