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¿Cómo se administra un discurso vacío?

En un libro que hoy parece prehistórico, La crítica de la razón dialéctica, de 1960, Jean-Paul Sartre cita con aprobación estas palabras de Roger Garaudy: "El marxismo forma hoy el único sistema de coordenadas que permite situar y definir un pensamiento en cualquier dominio, desde la economía política hasta la física, desde la historia hasta la moral". Aunque quizá sea hoy el Corán el sistema de coordenadas que franquea a Garaudy la ubicación de tan plurales cosas, no traicionaremos su opinión si en aquel espacio de objetos situables colocáramos ahora la fertilidad tasable de las mujeres rumanas, las estrellas rosas del gulag castrista, el genocidio chino-tibetano o cualquier otro de los episodios que desde aquellas fechas han ido acompañando la ortopedia marxista del hombre nuevo. Lástima que tal operación haya sido tan inútil como dolorosa y que siempre se le busque algún sistema de coordenadas que no sea, él mismo, situable desde ningún otro. ¿O sí lo es? He aquí la cuestión que, a mi juicio, concita interés antropológico en tiempos de almoneda y desahucio del marbete comunista. Tal interés no es otro que el de clasificar las formas canónicas de exculpación de quienes, política o académicamente, persisten en administrar un discurso vacío a fuerza de fingirlo compatible con todo tipo de evidencias, por inasimilables que éstas resulten. A guisa de provisional clasificación, la estrategia exculpatoria puede dividirse en tres acápites: la fuga hacia adelante, la fuga hacia atrás y la fuga en diagonal o del alfil. Estos son tipos ideales, como nos enseñó Max Weber, y las combinaciones que hallemos en la práctica privilegiarán uno u otro según persona, momento o latitud.1. La fuga hacia adelante es un expediente apologético de carácter providencialista. Consiste en proclamar que el marxismo conserva su vigencia porque aún no ha explotado todas sus potencialidades. Se sostiene así que, en el fondo, sólo la lectura con categorías marxistas nos permite dar cuenta cabal de cuanto hoy está llevando a la probable reorganización del mapa europeo. Como escribe Garaudy sin ruborizarse, este sistema de coordenadas permitirá situar y definir la hambruna y el gulag, el expolio cultural y moral de naciones enteras, la rapacidad parasitaria de la nomenklatura y los conflictos báltico, caucásico y cuantos sobrevengan mañana. Algunos, por tanto, observan aquí la "confirmación de tesis fundamentales del pensamiento de Marx" (Enrique Gil Calvo, EL PAÍS, 9 de enero), que "ha tenido que morir ( ... ) para reinar", dado que su principal aportación permanece vigente. Otros afirman que es menester proceder a una vuelta del revés de la doctrina para hacer de ella una antropología de la individualidad futura (Max Gallo, Manifeste pour une fin de siècle obscure, París, 1989). Quizá la imaginación humana consiga operar tales metamorfosis, mas ¿a qué entonces esta larga marcha hasta aquí de tiranía, mendacidad, crimen y miseria?, y ¿en qué consiste exactamente esa vuelta del revés del marxismo que pudiera mejorar su olvido y abandono? Evidentemente, hacerse cargo de tales posturas comporta hoy un acto de fe en las premisas de las que parten, como entre reformados y tridentinos se argumentaba sobre la presencia de Cristo en la eucaristía. Y es que la huida hacia adelante está ya bien catalogada en la apologética religiosa, si creemos a Amos Funkenstein (Theology and the scientific imagination, Princeton, 1986). El profetismo hebreo invierte la creencia en que el éxito mundano sea la medida del favor de la deidad, y las naciones que destruyen Israel están manifestando sin saberlo el poder del Dios de Israel (Isaías, 10,5-8). De manera que la destrucción de la doctrina redunda en gloria de la doctrina misma porque ella lo dice. En la práctica política, llamar leninista o marxista a cualquier análisis, proyecto o medida socioeconómica que contradiga cuanto hasta aquí se entendió como tal permite administrar un discurso vacío para que todo quepa en él sin excepción. Sólo importa la facultad de nombrar; o sea, como le recordó Humpty Dumpty a Alicia, sólo importa quién es el amo.

2. La fuga hacia atrás es una estrategia más difundida que la anterior y, en mi observación, cuenta con el favor sentimental de militantes y dirigentes reformistas del PCUS y de lo que reste de los partidos de la otra Europa. Ahora se trata de un recurso de carácter esencialista y totémico, muy parecido a la devoción popular. El refrán es bien conocido: la doctrina ha sido mal aplicada, lo sucedido es aberrante, hay que volver a las fuentes, si Lenin lo hubiera sabido, etcétera. ("Si le roi savait!" era también proverbial jaculatoria de consuelo entre los campesinos del antiguo régimen.) Otra vez se evidencia el calco religioso: el Evangelio nada tendría que ver con las hogueras de Sixto V, el imam Jomeini sería un accidente en la historia del islam. La esencia de la religión es otra, y otra es la esencia del marxismo: salvífica, liberadora, prometeica. Stalin, Mao, Breznev, Honecker, Pol Pot, Mengistu, Ceaucescu: todos serían una degeneración. En este caso, el discurso vacío siempre puede administrarse porque... hasta ahora nadie lo ha aplicado. Mas aquí, por encima y por debajo de la sed de la justicia que otros usufructúan, late una contradicción insoluble. La doctrina ha explicitado ella misma las categorías con las que debe ser juzgada, y sólo por ellas y con ellas -como praxis social concreta- ha comparecido en la historia. Su reino sí es de este mundo, y sólo en este mundo se ha encarnado. Aludir a una presunta esencia no realizada es, como recuerda Leszek Kolakowski, una cuestión ociosa. Y, añadiríamos, una apelación suicida para el que la hace, pues en los 55 tomos de las Obras completas de VIadimir Ulianov, el exculpador encontrará sobrado apoyo para legitimar lo que consoladoramente llamaba degeneraciones. Por otro lado, el marxismo, como el cristianismo, cuenta con un notable registro cismático de vueltas a los orígenes y revoluciones traicionadas. ¿Desde qué cisma verdadero se vislumbrará la esencia verdadera? El estudio de tales querellas puede proporcionar material a la erudición, mas nada aporta a un pensamiento que vea en la credencial de origen lo que ésta es: una indigente superstición política. Por cierto, esta actitud no ha de confundirse nunca con las invocaciones rituales, escasas hoy, a Marx o Lenin por parte de Gorbachov, Yakovlev, Abalkin o Aganbegian: éstas pertenecen al ámbito de la legitimación del poder desde el poder mismo, y no al dominio de los escrúpulos de los que padecen, pero no deciden; o sea, los administradores y no los genera ¿Cómo se administra un discurso vacío?

3. Queda la fuga en diagonal o del alfil, que es la más generalizada en Occidente. Aquí se trata de insistir en que la renovación del marxismo como proyecto público no es cosa nuestra, pues ya se realizó en el seno de cada partido. La perestroika se habría llamado eurocomunismo, compromiso histórico, etcétera. Para mayor seguridad, sin embargo, es mejor mudar de nombre o disfrazarlo con siglas de coalición. La administración del discurso vacío, por tanto, no tiene lugar en virtud del presente, del futuro o del pasado, siempre inspiradores y fecundos. Sencillamente, todo se ve desde fuera. "Nosotros no somos responsables de nada porque no hemos tenido acceso al poder". Así planteado, el argumento parece sólido; pero en el reino de las ideas, como en la hidrostática, rigen los vasos comunicantes y el principio de Pascal. ¿Por qué la química del flogisto y del calórico es superada en una parte del mundo y en otra no? ¿Por qué la carga de error de un grupo dirigente no se transmite con igual intensidad a los grupos que se reclaman del mismo credo aunque ni las urnas ni las armas les hayan franqueado el poder? Julio Anguita, por ejemplo, descubre ahora (EL PAÍS, 8 de enero) que "el modelo soviético está agotado". ¿Acaso implica que alguna vez estuvo pletórico? ¿En qué fechas coloca su momento de plenitud? La fuga del alfil desenmascara aquí un tópico harto repetido: los comunistas soviéticos habrían sido siempre dogmáticos, y los occidentales, siempre lúcidos y críticos. Esta noción confunde las perspectivas: salvedad hecha del oportunismo de la cúpula, la declaración de salud insinuada por Julio Anguita o proclamada sin pudor por Georges Marchais (EL PAÍS, 17 de noviembre de 1989) es recogida hoy en Moscú con el embarazo que provoca un desasistido entusiasta. Es más difícil defenderse de la verdad cuando nos topamos cada día con ella y cuando todos percibimos la escisión insalvable entre discurso oficial y mundo real. Por eso, las nupcias de la ignorancia y la pedagogía son, entre los alfiles de Occidente, tan pintorescas como penosas. ¿Acaso no ha sido aquí en donde cierta clerecía crédula ha despreciado los más rigurosos análisis del sistema soviético o la descripción de las atrocidades del gulag como propaganda reaccionaria o anticomunismo primario? Eran sus correligionario s soviéticos (o húngaros, o polacos) quienes no tenían acceso a tales panorámicas de conjunto, y, como muestra local, las hemerotecas guardan constancia de la reacción que generó en el filocomunismo hispano la aparición televisiva de Aleksandr Solyenitsin en 1976. La disponibilidad del intelectual ante cualquier verdad, por extemporánea o estridente que sea, es condición inexcusable de su honradez. ¿A quién se debe imputar ceguera y sectarismo?, ¿a quienes no pudieron o a quienes no quisieron ver, oír ni leer lo que tanto les concernía?

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En la subasta final de las tres fugas quedan en pie el andamio milenarista y algunos capataces de la obra abandonada. Son los administradores crepusculares de un discurso vacío y de su edad de indigencia y engaño. Ése y no el del Manifiesto de 1848 es el fantasma que, sobre su propia ruina, vaga hoy por una Europa de perplejidad y remordimiento.

A. Pérez-Ramos es doctor en filosofía por la universidad de Cambridge y ha estudiado filología eslava en Cambridge y Moscú.

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