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GENTE

Jean-Yves Lefur

Un agente inmobiliario, futuro marido deEstefanía de Mónaco

A las nueve en punto de la noche del pasado sábado, la princesa Estefanía de Mónaco descendió de un gran coche negro frente a la puerta de entrada del restaurante Le Télégraphe, en la parisiense calle de Lille. La princesa estrenaba corte de pelo, traje negro muy ceñido en la cintura y, lo que es más importante, novio. Sí, un novio formal, un prometido con todas las de la ley, un chico con el que piensa contraer matrimonio el próximo junio y que cuenta con todas las bendiciones favorables de papá Rainiero y del resto de la familia Grimaldi.Jean-Yves Lefur, el joven que acompañaba a la princesa a su llegada al restaurante Le Télégraphe, no es, al parecer, la nueva aventura sentimental de Estefanía, el último de sus compañeros de juegos mundanos. Esta vez Estefanía asegura que ha sentado cabeza, que la cosa va en serio.

Hijo de un conocido arquitecto parisiense, director él mismo de una sociedad inmobiliaria de la capital francesa, Jean-Yves Lefur es un joven alto, moreno y apuesto de 26 años que, como la princesa, adora el baile, la moda, las playas y los deportes de invierno. "Estefanía y yo somos muy parecidos, ambos tenemos caracteres excesivos", ha dicho Lefur. El promotor inmobiliario y la princesa se conocieron el pasado septiembre en la casa de campo de unos amigos comunes franceses. Desde entonces apenas se han separado. Durante el invierno esquiaron juntos en las pistas de Meribel; más tarde se les vio en una velada de boxeo en el hotel Loews; luego, en un partido de fútbol que enfrentó a los equipos de Mónaco y de Génova. La pasada semana, en el festival del circo de Mónaco, Lefur se sentó en el palco oficial, al lado del príncipe Rainiero y de su hijo y heredero, Alberto.

La cena del sábado en el restaurante parisiense dio carácter oficial a las apuestas. La joven pareja; el príncipe Alberto; la princesa Carolina, sin su marido, Stéfano Casiraghi, que se encontraba en Palma de Mallorca participando en una prueba de motonaútica, y 80 invitados lo celebraron con champaña y grandes sonrisas, en medio de impresionantes medidas de seguridad. Desde el pasado jueves, una nota en los parabrisas había advertido a los automovilistas aparcados en la calle de Lille que no podrían hacerlo el sábado. Los coches que no habían recibido o no habían escuchado el mensaje fueron retirados de modo expeditivo por la grúa en las horas que precedieron a la cena. Las plazas así liberadas fueron reservadas a los invitados, entre las protestas del vecindario.

En la acera opuesta al restaurante, una serie de barreras metálicas canalizó desde la mañana a la muchedumbre de periodistas atraídos por la noticia del noviazgo de la princesa diseñadora y cantante. Hacia las dos de la tarde, un montón de camionetas del servicio de limpieza del Ayuntamiento de París se puso al trabajo bajo el ojo atento de medio centenar de policías. Fueron seguidas por los vehículos de las floristerías que descargaron los ramos que decoraron el restaurante.

A media tarde, la propia Estefanía, con gafas negras como si fuera de incógnito, fue a dar un vistazo a los preparativos de su cena de noviazgo. Jamás la princesa se había tomado tales molestias con Paul Belmondo, Anthony Delon, Rob Lowe, Mario o Ron Bloom, sus anteriores flechazos.

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