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La ilusión rota

Antonio Elorza

Cuando es nombrado primer secretario del Partido Comunista Checoslovaco, el 5 de enero de 1968, Alexander Dubcek tiene ante todo fama de hombre moderado, inclinado al compromiso, y aun a la indecisión. Curiosamente, y a pesar de la intensidad de los cambios experimentados bajo su mandato, los hechos confirmarán esa caracterización. Así, en la trágica coyuntura de agosto del mismo año, con los tanques soviéticos en las calles de Praga y los dirigentes del partido y el Estado checos en Moscú, embarcados como rehenes en una negociación sin esperanza, Dubcek aparece como un hombre física y, moralmente hundido. Sólo por un momento estalla, en la firma del acuerdo forzoso, frente al discurso de Bréznev en que éste Justificó la intervención armada sobre la base de los intereses del espacio obtenido por los soviéticos con la victoria militar de 1945 y del olvido que los reformadores de Praga habían manifestado de unos derechos naturales de tutela política a que Moscú no estaba dispuesto a renunciar. Por un momento, según relata el testigo Zdenek en su libro La helada, Dubcek contradijo abiertamente a Bréznev y se negó a firmar el acuerdo de sumisión que le era presentado. Con él lo rehicieron, salvo uno, todos los dirigentes, tanto reformistas como conservadores, a quienes Bréznev había sacado de Praga para resolver el callejón sin salida provocado por la oposición masiva del pueblo checoslovaco a la ayuda internacionalista del Pacto de Varsovia.La solución no dejaba de ser extraña. Tras el acuerdo volvía a sus puestos la dirección que había presidido siete meses de libertad de expresión, movilización democrática y proyectos de reforma política con imponente respaldo popular. Por fortuna, Dubeek no sufría la suerte de Imre Nagy; más aún, en su posición de primer secretario del PCCh, era el emblema de la aparente victoria del pueblo sobre los carros de combate. Sólo que el congreso clandestino del partido, cenit de la resistencia política a la invasión, quedaba anulado. Y apenas enjugado el llano de Dubcek en la ceremonia del regreso, Kuznétzov, el delegado de Bréznev, llegó a Praga con plenos poderes de intervención para que no hubiera sorpresas en la perspectiva de normalización (es decir, vuelta al pasado, más depuración) a que aspiraba la URSS.

En los meses que siguen al diktat de Moscú donde queda de manifiesto la debilidad del comunismo reformador, el escritor Vaclav Havel había fijado claramente los términos de la opción que podía llevar al éxito o al fracaso en el proceso de cambios. A su juicio, el mayor error consistiría en creerse libre mientras eran interiormente asumidos los límites fijados desde el exterior a la libertad de espíritu. Esto es precisamente lo ocurrido entre septiembre de 1968 y abril de 1969. Por encima de las defecciones individuales, cabe pensar que la persistencia de mentalidad tradicional constituyó la barrera principal que impidió a los dirigentes checos darse cuenta de esa trágica equivocación y asumir paso a paso los recortes y las exclusiones dictadas desde Moscú, mientras Dubcek permaneció formalmente al frente del partido. Con razón Jirl Pelikan pudo escribir en su libro Aquí Praga que fue entonces, a partir del mismo modo en que fue ocultado al pueblo el compromiso de Moscú, cuando se inauguró una etapa de graves responsabilidades que habría de cortar el sólido enlace hasta entonces establecido entre comunismo con rostro humano y pueblo checoslovaco. Actuaron, Dubcek el primero, como comunistas fieles ante todo a las pautas de comportamiento y al espíritu de partido. Renunciaron así a todo contacto con las masas que les apoyaban y fueron sacrificando una tras otra las propias piezas en el control del partido y las instituciones en aras del apaciguamiento. La desembocadura natural fue la gran purga de la que ellos mismos resultaron las principales víctimas. Bajo la presión soviética, fue el mismo partido protagonista de la Primavera el que ejecutó su autodestrucción.

La historia es conocida. El núcleo de dirigentes reformadores que se había juramentado en Moscú para respaldar la línea Dubcek -Cernik, Smorkovsky, Mlynar, Spacek, Simon- comenzó a disolverse en cosa de pocas semanas. El realismo imponía, al parecer, que los peones más radicales fueran sacrificados. Dubcek dejó caer uno tras otro a sus principales apoyos. Cuando en noviembre de 1968 fue obligado a dimitir Josef Smrkovsky, quedó claro que toda continuidad con la Primavera había quebrado. Unos incidentes tras un partido de hockey y un incendio en las oficinas de Aeroflot provocaron la sustitución de Dubcek por Husak como secretario general del PCCh en abril de 1969. Fue una caída inexorable, compartida por muchos miles de comunistas, hasta dar en la expulsión, el silencio y la degradación profesional.

Algunos renovadores, pocos, pasaron pronto a actitudes de protesta activa. El disidente de Moscú Frantisek Kriegel lanzó a finales de mayo de 1969 la primera proclama clandestina en defensa de las reformas suprimidas, y con ello fundó lo que se llamará el partido de los excluidos. En septiembre de 1971, Smrkovsky publica en Vie Nuove, revista del PCI, unas declaraciones donde denuncia los rasgos de la normalización dirigida por Husak (curiosa reencarnación en verdugo de una víctima del estalinismo de la posguerra). Dubcek calla y al asumir esta actitud cercena sin duda las perspectivas de toda continuidad futura para su anterior política. Pero por lo menos mantiene una absoluta dignidad al rechazar toda perspectiva de condena de sus ideales. Cuando en noviembre de 1988 se le autorizó por primera vez a salir del país, para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de: Bolonia y el título de ciudadano de honor de la misma ciudad, Dubcek subrayará con acierto que en la Primavera de Praga se habían podido apreciar con excepcional claridad la crisis y las posibilidades del socialismo. La responsabilidad no recaía sobre aquel ensayo de democratización, sino sobre los causantes a partir de ese momento de dos décadas "de estancamiento económico, de esterilidad y de incalculables pérdidas morales".

Esa firme actitud contribuyó decisivamente a mantener la popularidad de Dubcek. Tengo aún presente la veneración con que el guía local, nacionalista eslovaco, nos enseñaba a los turistas en Bratislava, a IC, años de la Primavera, no sólo la resistencia del que fuera primer secretario del partido comunista, sino incluso los arbolitos plantados por Smrkovsky para simbolizar la nueva concepción plural del Estado. Popularidad que reapareció con fuerza en las grandes manifestaciones de noviembre y que explica el papel simbólico desempeñado en la recuperación de la democracia.

Ahora bien, tampoco cabe engañarse y aquí los más lúcidos colaboradores de Dubcek tuvieron razón: Praga fue la tumba de una corriente política, cuya génesis puede situarse en los años treinta, orientada a conjugar el movimiento comunista con la reforma democrática. Las condiciones económicas e ideológicas de finales de los sesenta no habrían de reproducirse 20 años después: tal fue el precio de la seguridad temporal ganada por Bréznev.

Por otra parte, no puede negarse que de algún modo el silencio que pronto rodeó a la experiencia checa resultó signo de ese carácter excepcional, un tanto al margen de cuanto ocurría en Oriente y Occidente. Praga fue pronto un tema incómodo para todos. Obviamente, para el movimiento comunista fiel a Bréznev. Pero también para los partidos comunistas opuestos a la invasión, más o menos firmes en su actitud, pero prudentes en el apoyo abierto a una causa perdida y temerosos de sus corrientes filosoviéticas. Entre nosotros, apenas Manuel Sacristán rompió una lanza pública por el interés de las cuestiones suscitadas en Praga. Personalmente, sólo tengo en el recuerdo inesperadas reticencias. Con su gentileza habitual, el entonces secretario de la Revista de Occidente me comunicó, a finales del 68, el rechazo de una colaboración sobre el ensayo de Dubcek, cuando meses antes se habían admitido sin dificultad notas sobre el maoísmo en Yugoslavia. Y en el décimo aniversario, un trabajo conmemorativo fue recortado por la renovadora dirección del semanario La Calle, justo allí donde se ponía en relación lo ocurrido en Praga con la presencia de residuos del pasado en la vida orgánica del PCE. Son simples anécdotas, pero Ilustrativas de una prolongada tendencia general al silencio. Ahora, con algún retraso, invierte esa tendencia el gesto de la Universidad Complutense al conferir el doctorado de honor a Dubcek. Sirva por lo menos para incitar a la reflexión, por una parte, y, por otra, para rendir homenaje a todos aquellos checoslovacos que mantuvieron bajo y contra la normalización una actitud de resistencia fundada en los valores y las aspiraciones de la izquierda democrática.

es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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