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Granitos

Rosa Montero

Hay gestos cotidianos, en apariencia inofensivos y banales, que son en realidad afinados emblemas de nuestro subconsciente. Reflexionaba yo el otro día sobre tan honda verdad mientras corría afanosamente en pos de un amigo con la aviesa intención de espachurrarle una espinilla. Es decir, de súbito comprendí que me encontraba en los umbrales de un ancestral misterIo, a saber: ¿por qué las mujeres solemos padecer esa morbosa y algo cochina afición a extraerles las espinillas a los varones?Algo tiene que haber, algún trauma fundamental se enroscará callada y oscuramente en nuestro ánimo para que las chicas mostremos semejante delectación por una actividad tan Insulsa y tan bárbara. Pensando, pensando, se me ocurre que esa obsesión por limpiar los poros viriles de inmundicias quizá no sea sino el símbolo de esa otra pretensión, tan femenina, de limpiar de polvo y paja la vida de los hombres que tenemos a mano. Me refiero a la ambición redentora que padecemos las mujeres, a nuestra intensa vocación de salvadoras. ¿Qué mujer no ha querido regenerar cuando menos a un varon en su vida? ¿Qué chica no se ha sentido tentada alguna vez por esa especie de narcisismo misionero del "yo a éste le centro", "yo a éste le saco de la depresión", "yo a éste le hago un hombre"? Una pretensión condenada al fracaso, porque la realidad es obstinada y el carácter de las personas mucho más. Algo de ello, de ese embeleco de salvaora de hombres perdidos, está patente en Átame, estupenda película de Almodóvar.

Así es que a lo mejor lo de apretar granitos (extraer hasta la raíz las impurezas) no es sino una sublimación de esa ansiedad regenerante. No consigues que el hombre en cuestión deje de beber lo mucho que bebe o que sea cariñoso en vez de un cardo, pero, por lo menos, puedes reventarle una espinilla. Quién sabe: quizá muchas parejas sigan estando juntas gracias a eso.

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