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Crítica:XIII FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Betty Carter, la referencia

MIQUEL JURADO ENVIADO ESPECIALEl pasado viernes, el polideportivo de Mendizorroza se vistió con sus galas jazzisticas más lujosas, en un doble concierto cuyo recuerdo sólo admite los superlativos. Un doble concierto de los que hay que guardar en la memoria, o mejor en el corazón, durante mucho tiempo y utilizarlo de ahora en adelante como un punto de referencia.

A sus 81 años, Stephane Grapelli dio una verdadera lección de swing y de savoir faire, mientras que Betty Carter, a los 59 años, dejaba claro, pero que muy claro, lo que es cantar jazz, erigiéndose, en la Jazz-Singer, con mayúsculas, indiscutible de la actualidad.

Si Vitoria ha sido siempre un festival de cantantes, eso dice la tradición, el de Betty Carter fue, con diferencia, el mejor concierto vocal que ha pasado por su escenario en estos 13 años de vida de este festival. Y ocurrió en el escenario que ya han pisado Sarah, Ella, Bobby McFerrin, Manhattan Transfer o Diane Schur, por nombrar sólo algunas voces que han dejado su marca indeleble en el festival alavés.

Stephane Grapelli y Betty Carter

Stephane Grapelli (violín), Mark Fosset (guitarra) y Jack Sewing (contrabajo). Betty Carter (voz), Darrell Grant (piano), Tarus Mateen (contrabajo) y Troy Davis (batería). Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 21 de julio

Sin concesiones

A partir de ahora se hablará del concierto de Betty Carter en el festival de Vitoria. Como mínimo hablarán de él los auténticos jazz fans porque, todo hay que decirlo, el de la Carter no fue un concierto pensado ni realizado para satisfacer a la galería, ni a todos aquellos que esperan de una voz jazzística las azucaradas baladas de un piano-bar de lujo.

No; la Carter, desde el primer compás, atacó sin contemplaciones ni concesiones de ningún tipo; su What´s new inicial fue ya como para quedarse clavado en la silla. Casi sin anunciar el tema, se lanzó a la más desaforada de las improvisaciones, sus cuerdas vocales tratadas como el más maleable de los instrumentos capaz de matizar los agudos más penetrantes y los bajos más estremecedores.

Betty Carter posee la voz más dúctil del jazz actual y es capaz de abordar cancioncillas, como The good life, de Sacha Distel, o profundos estándares, como The man I love, de George Gershwin, con la misma naturalidad. Y edificar sobre ellos, con un scat apabullante y cada vez más sorprendente, toda una montaña de sensaciones sobrecogedoras.

La primera parte de la sesión la había llenado el violín octogenario de un Stephane Grapelli que sigue derrochando elegancia, buen gusto y un sentido personal de swing que todavía emociona y sorprende después de medio siglo.

Stephane Grapelli es un punto y aparte en la historia del jazz. El swing de París es su propiedad indiscutible y su mano izquierda conserva todavía su agilidad para extraer las más entrañables melodías de su violín.

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