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Del amor relativo

"El todo es lo mismo- ("das ganze ist dasselbe"), afirmaba Hegel para demostrar la identidad de los amantes, objetivo ideal del amor absoluto, que pretende la desaparición de uno en el otro para lograr la fusión plena. Pero Kierkegaard, al revelar la presencia del sujeto viviente, del hombre real y concreto tras la idea, descubre la esencia del amor relativo. En Berlín asistió a los cursos de Schelling en la Universidad, y en su última lección pronunció la mágina palabra: realidad. Era lo que esperaba el pensador danés desde hacía años. "Esa palabra me recordaba todos mis dolores y todos mis tormentos filosóficos". Desde entonces se asoma a la heterogeneidad del ser, del otro como presencia verdadera, caricatura extraña, ajena y hasta posible enemiga del yo amante. Escribe Diario de un seductor para diseñar la figura de un donjuán reflexivo, pero en verdad es para establecer una estrategia de conquista que permita conocer el misterio del otro, y dice: "La conciencia aparece en él solamente bajo la forma de un conocimiento más elevado que se expresa como inquietud (...). Valiéndose de sus finísimas facultades intelectuales, sabía inducir en tentación a una joven en forma maravillosa". Una vez desvelado el enigma de la amada, en este caso Regina Olsen, la abandona porque el amor se consuma en el descubrimiento y, una vez pasado este instante sublime, se corre el peligro de caer en el estadio ético del matrimonio, repetición o monotonía del sentimiento, desesperación agónica, letárgica, del amor. "Los seres humanos eran para él solamente un estímulo, un acicate; cuando ocurría lo deseado se desprendía de ellos, como los árboles dejan caer sus frondas". De aquí nace el concepto de amor relativo, que goza de instantes prodigiosos, exaltados, agotándose una vez vividos. Sin embargo, el verdadero amor relativo es descubrimiento recíproco entre los amantes y no, como pensaba Kíerkegaard, sólo desde el seductor o subjetividad dominante. El gran pensador e hispanista holandés Johan Brouwer, en su obra Sobre la mística española, sostiene que el amor es iluminación mutua de dos seres que culmina en el arrebatamiento. "Una vez despejada la incógnita que nos unía", me explicaba en un café de La Haya, "se abren nuevos caminos al conocimiento amoroso, que es, por esencia, sucesivo, pasajero, analítico e inquietante. Por ello, el amor es siempre verdaderamente relativo".La actual promiscuidad amorosa de los jóvenes contemporáneos es una manifestación de amor relativo y, a la vez, su disolución en átomos de placer que obnubilan el conocimiento de la persona amada y se olvida, antes de saber de ella, en el múltiple acontecer erótico. Es necesario, pues, para vivir el amor relativo, la presencia y claridad del otro, que, por ser ajeno y diferente, es irreductible a uno mismo. Para Emmanuel Levinas son los otros que nos abren las ventanas a la posibilidad de amar sucesivas veces, sin comprometerse Jamás en una unidad estrecha que cerraría el horizonte de la infinitud. Así, aun cuando una criatura es asumida totalmente, permanecemos a su lado porque todavía quedan. sombras por conocer y descifrar. Una vez acabada la relación plena amorosa, siempre aparece otro ser que despierta nuestra curiosidad, esa sed infinita de conocimiento, y vamos anhelantes hacia ella para sosegar nuestra inquietud. Sin embargo, la presencia del otro puede ser amenazante y hasta destructora para la identidad del yo. Entonces nace ese conflicto infernal del amor que analizó Sartre, la lucha patética de los amantes, cuya solución encuentra en un nosotros, creación paulatina de los que aman odiándose, para llegar a la unidad real, que puede ser contingente, relativa, como él dice, o permanente, absoluta, necesaría.

El amor relativo difiere según los personajes que lo viven. En Noches blancas, de Dostoievski, los amantes van descubriéndose a través de confidencias reveladoras: "Yo le quIero a él, pero esto pasará, esto tiene que pasar. Es imposible que no pase, está pasando ya, lo siento". Sin embargo, se

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va con el primer amante, y su naciente amor fue "¡sólo un momento de bienaventuranza!". El amor, para el protagonista de Du côté de chez Swann, de Proust, es una inquietud permanente por descubrir la realidad del otro, su verdad oculta y misteriosa. Las mentiras de Odette acrecentaban su amor, pues "le désir de connaitre la vérité était plus fort". Y llega a escuchar detrás de las puertas, compraba a los sirvientes, espía las conversaciones de sus visitas. Swann amaba, él mismo lo dice, como un verdadero investigador científico. Pero una vez que Regó a saberlo todo de ella deja de amarla. "Dire que j'a¡ gácher des années de ma vie, que j'ai voulu mourir, que fai eu mon plus grand amour pour une femme qu'au fond elle ne me plaissait pas". Proust no concibe el amor como una pasión conti nua, indivisible, sino que se compone de amores sucesivos y que son siempre pasajeros. Esta esencia fugitiva, la temporali dad del amor, se revela también en las obras María Grubbe y Niels Lyhne, del novelista danés Jens Peter Jacobsen, que na rran los amores como sueños vividos por sus protagonistas, condenados a una irremediable soledad final, pero han servido para desarrollar infinitamente su yo por la experiencia enriquecedora con los otros, a quienes han amado en sus breves viajes por la vida.

Ahora bien, el amor relativo está amenazado siempre de convertirse en absoluto. El descubrimiento recíproco puede consumar el amor en iluminación, arrobo tan intenso que no puede soportarse durante mucho tiempo, como la exaltación divinizada por Hölderlin. También puede ocurrir que no se logre por completo esa compenetración recíproca y queden entre los amantes zonas oscuras que explorar, lo que exige más espacio de tiempo y una reflexión prolongada de ejemplar tenacidad. Entonces, sin quererlo ni saberlo ellos mismos, este hallazgo recíproco se convierte en una progresiva y paulatina ¡dentificación que opera en las sombras, para acabar disolviéndose en firme y sólida unidad indiferenciada. Puede suceder igualmente que el encuentro revelador exija, en el proceso amoroso, una fusión más intensa de los cuerpos, una profunda compenetración carnal, para llegar al conocimiento mutuo. Pero si se logra ese instante sublime se absolutiza el amor y se corrompe su relativismo apasionado, su fogoso resplandor, precipitándose en la monotonía de la fidelidad, en la agonía y desfallecimiento postreros del ímpetu desvelador.

Para salvar la perpetua fragancia del amor relativo, siempre existe el amado posible en las esquinas invisibles de la esperanza, que nos incita a descubrirlo, a profundizar sabia y delicadamente en sus entrañas sombrías. También puede permanecer rezagada y hasta perdidaen la memoria la imagen de alguien que hemos amado, y aún permanece oculto, enigmático, a descubrir totalmente. De aquí nace la nostalgia del bien perdido, de la criatura a medio desvelar que subyace en nuestros pensamientos, porque siempre nos dejamos algo sin saber que nos tortura. Porque el amor relativo es, paradójicamente, una proeza infinita de los sentidos corporales para llegar al conocimiento definitivo. Sin duda alguna, el amor relativo es el camino más seguro para Hegar al amor absoluto, que, después de una experiencia feliz, se revela al final absolutamente relativo.

Carlos Gurméndez es autor del ensayo Crítica de la pasión pura.

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