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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El buen hincha

CUANDO EL fútbol deja de ser deporte y se convierte en bandería y en instrumento de pasiones y de enfrentamientos, todo es posible en su glorificado nombre. Dos ciudadanos de Palma de Mallorca fueron asesinados a navajazos el pasado viernes. Aunque el origen de la discusión parece que fue el tráfico, resultó creíble la primera versión de que la causa fue una discusión futbolística simplemente por el hecho de que el presunto asesino llevaba un banderín del Real Madrid, que aquella tarde había perdido la Copa del Rey ante el Barcelona.En esta ciudad, la celebración en las Ramblas de la victoria casera terminó con una batalla campal. Un grupo de gamberros aprovechó la fiesta para destrozar escaparates y quemar mobiliario urbano. Fue un final triste para un encuentro donde, salvo la agresión a Zubizarreta, las dos hinchadas se mantuvieron cautelarmente a di stancia -excepto en el lanzamiento de objetos sobre Buyo- y donde, en todo caso, hubo más violencia en el campo que en las gradas.

El problema es que el deporte del balompié está polucionado por la violencia y la sangre, y esto pesa en el buen hincha, cuya legítima pasión por sus colores se confunde en el estadio, o fuera de él, con la enfermiza evacuación de demonios interiores de unos sujetos dispuestos incluso a matar. La psicología social ha escrito kilos de teoría sobre los aspectos tribales del deporte de masas, sobre los mecanismos de proyección e identificación del colectivo forofo, sobre los contenidos añadidos a la militancia en un club.

No es, por tanto,un fenómeno singularmente español, aunque la pasada dictadura desvió hacia el fútbol expansiones políticas que no tenían cauce en tribunas más adecuadas. Quizá por ello todavía es posible escuchar frases como la reciente del capitán madridista Chendo en el sentido de que le dolía que la Copa del Rey la ganaran "unos que no son españoles". Aunque después matizó sus palabras, éstas sirvieron para solaz de independentistas catalanes, que vieron reforzada su insolidaria actitud de exclusión con un mensaje reflejo. Chendo, sin quererlo, hizo un favor a sus enemigos. Su condición de capitán del equipo, además, agrava la importancia de su frase.

Al trivial acontecimiento de 22 deportistas disputando un balón se añaden muchos discursos improcedentes. Abundar frívolamente en estas disputas refuerza indirectamente a aquellos que ven en la convocatoria futbolística la oportunidad para el desmán. Las directivas que preparan partidos a base de insultar al contrario, los entrenadores que siempre excusan la derrota con el árbitro -un juez a quien raramente se le admite que cometa errores sin dolo culposo y partidista-, crean un clima inconveniente y peligroso. Hay una cristalización de la figura del otro únicamente como enemigo y responsable de todos los males.

Las severas medidas policiales son necesarias, pero es insuficiente enjaular en un rincón del estadio a los fanáticos; hay que caminar hacia una nueva cultura del fútbol que lo coloque en su justo lugar, sin merma de la obvia importancia que tiene como deporte, pero sólo eso. Entonces, el buen hincha podrá disfrutar de su pasión sin verse agraviado por unos vecinos que no aman el deporte y únicamente lo aprovechan para la gamberrada, sea dialéctica o física.

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