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Domingo en Johanesburgo

La economía informal permite a los negros más emprendedores escapar de la pobreza y el paro

El domingo se despierta con pereza en Johanesburgo y nunca pasa nada. Negros de los guetos aledaños bajan hasta el centro de la ciudad mientras los blancos se encierran en sus valladas y amplías residencias -con superficie medible más por acres que por metros cuadrados- del Norte, acuden a los servicios religiosos y hojean la prensa entre chapuzón y chapuzón en la piscina. Para por la tarde queda recrearse con una copa, o dos, de friísimo vino blanco y cumplir con el rito vespertino de recibir a los amigos y preparar la parrillada. Es el día en que el parque de Joubert, en el corazón del Johanesburgo comercial, cobra vida propia.

Los negros lo toman con toda la parsimonia imaginable y se abandonan por docenas sobre la hierba, bien recogidos a la agradecida sombra de los desperdigados árboles, refugio del sol que cae como ha de hacerlo en estos meses del verano austral. Son muchos, pero no están revueltos ni adoran a estridentes estéreos portátiles. Vienen en parejas o en pequeños grupos familiares para cazar una sombra sin juntarse con otros domingueros. No gritan, ni cantan, ni bailan. Retozan y se dejan estar. En silencio.En uno de los rincones del parque una treintena de curiosos sigue la evolución de una partida de ajedrez gigante entre un blanco y un negro, aquél -de clase trabajadora, manos tatuadas, nariz de boxeador y desaliño general- con piezas negras e intentando poner en aprietos a su rival, vestido de un sport conjuntado en tonos marrones y con indiscutible aire de ganarse el salario con la cabeza más que con las manos. Al error garrafal del blanco le sigue un grito de admiración de los negros, que en ese momento acaban de obtener una de las pocas satisfaciones que les habrá rendido la semana. Hay afición al ajedrez en Suráfrica, que atesora en Soweto a una joven promesa. Junto al tablero de piedra, sin detenerse, pasan madres con niños recogidos a la espalda con ayuda de una toquilla; alguna que otra pareja de blancos; un grupo de ancianas con trajes populares; niños que corretean con helados de cucurucho, monjas y una desastrada pareja en la que ella se cubre la cabeza con un gorro de ducha.

En el mismo recinto del parque se levanta la Art Gallery, entre cuyos vistantes apenas hay gente de color. Es un museo creado por una familia de la aristocracia económica de Johanesburgo, y muestra obras poco notables de grandes firmas. Un Santo Tomás de El Greco y un arlequín picassiano son los nombres españoles que brillan.

Pintado por Maximiliano

Lo más notable, como curiosidad más que como hito pletórico, es una generosa Vista de Méjico desde palacio pintada por el emperador Maximiliano. La parte inferior del paisaje se curva con un efecto de ojo de pez, que si Maximiliano hubiese aplicado a la política en vez de a la pintura quizá lo hubiera salvado de caer ante el pelotón de fusilamiento a los 35 años.Una zona de la sección del museo dedicada a artes y artistas surafricanos expone una restrospectiva de Gerard Sekoto, pintor negro que cambió hace décadas Johanesburgo por París. Son cuadros de pequeño formato que retratan -con colores vivos en escenas callejeras y deprimentes, en las de interior- la vida de los guetos en los años cuarenta. A los niños se les invita a opinar sobre lo que han visto, y sólo una cría de 11 años pergeña un comentario extrapictórico: "Muestra cómo era la vida en Sophiatown, un gueto ya desaparecido. Me entristece porque ellos no tienen lo que nosotros tenemos y tiramos. Algunos de entre nosotros tratamos a esta gente de forma irreal. Algunos incluso se van a la cama con el estómago vacío".

Con hambre no se van a acostar los encargados de los puestos callejeros que se levantan a medio camino entre el parque Joubert y la estación de ferrocarril.

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Es un mercadillo con inodoros de aires tercermundistas en el que frutas y verduras se ofrecen al comprador junto a raíces y plantas medicinales, baratijas, potingues y bocadillos de salchichas. Este mercadillo hubiese sido inconcebible hace escasos años, pero ahora el Ayuntamiento lo permite, aunque sin que los vendedores estén libres de sobresaltos policiales, en fiel seguimiento de la política gubernamental de ofrecer a los negros más emprendedores una escapatoria de la pobreza y del paro a través de esta economía informal.

Taxis para negros

La zona del mercadillo está plagada de taxis para negros, otra vía de allegar recursos a los guetos abierta hace pocos años por Pretoria. Es un transporte segregado -los taxis con contador de la ciudad pueden ser conducidos por negros, pero su propietario ha de ser blanco- a base de furgonetas o minibuses que acarrean hasta una veintena de pasajeros, previo pago de 1,5 rands (unas 68 pesetas), entre la capital y los diversos guetos de la afueras.Cuando los negros empiezan a recogerse en sus barriadas destartaladas, los blancos comienzan a ponderar en las suyas -elegantes y con jardines en los que cabrían decenas de viviendas de Soweto- qué pueda reservarles el futuro. Con seguridad, menos espacio.

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