Heidegger, el epílogo del prólogo
"Niños que osan agarrar la rueda de la historia acaban descuartizados", resume Jaspers, recogiendo una célebre frase de Weber, el final de Heidegger. A Jaspers le gustaba ver el caso del colega bajo la analogía del muchacho que se extravía. No sólo en ese extravío sino en toda la actitud de Heidegger puede percibirse un fondo adolescente, que, más allá de la intención de la metáfora de Jaspers, es evidente. Por lo que se ve, a cierto público y a ciertos intelectuales les gusta ver también el caso como un desvarío más o menos inexplicable o morboso, La cuestión de fondo no puede ser, sin embargo, un extravío individual con sus agravantes morbosos. La cuestión no puede ser el enigma personal de si fue o no nazi, que lo fue, como, desde las aportaciones antiguas de Schneeberger y las más recientes de Ott o Farías, ha quedado verificado. El que, a pesar de ello, el debate haya tomado en exceso el rumbo de un enigma personal, debe considerarse como un signo de bagatelización filosófica, en la que el libro de Farías, con virtudes y defectos, tiene responsabilidades concretas y ejemplares.La clave del debate pasa por la despersonalización del caso. Lo que ni pone ni quita nada al problema de la culpa. La clave del problema no es el extravío personal, de un hombre o de un muchacho, sino el extravío histórico de una cultura, del que la persona concreta es símbolo, emblema y bandera, manifestación personal arquetípica. Sin todo eso, el caso personal no tiene sentido ni existencia. Aunque se dé a entender así, la inhumanidad fascista de Heidegger no es un hecho que se levante, solitario y aislado, en medio de la nada, como una floración espontánea de la historia. Ni es tampoco el resultado de una capacidad de pensar especialmente potente para desviarse. El caso sólo es inteligible desde sus dimensiones históricas: en lo que tiene de continuidad más que en lo que tiene de individualidad, en lo que tiene de "lógica" histórica más que de azar, en lo que tiene de necesidad más que de intencionalidad. La clave no está en el desvarío, voluntario o involuntario, inocente o culpable, sino en la condensación histórica de la que el desvarío personal del individuo es manifestación preeminente.
Por decirlo así, Heidegger es sólo el epílogo de algo que tuvo en Nietzsche su gran prólogo. Por grande que sea la figura, es sólo un componente minúsculo de un puzzle gigantesco con miles de piezas, de un paisaje lleno de antecesores y estaciones de paso. Heidegger es un escalón más, de momento último, del "irredentismo alemán" -llámese Kulturkritik, "revolución conservadora" o como se quiera-, cuyas raíces retroceden hasta Fichte, y cuyos precedentes teóricos y personales son, por la línea más dura y vulgar, Lagarde, Moeller van den Bruck, H. St. Chamberlain, Spengler, y, por la línea más estilizada, Eucken, Natorp, Sombart, e incluso Scheler. Es toda esa detallada elaboración paulatina la que crea las condiciones de posibilidad que hacen el nazismo de Heidegger filosófica y política-
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