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Brasil, ante sí mismo

Ha habido que esperar a las recientes elecciones para poder apreciar toda la magnitud del golpe que los Gobiernos militares que se sucedieron en Brasil a partir de 1964 han infligido a la tradición democrática de su pueblo.En efecto, casi nadie podía concebir hasta el inicio de la campaña electoral que el líder del trabalhismo histórico, Leonel Brizola, estuviera ausente en la disputa final. Sin embargo, es lo que ha ocurrido con el excelente político que en 1961 detuvo la primera tentativa abierta de una intervención militar que acabaría imponiéndose tres años más tarde. Referencia mítica durante la dictadura, Brizola ha estado en la primera línea en la transición democrática, ayudándola a impulsar sobremanera con su triunfo en las primeras elecciones al Gobierno de Río de Janeiro. La adhesión de su partido a la Internacional Socialista representó, por otro lado, la transformación del viejo populismo en una fuerza socialista alineada dentro de una de las grandes tendencias políticas mundiales. No se le podía censurar, pues, de inadaptación a los nuevos tiempos. Coincidentemente, tampoco han pasado a la segunda vuelta políticos como Covas y Guimarâes, que representan la continuidad democrática desde el espacio socialdemócrata y centrista, respectivamente.

Me parecería banal recurrir a posibles errores tácticos o apelar a la composición por edades del electorado brasileño para explicar victorias y derrotas. Esto no impide que reconozca como decisivos los cinco millones de votos de jóvenes de 16 a 17 años en el triunfo, por pequeño margen, de Lula sobre Brizola. Es cierto que Collor y Lula son más jóvenes que los candidatos mencionados, pero hay otros candidatos jóvenes derrotados, de modo que para analizar su triunfo entiendo que debo referir el significado de sus candidaturas al proceso de represión y reformas que los mil¡tares llamaron revoluçâo.

Los Gobiernos militares buscaron legitimarse con una misión que definieron como la "integración nacional". La tarea fue abordada con parcial éxito, especialmente durante el Gobierno del general Castelo Branco, un militar ilustrado, oriundo de la Escuela Superior de Guerra, conocida como la Sorbonne. Castelo creó un completo y moderno aparato de Estado, es decir, una tecnoestructura.

Comenzó a dotar al país entero de infraestructuras ambiciosas, planeadas con la visión de quien está poniendo las bases para el despegue del "país del futuro". Culminó su obra mediante la implantación de un aparato ideológico sofisticadísimo centrado en la red de televisión Globo, que vendría a ser la cuarta emisora mayor del mundo. Era el tiempo en que todo era "o maior do mundo".

Dichas infraestructuras, el moderno aparato del Estado y las garantías que ofrecía la fuerza del régimen militar atrajeron ingentes inversiones de capitales extranjeros y permitieron una rápida acumulación de capitales nacionales: era el "milagro brasileiro".

El 60% de esta actividad económica se concentró en Sáo Paulo y su región, desarrollándose unas nueva s relaciones de producción en el seno de las grandes industrias. La mayor productividad resultante de la base tecnológica renovada permitió que los trabajadores de aquellas empresas dispusieran de unos salarios y unas condiciones de trabajo hasta entonces desconocidas por la clase obrera brasileña. Se abrió, también, un margen para la negociación entre empresarios y trabajadores, de modo que fueron decayendo las viejas estructuras sindicales emergiendo, en su lugar, un sindicato de clase sólido y combativo. No tardó en destacarse, entre aquellos sindicalistas, un líder carísmático: era un tornero mecánico de sobrenombre Lula, el mismo que ahora disputa con posibilidades la presidencia de la República.

En mi opinión, su candidatura es la representación política de la vertiente laboral de unas relaciones sociales que nacen de los procesos productivos que se instalaron en Brasil a partir del golpe militar. Sin embargo, los trascienden. En efecto, dichas relaciones constituyen un modelo en el seno de una formación social que la dictadura, lejos de integrar, ha fragmentado abismalmente. La clase obrera de Sáo Paulo y de algunos Estados del sur del país, especialmente la fracción integrada en el nuevo sindicalismo, es un sector privilegiado respecto a la gran mayoría de la población. Lo extraordinario tal vez sea que hayan utilizado su posición de privilegio para formular un proyecto político para el conjunto de los trabajadores.

A este proyecto se han sumado la mayoría de estudiantes y no pocos intelectuales. Pero el apoyo decisivo proviene de la Iglesia católica, y no es de hoy. Durante las fases de dificil afirmación del nuevo sindicalismo liderado por Lula, el cardenal de Sâo Paulo, Paulo Evaristo Arris, lo estimuló y lo protegió. Los partidarios de la teología de la liberación trabajaron activamente en aquel proyecto sindical y hoy lo hacen en el seno del Partido de los Trabajadores. Esto equivale a decir que dicho partido goza del apoyo de la casi totalidad de los cinco millones de católicos integrados en las "comunidades eclesiales de base". Esto significa, también, mayores posibilidades de articular aquel proyecto con buena parte de la gente trabajadora y de neutralizar, al menos, algunas parcelas de las capas Medias. Esta fracción importantísima de la iglesia intenta contrarrestar la influencia del aparato ideológico del Estado.

Resta saber hasta qué punto Lula representa únicamente a la vertiente trabajadora de las nuevas relaciones sociales o bien si ha logrado asumir la representación hegemónica de estas relaciones sociales complejas. La incógnita es legítima porque la otra vertiente, sintetizada en la clase empresarial, ha sido incapaz de articular una alternativa político-partidaria propia. Tras vacilar entre varios partidos, a última hora se ha sumado al proyecto personal de Collor.

En la perspectiva de este análisis, Collor representa la voluntad civil de renovación de los éxitos obtenidos por los primeros Gobiernos militares. Así, su propalada lucha contra los marajás puede verse como una promesa de restauración del aparato estatal creado por Castelo Branco, limpiándolo de las adherencias parasitarias que se han ido acumulando en los años de opacidad política. El apoyo de la TV Globo confirma la continuidad del núsmo vehículo ideológico en la tarea de promoción del sueño de modernidad. Finalmente, la adhesión del gran empresariado representa una perspectiva de permanencia y tal vez de renovación de la base productiva.

Los resultados de la primera vuelta electoral parecen indicar que estas promesas han sido suÉcientes para ilusionar, con una quimérica incorporación a la modernidad, a un importante segmento de capas populares crónicamente marginadas. La incógnita reside a estas horas en la actitud que adoptarán las capas medias, cuyo ciclo de desarrollo y decadencia ha corrido parejo al ciclo militar, en el que incluyo la penosa transición. Pronto sabremos si se sienten más amenazadas por el representante de la continuidad renovada o por los conductores de un proyecto de reformas estructurales que, aún reconociéndolo necesario para elpaís, las capas medias tienden a identificar con una pérdida de sus privilegios jerárquicos.

Luis Boada es investigador del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Brasil.

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