Prioridad absoluta
Las cifras referidas al pasado verano son contundentes; el déficit comercial español aumentó un 55% en los primeros siete meses, el total acumulado asciende a dos billones de pesetas (4,9 billones importados frente a 2,9 exportados) y la tasa de cobertura cae hasta el 61 %, posiblemente la más baja, en términos comparativos, de los últimos 50 años.El Gobierno, a través de la Secretaría de Estado de Comercio, ha dado repetidas veces la voz de alarma ante una situación que, de no corregirse, puede poner en grave peligro la tendencia de crecimiento e incluso colocar a España en una delicada situación de deuda externa.
Ante todo esto, y al no disponer, por imperativo comunitario, de otras medidas más intervencionistas, la Administración ha puesto en marcha el Plan Nacional de Fomento a la Exportación, que recoge ciertas medidas técnicas (financieras y de seguro de crédito, básicamente) y de promoción (potenciar el papel del Instituto de Comercio Exterior-ICEX).
Aunque el resultado de este plan ha, sido y es positivo, el incremento de las exportaciones (un 10%) no ha bastado para compensar las importaciones (un 25%), debido, sobre todo, al gran impulso de la demanda interna, a la renovación del tejido industrial y a una propensión al consumo de importación creciente de la población española.
Esta situación ha servido para que se vuelvan a generar excedentes empresariales que crean empleo y recapitalizan las empresas, y para que la inversión extranjera financie este déficit. Pero, ¿por cuánto tiempo?
Las medidas económicas del 7 de julio pasado están encaminadas a un enfriamiento de la demanda interna, para permitir un respiro a la importación, a los precios y a la capacidad productiva de nuestras empresas.
La conjunción de todas estas medidas deberían frenar la tendencia a medio plazo, aunque el mensaje está claro: tenemos que exportar más.
Al margen de unos casos-bandera, que se ponen siempre como ejemplo y que prestigian la imagen-país de España, la realidad de la exportación española es poco conocida.
Por ejemplo, se menciona poco el doble factor de concentración que se da en el sector.
De una parte, concentración empresarial; unas pocas empresas exportan una gran parte del total. En base a las cifras de 1988, y según fuentes disponibles (LAE), de unas 10.000 empresas censadas como exportadoras, por un total de 4,68 billones de pesetas, las 200 primeras (el 2%) exportaron 2,05 billones (el 44%). De otra parte, concentración sectorial; unos pocos sectores engloban una gran parte del total.
En base a las mismas cifras, de 99 capítulos arancelarios, los cinco primeros (5%) exportaron algo menos de un billón de pesetas (un 20% del total).
Estudio amplio
Estos datos, así como gran cantidad de otros parámetros más profundos, se contienen en un magnífico estudio de los profesores Alonso y Donoso, de la universidad Complutense, publicado por el ICEX.
En él se desarrollan con gran rigor las conclusiones extraídas de una investigación realizada sobre más de 2.000 empresas exportadoras, en lo referente a datos clave, como son su. estructura, su dimensión, su accionariado, su propensión exportadora o sus estrategias de marketing.
Ello define un aspecto del problema que afecta a la propia esencia de la empresa española: nuestros empresarios no tienen, en general, una actitud exportadora activa. No puede, sin embargo, generalizarse a todos los empresarios, ni censurarles excesivamente esta falta de mentalidad exportadora, derivada de nuestra propia estructura educativa, social y económica.
España ha sido en este siglo un país preponderantemente volcado al interior, con pocos contactos con el exterior derivados de sus avatares históricos y régimen político (1936-1975). Solamente en los últimos 10 años se asiste a un florecimiento de la internacionalización de nuestra vida económica, cultural y política, que se supone debe alcanzar su cenit y definitivo despegue en 1992.
Esta interiorización económica y social creó una generación de empresarios con poca o nula formación exterior, un mercado superprotegido cuando no autárquico y una concepción muy clara de cómo fabricar y vender su producto conforme a las reglas del mercado interior. La poca competitividad, baja productividad y calidad poco rigurosa hacían que un mercado constantemente al alza absorbiera producciones y generara beneficios, normalmente no reinvertidos en la mejora productiva.
Esta bonanza continuada permitió que se generasen una serie de males estructurales en la empresa, que afloraron con toda su crudeza durante el decenio crítico 1975-1985.
La fuerte caída de la demanda interna hizo que aquellas empresas que no cerraron o fueron multinacionalizadas, se tuvieran que plantear la exportación como solución de urgencia.
Esta salida trajo como consecuencia una mejora cuantitativa de la balanza de pagos, un sostenimiento del PIB y la conservación del empleo.
La moda de la exportación
Pero no cambió para nada la actitud del empresario. A partir de 1985-1986, un nuevo boom interno volvió a invertir la tendencia, y así hemos llegado a ese 60% de cobertura.
Por ello, en mi opinión, es necesario generar un cambio de actitud en el empresario, hay que poner de moda la exportación.
Porque esta magnitud es hoy la gran desconocida de nuestra pujante economía, según demuestran algunos datos:
1. Según un estudio propio llevado a cabo en las páginas de empleo de este diario, en los últimos seis meses, apenas un 0,5% de las ofertas eran para cubrir puestos de comercio exterior.
2. De forma harto elocuente, no existe un plan de estudios de comercio exterior en ninguna facultad universitaria o escuela técnica superior o media. Esto provoca que esta actividad no pueda contemplarse por el colectivo de estudiantes preuniversitarios como una salida profesional válida (y hace que tampoco sepamos si el punto 1 es causa o efecto del 2), por tanto, impidiendo una formación básica de futuros profesionales.
3. La Prensa económica en general apenas dedica cobertura a la exportación, y siempre lo hace referida a una empresa o hazaña en particular (Freixenet, Chupa-Chups, Cosmen, Lladró, son típicos, pero no sintomáticos).
4. El público lector ha consagrado a financieros, banqueros, inmobiliarios y otros. Apenas se conocen empresarios exteriores (salvo los mencionados, de los que se conocen las marcas).
5. Aún más grave, el gran desconocimiento que las propias empresas manifiestan de organismos como el ICEX o el CESCE, y de sus medidas de apoyo a la exportación, es sintomático de que, una vez más, se cumple el adagio: salvo excepciones, el empresario español sólo exporta en época de crisis.
Una actitud exportadora positiva es consecuencia de una economía empresarial fuerte. España está viviendo una fase eufórica, pero peligrosa, de deterioro comercial y venta de activos a empresas extranjeras.
Queremos creer que la conjunción de varios factores, como el freno a la demanda interna, la recapitalización productiva de las empresas, el mercado único de 1992 y la renovación de la generación de empresarios de la autarquía, provocará un cambio de tendencia.
Pero todos los implicados en este sector tenemos la obligación de ayudar a este cambio de actitud: la Administración, la Prensa especializada y general, televisión, organismos intermedios, escuelas de negocios y los profesionales del sector debemos difundir las ventajas de la exportación y sus inconvenientes, hemos de ayudar a las empresas a salir al exterior con dinamismo, constancia y voluntad de permanencia. Estamos a tiempo de evitar males mayores.
es consejero delegado de Codex Europa.
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