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GENTE

Federico Fellini

Su huida en la oscuridad de un cine

Juan Arias

Cuando la noche del viernes, durante el estrene, en Roma de su última película, La voz de la luna, tuvo que someterse al rito, para él siempre cruel, de los estrechones de manos y de los apretones emocionados de sus admiradores, aprovechó que se apagaron las luces para escabullirse del cine como un ladrón cuando empezó la película. Cuando de nuevo se encendieron las luces y el público buscó al mago para aplaudirle, Federico Fellini estaba ya muy lejos. La voz de la luna trae de cabeza a los críticos, mientras que ha puesto de nuevo sobre el tapete la figura de ese monumento nacional, de ese gran mago del cine nacido en Rímini hace ahora 70 años, de quien se dice que, cuando desaparezca, Italia ya no será la misma. Fellini es eso, Fellini. Nada más. Es indefinible. Es como una sombra, como un sueño, como un espíritu. Escapa siempre. Dicen sus biógrafos que se ha quedado parado el reloj de su existencia entre los ocho y los 12 años. Que es además un adolescente con todos sus fantasmas interiores. Por eso remueve el subconsciente del público, el adolescente que duerme siempre agazapado en cada uno de nosotros.

Ahora se discute si La voz de la luna es la vuelta al mundo de los sueños, a la pura interioridad, al miedo de Fellini, que acepta mal sentirse un anciano, al fantasma supremo de la muerte. Quizá por eso en la película pregunta como desesperado a los muertos: "¿Pero es posible que nadie sepa nada de vosotros? ¿Dónde estáis?"

La pregunta que se hacen hoy todos sus aficionados y hasta los profanos del cine es si esta nueva película de sus 70 años aporta algo nuevo o marca ya su declive. Ante estos comentarios, él sonríe con su ironía habitual. "Para mí", dice, "La voz de la luna es lo mismo de siempre, soy yo mismo, es la vida en la que coexisten el drama, lo grotesco, lo subreal y el sueño".

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