Pamplona
Se anunciará el suceso con un extraño fragor de las aguas del Arga y el Sadar. Enmudecerán un segundo inexplicable las cuadrillas, fermentará algún mosto ante los ojos atónitos de su degustadora y algún rosado de la tierra se convertirá en manzanilla de Semana Santa. Se perderán dos hermanas gemelas en la plaza del Castillo donde no se pierde nadie. Alguien emprenderá una loca carrera al confundir a un pacífico canónigo con un toro del pasado encierro. Y los más expertos en iconografía reconocerán en el cielo el rostro abuñolado y despectivo de don José María Escrivá de Balaguer. Serán los signos de un justiciero juicio sobre la vida y la salud, la próxima semana, en la ciudad de Pamplona.No se juzgarán las poderosas cadenas de atentados militares o industriales que el planeta sufre, ni la rapacidad con que se esquilma el medio masacrando plantas y animales, viejos socios nuestros en esto de la vida.
No se juzgará el proceso por el que la medicina se constituyó en un saber cerrado expropiador del control de nuestro cuerpo, sepulturero de la medicina de las mujeres y los pueblos. No estará en el banquillo la industria farmacéutica, maraña multinacional que ya nadie controla. No se juzgará la incompetencia, pública o privada, en la gestión de asilos, manicomios, ciudades sanitarías y otros grandes almacenes. Ni el qué fue de tanto sanitario comprometido a finales del franquismo.
Sólo juzgarán a Elisa, a Maricruz y a Pablo, tres ginecólogos acusados de interrumpir un embarazo, culpables de haber creído que las leyes entraban en vigor y los Gobiernos las hacían cumplir.
Estaremos con ellos quienes sabemos que la vida vive a partir del deseo consciente de una madre. Y que hay un infierno preparado para los fetistas, donde día y noche se oyen los llantos de los niños no deseados.