Más sobre Cela
He leído con atención, emoción y agradecimiento el artículo de Julio Llamazares El arzobispo de Manila (EL PAÍS, 14 de noviembre de 1989). También con un sentimiento de culpa, porque Llamazares no dice nada que yo no supiera, pero él lo dice y yo no lo dije. En realidad, todos sabemos que Camilo José Cela es un personaje soez, que cursó instancia ofreciéndose como confidente a la policía franquista en plena guerra, que escribió a las órdenes del feroz Pérez Jiménez y que actuó como censor en la dictadura; pero el, único en sostenerlo públicamente en estos días ha sido Llamazares. Su texto vino a sacarme del estupor en que me habían sumido centenares de elogios desmedidos, suplementos especiales y fiestas televisivas dedicados al premio Nobel, con las firmas y los rostros de buena parte de la crema de la intelectualidad, incluida la de izquierdas.Ahora bien: lo escrito por Llamazares tiene, hoy por hoy, mucho más valor que el mucho valor que siempre tiene la verdad. El Nobel a Cela reveló sumisiones y miserias confirmatorias de la vigencia de uno de los grandes equívocos de la transición polítíca, el que identifica la convivencia, la tolerancia y el pluralismo con el olvido. Una confusión que en el plano de la cultura se traduce en un abandono activo de la memoria y la verdad como supuestos éticos previos a toda creación. Llamazares, al dejar constancia de lo que todo el mundo sabe pero calla, devuelve a su lugar y a su función esos términos. Por cierto, verdad y memoria bien podrían constituir programa, nada menudo, para una o dos generaciones.-
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