El Atlético aprovechó sus ocasiones en Zaragoza
ENVIADO ESPECIAL, El Atlético de Madrid circuló con eficacia en un partido que discurrió casi siempre al borde del conflicto. El carácter agreste del juego terminó por perjudicar al Zaragoza, limitado casi todo el encuentro por la temprana expulsión de Sirakov. El discurso del juego cambió con este suceso. El Atlético, que había jugado con ortodoxia, pero sin clase, tomó la cancha y esperó sus oportunidades. En este sentido, el equipo de Clemente juega con el calcetín en el bolsillo. Cada jornada saca un par de pesetillas y las rentabiliza como nadie. En su primera ocasión marcó. Este índice de eficacia es demoledor para cualquiera.
El partido tuvo en sus inicios las trazas de los duelos duros y desagradables. Aferrados los dos equipos al dogma del sistema, nuevo becerro de oro del fútbol español, el juego discurrió en el primer tercio del encuentro por el limbo del medio campo. La especulación acababa con cualquier destello de grandeza. Cada jugador se aferraba a la parcelita y sólo salía de la trinchera para ojear desde lejos el área y luego volver a la zanja. Sólo Villarroya se decidió a correr la banda izquierda, para agobio de Pizo Gómez, que mantuvo el tipo a duras penas.
Metido en una baldosa, el encuentro se escurrió muy pronto entre el nerviosismo general. La expulsión de Sirakov culminó la escalada agresiva y dejó el futuro a la medida del Atlético de Madrid.
Pareció, por momentos, que el fútbol plano del equipo de Clemente resultaría incapaz de poner distancias en el marcador. Se llegó incluso a dudar de sus posibilidades, habida cuenta la incapacidad de los rojiblancos para colocar al Zaragoza en una situación comprometida. Sin embargo, le llegó la primera ocasión y sacó el calcetín. Donato, que había salido con Baltazar en la segunda parte, marcó de cabeza, entre el desconcierto de la defensa local, que dio al brasileño un trato ventajista en aquel frentazo de manual.
Con el gol de Donato se vio que el partido estaba decidido. El Zaragoza asumió su condición de equipo desarmado y perdedor y dejó la manija a los jugadores de Clemente. La crecida del Atlético le permitió ganar confianza en cada minuto. Algunos jugadores llegaron incluso a abandonar la angustia que les atenaza desde el inicio de la temporada. Pizo y Bustingorri, por ejemplo, tomaron poco a poco gusto por el juego, algo que hasta ahora les estaba prohibido en el Atlético, sometidos ambos a una dura censura de la afición desde su llegada al equipo.
Sin desplegar ninguna exquisitez, el Atlético de Madrid actuó en la segunda parte con coherencia y cierta alegría. El fútbol se tornó más armonioso que de costumbre. El balón corrió por el suelo y las líneas se extendieron por la cancha con coordinación y buen sentido. El segundo gol cerró el partido definitivamente, pese a la posterior expulsión de Orejuela. Fue un tanto que desacreditó a Chilavert, portero de tendencias estrafalarias. El guardameta suramericano salió con la mano blanda a por un centro y dejó la pelota muerta en el área. En estas cuestiones, Marina es un jugador de extraordinario olfato. Aparece rápido y de improviso en el área y siempre tiene la bota lista para empujar el cuero. Esta vez fue con una volea con la izquierda.
La diferencia dejó al Zaragoza maniatado. La expulsión de Orejuela no planteó ninguna alternativa diferente al encuentro. Cierto que Salillas estuvo muy cerca de marcar, pero la sensación general era de desconfianza en las posibilidades del equipo de Antic. Hay partidos que no abandonan jamas su destino. Y éste era uno de ellos.
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