Suárez, su reino no es de este mundo
El presidente del CDS ha adquirido la pátina del aristócrata y detesta el ataque personal
Señoras y señores, gracias por su presencia aquí. Perdonen el retraso, si es que lo hubo. Los elementos van contra mí. También yo voy contra mí. Perdón. Gracias. Mi reino no es de este mundo. Antes morir que pactar. Al menos de momento. El PSOE parece inmortal. No lo es. Nada es lo que parece ser. Ni siquiera mi partido, siempre en trance de partirse. Ni siquiera ustedes, que dudan a quién votar. Sólo España es España. Luego viene lo otro. La rebaja de la milí. El saldo de la ideología. La liquidación del síndrome a sentarse, coño, que aquí estoy yo. Y además, yo soy el único, óiganlo bien, que puede medirse con Felipe.El programa cabe en un tríptico. Es el auto sacramental del CDS. El rostro del candidato ocupa el centro. "Con nuestro presidente, somos capaces de hacerlo". Y lo que propone es muy razonable: ahorrar para crecer, 1.500 kilómetros de autopista para correr, salario social y pensiones sin impuestos, verde como color preferido, más libertad e igualdad autonómica, desarme, reducción del gasto público, una mejora de la educación y sanidad que cure a los enfermos sin matar a los médicos. Pero, ¿acaso llegará a enterarse el electorado del mensaje del líder? ¿Puede transmitirse la oferta en una docena de mítines y un minuto, en días alternos, otorgado por la televisión? El candidato lo duda. Lo duda mucho. "Lo que no existe en la televisión, no existe", ha repetido varias veces. "Lo que más lamento de la campaña es que sea tan corta, porque no da tiempo a explicar un programa".
Sin embargo, no todo es cuestión de tiempo. También es cuestión de ritmo. De intensidad. De potencia. De tono de voz. Adolfo Suárez ha adquirido la pátina del duque, los modales de un aristócrata que siente horror por la estridencia y detesta el ataque personal al adversario aun cuando la contienda desprenda aroma a estiércol. "Todo lo que pretendo es explicar nuestro programa como una alternativa al poder socialista, y no meterme en la espiral de una campaña sucia". Desde el principio quiso dejarlo claro: "De ese personaje (Guerra) voy a hacer lo posible por borrarlo del mapa de mis alusiones", dijo en la conferencia de prensa inicial celebrada en Oviedo. A lo largo de la campaña serían los mismos periodistas quienes se referirían al vicepresidente socialista como el innombrable.
Desayuno de huevos
La batalla empezó con un desayuno de huevos neonazis, acompañados de panceta con piedras. Era el día de la pegada de carteles. Cuando Suárez procedía a esa ceremonia en la plaza de Chamberí, irrumpieron los ultras de las Bases Autónomas y batieron yemas y claras con palos de béisbol y pelotas de humo. A un militante entrado en años le abrieron el cráneo de una pedrada. "A Amparo, mi mujer, la alcanzaron con otra piedra en el empeine", explicó Suárez, "pero la suerte que tuvimos es que mi hijo y sus amigos, que saben kárate, lograron reducirlos". Lo inexplicable para el candidato era que en ese acto hubiera estado ausente la policía.Un publicitario de los que suelen contratar los candidatos en Estados Unidos para dirigir la campaña electoral jamás habría desaprovechado el incidente en circunstancias parecidas. Esperaba uno que en el polideportivo de Oviedo, horas después del suceso de Chamberí y aún con la palidez en el rostro de Suárez, el número uno de la militancia local hubiera aludido a la agresión como a un accidente de minoría. Pero no fue así. Desperdiciaron la oportunidad de un grave asalto al jefe, quien subió al escenario con un fondo de gaitas pastoriles. Su discurso no atronó. Más se parecía a un balido que a una arenga. Hablaba Suárez de apatía y desánimo impuestos por el PSOE a la sociedad española, todavía sin modernizar, y su misma estampa reafirmaba el aserto, con una mano en el bolsillo y la otra acariciando los folios. "Sólo quieren perdurar en el poder, son lapas adheridas al paisaje social, pero podemos librarnos de ellos gracias al sistema democrático", proclamó el candidato.
Famosas marionetas
En París, donde se le esperaba para nombrarle presidente de la Internacional Liberal Progresista, Adolfo Suárez describió su estado de ánimo como el de un político "sereno, confiado y ocupado". Creía que podía mejorar los resultados de 1986, pero mientras afirmaba esto, los trazos de bolígrafo se disparaban como la aguja de un detector piadoso de mentiras sobre la cuartilla del subconsciente. Dijo: "Lo que pretendo es consolidar el CDS como alternativa de Gobierno".Allí le sorprendió la noticia del vídeo estatal emitido por TVE y en el que, del Rey abajo, una cuarentena de celebridades aparecían como figuras de cera en el museo del partido en el poder. Ninguna se derretiría de indignación ni de gusto. Eran el epítome del progreso prometido, famosas marionetas de un guiñol que bien pudo denominarse Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Suárez se llevó las manos a la cabeza. Las borlas de su elegante calzado negro se agitaron como espantamoscas en el gorro del recluta franquista. Exclamó: "¡Qué más quieren! ¡Ahí tienen una manipulación profunda del PSOE que revela cómo funcionan en estas elecciones!". Se diría que el candidato estaba complacido íntimamente, haciendo acopio de pruebas abusivas del adversario. Su desolación no era inferior a su estoicismo.
Tres teloneras de minifalda con los pezones en su sitio y grito de rockeras -el grupo se llama Objetivo Birmania- calentaron en Móstoles, ciudad dormitorio, la frialdad electoral del suburbio obrero de Madrid. Sobre el escenario del polideportivo, y mientras Felipe González moqueaba de gripe (la indisposición le duró un día), las animadoras se cobraban el millón de pesetas por actuación erotizando el mitin con sus tocamientos musicales, sus hermosas piernas y sus brincos sincronizados. Pero de pronto apareció el mesías entre globos y amas de casa con cámara de vídeo -faltaría más-, y aquello, que parecía el festejo de una erección general, tornó a su cauce mortecino, a su centro árido y seco, mientras los militantes vitoreaban: "¡Presidente, presidente, se siente, presidente!".
Obedeció él y puso gesto de congregante en día de medalla al mérito de la virginidad. Luego repitió idéntico discurso, iniciándolo con exquisitez: "Quisiera convencerles, con el permiso de ustedes...".
Era sábado cuando voló a Palma de Mallorca. Lo hizo, como en otros desplazamientos, a bordo de un avión especial de seis plazas. El candidato se declaraba consciente en ese momento del efecto doblemente aburrido de sus intervenciones. Para el público, "porque, créame, los temas del Estado no venden;yo, como espectador, no acudiría; tengo la sensación de ser un estúpido; de hacer el ridículo; todos los días repitiendo lo mismo, por mucho que los publicistas dicen que hay que repetir y repetir...".
Pese a ello, en ese mismo avión confió Suárez que es urgente modernizar el Ejército, pues, "si tenemos un follón con Marruecos, los moros nos llevarán a chorrazos hasta los Pirineos". Luego reconoció que exageraba un poco. Sonrió. Rectificó. "Sí, un poco exagero, pero cuando yo era jefe de Gobierno nuestra capacidad de fuego sólo era de 24 horas".
Cámaras al trote
Su incapacidad de afrontar el otro fuego -las masas, el pueblo- ni siquiera se revelan superiores a ese tiempo. Los correligionarios de Mallorca improvisaron un paseo con el líder por el centro de la ciudad. Las cámaras le seguían al trote. La gente señalaba desde los automóviles. Y él se volvió, como un penitente que sangra en Semana Santa, y comentó hacia el resto de la procesión: "Me da una vergüenza horrible, pero supongo que hay que hacerlo". No era éste su reino, ni Felipe el soberano. "Lo que más me ha decepcionado de Felipe, y yo le voté en 1982, es que la oportunidad del cambio que prometía no la cumplió. Ha hecho muchas cosas bien. Pero luego se han endiosado. Y están desaprovechando la oportunidad de lo que han tenido tan fácil. Y la gente ya no tiene ilusión".Desde un punto de vista personal, Suárez resiente el despego de González, la distancia que ha impuesto. "Al principio me llamaba, quería conocer mi opinión, estaba interesado por saber y contrastar. Luego, nada. Cortó en seco".
Como es su costumbre, Adolfo Suárez rechazó el vino, los entremeses y el salmón a la parrilla que sirvieron en vuelo. La azafata lo trató como a un niño travieso: "Bueno, bueno, para usted hemos traído esto, su tortilla de un huevo a la francesa".
Se le veía comer desganado, como un enfermo que quiere sobrevivir; era fácil imaginarle en las próximas legislativas mermando incluso esta ración tan austera. De alguna forma, sus molares hablaban: "Vea usted si soy honrado, vea usted si soy asceta, vea usted si soy dueño de mis instintos y de cualquier pasión".
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