Una semana en Maracaná
El autor estuvo presente en la reciente Copa de América, ganada por Brasil. La fase final se disputó en el estadio Maracaná, en Río de Janeiro. Por allí pasaron los cuatro equipos teóricamente más fuertes del fútbol suramericano. Cada uno de ellos ha aportado su personalidad propia al campeonato. El autor analiza cada una de las cuatro selecciones (Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina).
Según una antigua presunción rioplatense, el fútbol se inventó en Europa y, se mejoró en América. Mario Patrón, observador de la Escuela Uruguaya de Entrenadores en la Copa de América, exagera así: "Si hoy se trata la historia de la humanidad, no se puede dejar de visitar el Paternón y el Coliseo, pero cuando dentro de 300 o 400 años alguien quiera saber de fútbol se tendrá que pasar por el Centenario de Montevideo o por el Maracaná de Río de Janeiro". Casi nada.Lo cierto es que fuimos muchos los miles que la semana pasada estuvimos en el estadio Mario Filo, de Maracaná, y como espectadores contribuimos a que la humanidad mire con respeto las piedras del gran estadio dentro de 300 o, 400 años. Estuvimos haciendo y repasando historia, porque al Maracaná ya le han ocurrido cosas grandes y porque la casualidad quiso que Brasil y Uruguay jugasen el partido decisivo. Exactamente el mismo día de hace 39 años, las dos mismas selecciones disputaron una final de Copa del Mundo en un partido desigual, al que "los uruguayos entraron como indios en una película de John Wayne", según el periodista Washington Rodríguez. Al término del partido, Uruguay había inaugurado el mito de la "garra charrúa", ganándole por dos a uno a 11 adversarios que contaban con 200.000 aliados en las tribunas. Ese día Brasil lloró, y del dolor de aquella tristeza nadie está del todo curado.
Otro 16 de julio de 39 años más tarde los diarios pedían venganza, exigían impiadosos recuerdos a los derrotados de la final de 1950, creían que la herida cicatrizaba con un triunfo en el lugar de los hechos y concebían como dramática la posibilidad de una nueva derrota.
Argentina y Paraguay actuaron de teloneros en un partido tedioso, que sólo dejó este diálogo entre dos célebres vecinos.
-"¿Cuántos minutos van?", preguntó Gigo Carniglia, mediado el primer tiempo.
- "No sé", contestó don Alfredo Di Stéfano. "Pero según mis cálculos, van cinco horas".
Argentina y Paraguay son selecciones con tendencias represivas, dirigidas por entrenadores que son amigos entre sí y tienen parecida obsesión por el funcionamiento táctico, la vida disciplinada y la unión grupal.
Bilardo y Manera coincidieron en aquel gran Estudiantes de la Plata de la década de los sesenta, que se abrió paso por América y por el mundo de la mano sabia y pedagoga de Oswaldo Zubeldía.
Aquel equipo creía tanto en el triunfo que no reparaba en los métodos, y aún hoy no resulta fácil determinar dónde acababa la picardía y empezaba la inescrupulosidad de aquellos campeones.
Estudiantes
Cierta noche de hace 20 años jugaron un torneo de verano en Pontevedra, que en caso de empate se decidiría con el lanzamiento de una moneda... Y el partido terminó en empate. La moneda fue lanzada por la inocente mano arbitral, subió acompañada por las miradas cansadas y ansiosas de todos, emprendió el retorno hacia tierra cuando se le terminó la fuerza y cayó. Todo normal excepto en un detalle: En un momento indeterminado del viaje de vuelta de la moneda neutral, con toda seguridad antes de tocar suelo, los jugadores de Estudiantes de la Plata empezaron a abrazarse y a gritar, protagonizando un festejo inolvidable sin saber si la suerte había elegido cara o cruz. Nadie se animó a contradecir semejante explosión de júbilo de tan ilustres visitantes, y la Copa se exhibe hoy en la sede social de Estudiantes con un 50% de posibilidades de pertenencia. Aquel equipo quedó perpetuado por sus malicias, pero para completar aquella experiencia triunfal fue necesario que volcaran voluntad, inteligencia, gran fútbol de algunos y unos códigos de compañerismo casi religiosos que aún perduran hoy.
Bilardo y Manera son hijos de aquella escuela que luchan por conseguir el equilibrio futbolístico partiendo de la solidez defensiva y sin hacerle concesiones al espectáculo.
Además de la consistencia apuntada en la fase preliminar de la Copa América, Paraguay mostró a Nefas, un zurdo de 17 años, físicamente formado, con sentido de la profundidad y una personalidad impropia a su edad. Nefas está entre un nueve clásico y un 10 clásico (una especie de 9,5 clásico); arranca desde una posición intermedia y apunta siempre hacia delante.
Minutos después de terminado el Mundial de México, Maradona bajaba las tribunas del estadio azteca con medio kilo de oro en copa entre sus manos. Bilardo tampoco entonces renunció a su exagerado sentido práctico y hubo testigos que le escucharon decir que "lo único bueno de ser campeones es que no hay que jugar eliminatorias para el próximo Mundial". Es cierto, Argentina tiene más tiempo que los demás para solucionar sus ploblemas. Pero los tiene graves. Meter dos goles en siete partidos es un dato preocupante. Bilardo tiene un año para buscar especialistas y encontrar a Maradona. El sueño no siempre posible de hombres que corran, jueguen y metan goles al mismo tiempo se suele solucionar con la racional distribución del trabajo, que consiste en usar a cada cual en su sitio. Lo de Diego es fácil, porque en el 90 tendrá una edad (30 años) en la que todavía se puede ser genio con los pies, si no se ha perdido responsabilidad, compromiso y motivación.
Luego, Brasil y Uruguay salieron a vivir otro 16 de julio. El partido fue la resultante de la taradez organizativa que obligó a jugar siete partidos en 15 días. De ese cansancio y de la cautela táctica surgió el aburrimiento.
Talento
Tabares, entrenador de Uruguay, tiene pinta de maestro de escuela y un discurso táctico tradicional. Cuatro hombres atrás ordenados en zona, dos mediosdefensivos de fuerte constitución, presencia dominante y carácter caudillesco (como Obdulio Varela, aquel peón de albañil alto, negro y apodado Vinacho, que en la final del 50 se hizo el dueño de Maracaná). No hay Selección uruguaya sin herederos de aquella estirpe. De ahí para adelante, la selección uruguaya le dio la palabra a la técnica y el talento de dos medios-ofensivos que tratan el balón con delicadeza y lo tocan con sentido (Rubén Paz y Francescoli) y a dos delanteros veloces que tienen el gol entre ceja y ceja (Rubén Sosa y Alzamendi). Perdieron la final (cosa impropia de uruguayos) pero dejaron la sensación de que serán grandes animadores del Mundial de Italia. Si en México 86 el Uruguay de Borrás fue lucha, más violencia, más trampa; en Italia 90 el Uruguay de Tabares se abrirá paso jugando buen fútbol.
Brasil hace 20 años que no tiene un gran título, ni un Pelé. El ensayista brasileño Brasigóis Felicio es consciente de su debilidad y de su nostalgia cuando escribe que "es triste el pueblo que necesita de héroes. Pero más triste el que tiene que reverenciar héroes extranjeros, Maradonas ajenos".
Un Brasil muy blanco
Brasil es futbolandia. Exporta goles como quien exporta perforadoras hidráulicas. La elemental industria de futbolistas se improvisa en cualquier parte. Sólo hace falta algo de terreno, dos cocos para construir cada portería, un balón y unos cuantos para cada lado. Si no hay zapatillas se juega descalzo, y si no hay balón se busca otro coco. La pasión está asegurada porque este país tiene una relación casi amorosa con el fútbol. Amor a primera vista que tiene su razón de ser en el clima amable que invita a vivir, en las amplias y llanas playas, en el culto al cuerpo, en el movimiento hecho ritmo por aporte de la raza negra...
-"¿Qué le pasa a Brasil?", le pregunto a un amigo carioca.
- "Que es demasiado blanco", contesta.
En efecto, Brasil llegó a tener hasta siete jugadores blancos en el equipo durante la Copa América. La estética de los tricampeones fue siempre más oscura, y sus dioses intocables (Pelé y Garrincha) fueron negros. Pero Brasil vuelve a tener jugadores de fútbol alegre hasta en el nombre (Geovani, Dunga, Silas, Aldaír, Bebeto, Romario, Masinho ... ) y un entrenador dispuesto a contrarrestar tanta alegría con dos stopper y un líbero. Lazaroni vivió una semana como villano en Salvador de Bahía y otra como héroe en Río de Janeiro. El título de campeón de la Copa América no sirve para vengar el llanto del 50, ni para desatar euforias carnavalescas; pero le da a Lazaroni un crédito para trabajar en paz. Brasil le ganó 1-0 a Uruguay y fue campeón sin Jorginho, Careca, Mozer y Müller. Con esos cuatro morenitos Italia tiene un candidato y yo un equipo para el que torcer.
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