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Hornos, el Everest de los mares

Los barcos de las dos vueltas al mundo actuales pasan por el mítico cabo

El mundo tiene muchos lugares míticos por su belleza, su historia o su situación. Uno de ellos es el cabo de Hornos, el apéndice más austral del planeta. Doblarlo ha sido siempre la máxima hazaña para los navegantes a vela debido a los tremendos vientos, las corrientes y las olas. Acaban de rodearlo los primeros barcos de la impresionante Vuelta al Mundo para solitarios, sin escalas, y están a punto de hacerlo los maxis de la Whitbread, que cubren su cuarta etapa, AuckIand-Punta del Este, de 6.255 millas (11.300 kilómetros).

Los dos barcos neozelandeses Steinlager y Fisher and Paykel, que dominan la Vuelta al Mundo desde su comienzo en Portsmouth, junto al suizo Merit, ahora más retrasado, van a pasar por el cabo de Hornos antes de enfilar las últimas millas al norte hasta el puerto uruguayo de Punta del Este. Al español Fortuna, que sigue undécimo, a 300 millas de los líderes, le quedarán al menos dos días más para conseguirlo, si los fuertes vientos que ha buscado muy al sur, por el arriesgado paralelo 60º, se lo permiten.Buena prueba del riesgo fue el accidente sufrido ayer por Iñaki Castañer, uno de sus tripulantes, que fue arrastrado por una ola cuando llevaba la rueda del barco y el viento soplaba a casi 100 kilómetros por hora. Gracias a que llevaba colocado el arnés de seguridad no cayó al agua como su compañero Jordi Doménech en la segunda etapa.

En la prueba para solitarios, el francés Titouan Lamazou, líder destacado, fue el primero en doblar Hornos hace 10 días. El argentino Vito Dumas fue el pionero, en 1943, tras navegar por las latiiudes más bajas, doblando también los otros dos cabos famosos, el de Buena Esperanza, en África, y el de Leeuwin, al suroeste de Australia.Precisamente por ser esta época la elegida en todas las pruebas de vela en los últimos 15 o 20 años las dificultades no son tantas como en el pasado, cuando cualquier timepo era obligado. Pero siempre es una aventura arriesgada, incluso como ahora, a favor de viento.Vientos sin freno

Cementerio de barcos, Terror de los navegantes, han sido calificativos dados con razones sobradas a la zona del cabo de Hornos, el único lugar del mundo donde los vientos, siempre de oeste a este -del Pacífico al Atlántico-, no encuentran tierra que los frene y soplan continuamente, muchas veces a más de 50 nudos, 100 kilómetros por hora. Según estadísticas, al menos 22 días al mes no bajan de 70. Y a ellos se suman los procedentes de la cordillera de los Andes.La segunda dificultad de navegar por Hornos son las corrientes, de sentido inverso a los vientos, entre 10 y 20 nudos -20-40 kilómetros por hora-. Y aún existe una tercera, las olas -especialmente las peligrosas rompientes- que pueden llegar a tener un altura de 13 metros y longitudes de casi 300. Aparecen en un punto de encuentro tan particular como el de los dos océanos más grandes del planeta, el Pacífico y el Atlántico. Por ellos que se navega con profundidades superiores a los 5.000 metros hasta llegar a una plataforma de sólo 50 a 100, desde el cabo y hacia las islas Shetland y la Antártida, al sur. Por algo se le conoce también como el Everest de los siete mares.Y como sucede en montañismo, la dificultad no está sólo en la cima, sino en el ascenso y en el descenso. Desde Auckland, por ejemplo, los barcos de la Vuelta al Mundo tienen que navegar más, de 4.000 millas por latitudes tan bajas y en condiciones tan duras que se denominan los 40 rugientes y los 50 aulladores. El cabo de Hornos está aún más abajo, a 55º58 de latitud sur.

Uso islote de roca negra al sur de América

El cabo de Hornos es una pequeña isla chilena en forma de media luna, la más meridional de América. En sus nueve kilómetros cuadrados de roca negra existe una estación meteorológica. En ella trabajan tres hombres 161 años después de que el comandante inglés King la pisara por primera vez en 1829. Aún se conserva en su parte más alta, situada a 430 metros sobre el nivel del mar, la pirámide de piedra que puso para conmemorarlo. Posteriormente, Chile colocó una placa que reza: A los que lo cruzaron y a los que perdieron la vida en su demanda.

Las aguas del cabo han sido la tumba de muchos hombres desde que el 31 de enero de 1616 el marino holandés Guillermo Schouten y el comerciante Isaac Lemaire encontraran con su Concorde el nuevo paso para las Indias. El estrecho de Magallanes más al norte, descubierto casi un siglo antes, el 2 de noviembre de 1520 por el navegante portugués al servicio de la corona española, estaba reservado a los barcos de la denominada Compañía de las Indias. Schouten y Lemaire organizaron su viaje en el más absoluto secreto y bautizaron al cabo con el nombre de su ciudad, Den Hoom, en la isla de Texel, la más grande y más abierta a la mar de las frisias occidentales holandesas.

La dureza del paso contra el viento en la zona de Hornos obligaba a muchos barcos a esperar semanas hasta poder doblarlo. Bajar más al sur, sin medios técnicos, era otro sucidio contra los iceberg. En 1741, por ejemplo, lord Anson perdió en un trágico intento cinco de sus ocho barcos y 1.000 hombres. Y muchos más, murieron ahogados después a causa de la irresistible fiebre del oro que les empujaba hacia California en el siglo XIX. La apertura del canal de Panamá en 1914 y la llegada de los barcos de vapor acabó poco a poco con las travesías a vela obligadas. Quedaron sólo las aventuras y las competiciones, pero el riesgo y la emoción se ha mantenido siempre. En varios países existen asociaciones de marinos que han pasado al menos una vez por el mítico cabo e incluso se reúnen cada año.

Vito Dumas escribió: "¿Cómo explicar la emoción del primer hombre que ha doblado el cabo de Hornos solo y sigue vivo?".

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