Chismosos, cotillas y honorables
Un intento de divorcio de Enrique VIII produjo la Iglesia Anglicana -el "cisma de Inglaterra", decía Calderón- y una serie de consecuencias históricas graves que aún no han terminado. No hay que extrañarse de que los amores y las separaciones de los grandes sigan interesando: toda la historia anecdótica del mundo está escrita sobre eso -véase Yo, Claudio, por no leer a Suétonio, aunque es más divertido- y algunos periodistas pretenden continuar tratando estas intimidades que pueden hacer perder presidencias en Estados Unidos, ministerios en Gran Bretaña, embajadas en España o estabilidad en las bancas.Manuel Campo Vidal examinó el jueves la cuestión, que es un amplio debate en la sociedad española, en su programa de Televisión Española, Punto y aparte. Campo Vidal es quizá el mejor entrevistador serio que ha dado la televisión y la radio y, sin embargo, este debate quedé en mera superficie.
Los invitados no eran significativos, sin perderles el respeto, y al final dos de ellos se enzarzaron - María José Cantudo, artista, e Ignacio Fontes, director de Interviú- a propósito de algunas fotos y algunas ofertas. Cada uno defendió sus intereses según le iba en la cuestión. Fueron, además, demasiados invitados y poco el tiempo, -compartido con la evocación a Pasionaria y un espacio para Jesús Gil y Gil-. Está claro que estos personajes que se sentían agredidos no eran los Atridas, y'que estos periodistas no son Sófocles y Eurípides, que elevaron el chisme y las pasiones de los grandes a la categoría de tragedia.
Está claro que Fernando González Urbaneja, periodista que trabaja para una gran empresa, no puede quejarse de que los periodistas trabajen por un dinero que no es puramente del bien común o la verdad intrínseca, y si lo es el de quienes trabajan por cierta imagen- que hay que dar de quienes abonan el sueldo.
Pregunta en el aire
Como en otros debates, la pregunta quedó en el aire; la de si las revistas del corazón tienen derecho a entrar en la vida privada, cuando una y otra se encabalgan en algo de interés general; y b), si los datos. de la vida privada pueden desprestigiar o perjudicar a nadie. Tampoco se aclaró si algunas personas tendrían el menor interés o los menores beneficios si sólo estuvieran en las revistas por sus canciones, sus bares, sus atuendos o por lo que ellos llaman sus éxitos, que no siempre son tan claros.En realidad, la vida privada, entendiendo principalmente por ella la vida sexual, las paternidades o los cambios de pareja es algo que parece más que tolerado, aceptado, por la sociedad, y siempre parece injusto que una persona pública quede afectada por estos actos o sancionado por ellos: un pnimer ministro japonés no debe estar descalificado por un asunto. de kimonos, como no lo puede estar un recadero o un doctor en medicina.
La sociedad está basada hoy en otros conceptos del honor y de la ética. Y, en todo caso, si el acto secreto es de efectos negativos, el mal está en el acto y no en la publicidad de éste. El tema sigue siendo discutible en una sociedad muy dividida en sus opiniones sobre lo tolerable y hasta sobre lo legítimo, y por la existencia de vendedores y compradores de intimidades, convertidas en mercancía. El debate que dirigió Campo Vidal tampoco lo aclaró; menos invitados y más lejanos por sus propios intereses al centro de la cuestión hubiera contribuido mejor a esta cuestión a la que le quedan años por disolverse.
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