Victoria del fútbol en Mestalla
Camino del viejo estadio de Mestalla, en uno de esos corros de sabios que tanto abundan en el territorio español, se discutía en voz alta sobre el partido. Unos resaltaban las virtudes de los protagonistas. Otros, los defectos. Pero todos asintieron con un movimiento, de cabeza cuando alguien dijo: "Yo lo que quiero es ver buen fútbol". No pudo quejarse. El Valencia, un conjunto alegre que disfruta en el césped, y el Real Madrid, un maestro en esas mismas virtudes, ofrecieron al corro de sabios una buena velada futbolística. El empate supo a victoria de ambos equipos,algo imposible y que ayer fue injusto.El Valencia reclamó el respeto del Madrid desde el primer minuto de juego. A diferencia de lo que es habitual, el Madrid se encontró con un rival serio, organizado, dispuesto a ganar el partido sin recurrir a las agónicas heroicidades que suele encontrar el líder en sus visitas a los equipos inferiores.El Valencia movió el balón con soltura, sin complejo alguno, y tuteó al Madrid sin recurrir a sus reservas fisicas. Su técnico, Víctor Espárrago, puede estar satisfecho. Ha construido un conjunto con personalidad, joven, con futuro.
En la primera parte, sin embargo, el Valencia se estrelló contra una barrera mental situada a unos 20 metros de la portería de Buyo. Hasta allí, el búlgaro Penev -quien, por cierto, quiso cambiar su nombre futbolístico poco después de llegar a España al enterarse de la existencia en castellano de una palabra muy similar a su apellido- demostraba con sus potentes arrancadas que es el mejor delantero que ha tenido el Valencia desde el argentino Kempes. Pero ni él, ni Eloy, ni Toni fueron capaces de penetrar en una poblada defensa.
Poco a poco, el Madrid, sorprendido al inicio por el buen hacer técnico de su adversario, se asentó y organizó la contraofensiva con rápidos despliegues de su cohorte de virtuosos. Y éstos sí que demostraron saber entrar en la zona de definición con el balón en el pie, la cabeza alzada y la mente despejada. A un solitario disparo desviado de Penev (m. 11), como único material ofensivo del Valencia, el Madrid respondió con sendos remates lejanos de Michel (m. 34 y 35), detenidos por Ochotorena, y un lanzamiento en falta, desde 30 metros de distancia, de Martín Vázquez (m. 45), que se estrelló en la cepa de un poste.
En la segunda mitad, el Madrid recuperó la valentía que caracteriza su fútbol. Eso relanzó definitivamente el partido. El centro del campo, que había albergado un duelo ajedrecístico en los primeros 45 minutos, se convirtió en zona de paso para las caballerías atacantes. A los ataques madrídistas -deslizados hacia la izquierda, con Martín Vázquez y Gordillo-, replicaba con velocidad el Valencia. Todo eso, bien mezclado sobre el césped, cristalizó en un cóctel futbolístico de gran calidad.
Y así llegaron los goles, tan inmediatos, tan similares en su confusa y larga ejecución. A partir de ese momento, Mestalla vivió una fiesta de fútbol alegre y valiente. Pudo ganar el Valencia, que acorraló al Madrid en los 10 minutos que siguieron al empate, especialmente en una acción de Toni que falló estrepitosamente cuando estaba solo ante Buyo. Pudo vencer el Madrid, orgulloso de su casta de ganador, que vio cómo el árbitro, cojo y distante, se tragó un penalti de Nando a Michel. Pero, al final, ganaron los dos. Ganó el fútbol. El corro de sabios puede sentirse satisfecho.
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