Carne tierna de cañón
La policía interviene para impedir que tres niños sean explotados por su abuela como mendigos
"Cagüen vuestros muertos", reprende una mujer a tres niños en la calle del Carmen de Madrid. "Ni 1.000 pesetas", dice, y alza un palo de escoba que lleva de bastón. Los niños están atemorizados por los gritos de la anciana enlutada. Pero cuando súbitamente aparece un vehículo de la Policía Municipal y ella corre a toda la velocidad que le permiten sus años y su cojera, los niños van hacia ella pidiendo su refugio. Prefieren los malos tratos de su abuela al encierro. Esta escena no es la primera vez que sucede. A lo largo de muchos meses se ha repetido con bastante frecuencia en las calles de Madrid desde que el Ayuntamiento inició una campaña ciudadana sobre la necesidad de erradicar la mendicidad infantil.
Agentes de la policía recogen a los tres niños en volandas mientras gritan y lloriquean. La abuela se retoca el pañuelo y se rehace la trenza, mientras inicia un discurso en el que entremezcla dos idiomas. Se disculpa en castellano ante los municipales explicando que los niños no están en el colegio porque "el profesor está enfermo y sus nietos también", y se vuelve hacia sus nietos y les grita en caló.
Las sospechas de que la mujer, de 64 años, utiliza a los menores para obtener dinero mendigando adquiere cuerpo en la comisaría de Centro, cuando se descubre que lleva escondidas en los bolsillos 3.605 pesetas en monedas, cuidadosamente agrupadas según su valor. Más tarde, cuando en el refajo de la vieja encuentran 41.000 pesetas, los policías suponen algo más: "Mientras ella pica [roba carteras] a las puertas de los comercios, tiene a los niños pidiendo".
Entre los hallazgos de la policía, oculto entre varias capas de tela negra, está una tira de un tipo de pastillas "estimulantes del apetito, con efectos secundarios sedantes". Cuando aparecen las, 41.000 pesetas, la anciana vuelve a defenderse: "Ese dinero es de una pensión, mis nietos están muy bien cuidados", y se resiste a bajar a los calabozos.
En los primeros momentos, José Luis, de 12 años; Ramón, de 10, y Juan, de 8, no paran de lloriquear: "Nunca nos ha faltado de comer, queremos ir con nuestra abuela", gritan en la comisaría, mientras se abrazan entre ellos sin soltar un balón de baloncesto del que no se van a separar en ningún momento.
Madre atropellada
Los niños se quedan solos mirando a los uniformados sin saber hasta qué punto deben seguir llorando. El más pequeño no recuerda el nombre de sus padres, pero sí sabe que su madre murió atropellada y que sus hermanos le han dicho que "padre está en Sevilla". Los tres están sucios y las lágrimas les están limpiando la cara a surcos. Un policía dice que han nacido para ser carne de cañón y que su destino sólo podrá ser rectificado si pasan a manos de los servicios asistenciales de la Comunidad de Madrid y se acostumbran a su nueva vida. "Si vuelven con su familia, cuando crezcan volverán a pisar muchas veces la comisaría".
Los niños ingresan dos horas después en un colegio de la Comunidad de Madrid. Hasta que se celebre el juicio sobre su tutela, no volverán a su casa de Entrevías. La abuela, Consuelo Manzano, de 64 años, pasa a disposición judicial, aunque después quedó en libertad condicional. Tiene que presentarse en el juzgado dos veces al mes.
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