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Tribuna:LA ANTICIPACIÓN DE LAS LEGISLATIVAS
Tribuna
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El seductor

Cuando se quita las gafas es igual que el detective de las tres y medía (el actor Robert Urich en Spenser, detective privado), un poco menos profundo, un poco menos preocupado por las angustias de los otros: un ganador. Son exigencias del guión. Un guión que empieza con la expectativa magistral del personaje solitario, fuera de escena, reflexivo, entre la última ecología viva: preparando su aparición. En esta aparición hay dos líneas de palabras y de comportanúento esenciales: una es la del didactismo, la otra de la fatalidad que asume o que le apadrina. Como pedagogo no toma la altura del catedrático, sino la del que antes se llamaba maestro de escuela: explica lo elemental, lo repite de varias maneras, busca comparaciones sencillas, y lo refuerza con su característico principio de frase, el "mire usted..." con el que quiere hacer ver la plástica de la situación real que hay detrás de la palabra. Mirar alrededor es, piensa, convencerse de que lo que afirma es lo cierto: se ve. Una muletilla comparable a la que utiliza Fraga cuando dice: "Como es natural...", como si todo lo demás -lo de fuera de él-, fuera antinatural. La línea de fatalidad se expresa en la rotundidad de sus futuros: "Ocurrirá", 'será", "haré". No conoce subjuntivos ni condicionales. Ocurrirá lo inevitable. La fatalidad: el 29 de octubre será presidente del Gobierno y su partido tendrá la mayoría absoluta y los que llama "los predicadores" se quedarán pasmados porque él practica el refrán de su pueblo: "Predicar y dar trigo". No hay más allá.El actor ensayado

Si hay un espacio importante para el actor ensayado que interpreta -para el comunicador, se dice ahora, y lo dice él mismo- es mucho más fuerte el del actor interior que es Felipe González. Pocas personas que hayan hablado con él o le hayan visto directamente ignorarán que el ego -en el buen sentido freudiano, no en el crítico- se le desborda y a veces le hace incallable. Esto es algo que da de pronto un relieve mágico a la pantalla y se sale de ella; y, curiosamente, una virtud que no tienen los otros políticos, en los que el ego les sale con el otro sentido, con el malo: se les nota demasiado el esqueleto sobre el que arman sus argumentaciones. González es todo carnosidad, pulpa. Habrá quizá un momento en que se acepte que la televisión es igualitaria, que todos tienen las mismas pulgadas de pantalla, unos minutos equiparables, las mismas luces y los mismos ojos expectativos al otro lado; sólo que unos lo hacen bien y otros mal. Felipe González lo hace bien; es un instinto agudizado por un aprendizaje. Vean ustedes -"miren..."- como ha llevado, frente a periodistas fáciles, su tema al que ha de ser el de la campaña: la economía del librito, del catón. Vean ustedes cómo ya se han caído de lleno en él los primeros replicantes de la oposición, y cómo él puede ganar enseñando fácilmente el entorno: somos hasta demasiado ricos, hasta demasiado comilones y tragones de carretera y de gasolina, y de vivienda, y de empresas públicas. He aquí una manera insólita de explicar que, aunque nos apretemos el cinturón, aún quedará bastante curva en nuestros estómagos. Es un seductor.

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