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GENTE

Carolina de Mónaco

La inquietud cultural de una princesa

Juan Cruz

La princesa Carolina de Mónaco se cambió seis veces de ropa en dos días durante su rápido viaje a Asuán, donde ayer firmó la declaración que pone la primera piedra de la reconstrucción de la Biblioteca de Alejandría. Pero, esta vez, la princesa a la que tanto persigue la prensa del corazón no lo hizo para los fotógrafos, sino porque casi cada 12 horas la Unesco y el Gobierno egipcio que han organizado la reunión, han puesto en marcha un acto oficial distinto. Se ha vestido de beis, de lunares, de rojo y de azul. Con el traje con el que tuvo peor suerte fue con uno beis, con el que acudió a ver el templo de Ramsés II en Abu Simbel. Los egipcios han estado tan atentos a propiciar la comodidad del viaje que lo han pintado todo de nuevo; pintaron de rojo una silla en la que, para su desgracia, fue a sentarse la princesa Carolina. Luego llevó la mancha todo el día.Como es natural, la princesa fumó muy habitualmente y bebió poco, porque se limita a mojarse los labios con el champaña. Tuvo a su alrededor un cordón de seguridad muy sutil, que forma ella misma manteniendo un aire distante y enigmático que rompe a veces con una sonrisa distraída. Su discurso de ayer, que leyó sin parar, es un reflejo de la imagen de la que ahora no se quiere despegar. El texto que leyó parecía una combinación entre Milan Kundera y Marguerite Duras. Fue leído como una narración, en un francés perfecto. Mitterrand, que la miraba con la perplejidad de los abuelos, la aplaudió como aplaude Mitterrand, uniendo las manos desde una distancia muy corta, para no hacer ruido.

El cordón de seguridad de Carolina se complementa con la presencia discreta e inevitable de una señora de compañía que actúa con el carácter estricto de una institutriz británica. Es la esposa de un conocido autor de éxitos de venta, Paul Gallico, y la defiende como un tesoro. Ayer, cuando le dijimos que nos había gustado el carácter literario del discurso de Carolina, respondió como si la hubiésemos ofendido: "Es que la princesa es muy inteligente". "Muy inteligente y además lee mucho", añadió.

Aunque tiene caprichos de adolescente -ayer por la mañana fue al mercado de Asuán a comprar cacahuetes-, Carolina observa en público cierto aire de mujer de negocios y se viste como para salir corriendo, con ropa muy cómoda. En Asuán, donde ha hecho una vida bastante mundana -acudiendo a todas las recepciones-, se relacionó, sin embargo, con poca gente, y a los periodistas nos mantuvo a raya, como a la peste: nada de entrevistas. La razón oficial es que es muy tímida, pero la verdadera es que está harta de que la hurguen en el corazón. Ayer, sin embargo, accedió a decirnos tres o cuatro cosas. Dijo que iniciativas como la Biblioteca de Alejandría han de ser tomadas en serio por todo el mundo: "No es sólo de los egipcios: forma parte de nuestra herencia, y ha de ser tratada como tal".

Parece que ella está hecha de libros, por el tono literario de su discurso. "No, aparte de que soy muy lectora, pienso que la palabra escrita es más importante que la palabra hablada. No es una novedad que acuda a este tipo de acontecimientos. Pero éste tiene una significación especial para mí, porque creo que en Asuán estamos simbolizando la posibilidad de dejar al mundo un ejemplo de cooperación para el futuro".

En Abu Simbel, cuando oyó que Ramsés II había tenido más de 30 mujeres, miró divertida a Melina Mercouri, se rió de buena gana y comentó en medio de una carcajada: "¡Cuánto trabajo!".

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