Pocas sorpresas
LOS SONDEOS preelectorales constituyen una instan tánea del estado de opinión de la ciudadanía en un momento dado y, por tanto, no son ningún oráculo. Sin embargo, la experiencia acumulada ha permitido perfeccionar los métodos y, en general, la fiabilidad de los pronósticos realizados resulta hoy bastante alta. El que hoy publicamos fue realizado en los días inme diatamente anteriores a la apertura oficial de la cam paña para las elecciones europeas. En esas fechas, el porcentaje de electores indecisos era muy elevado. No sólo sobre la opción concreta, sino sobre el hecho mismo de acudir o no a votar. Así, lo más probable es que la participación no supere en mucho el 50%. del censo. Dado que las anteriores elecciones europeas coincidieron en España con comicios locales y regio nales, carecemos de una referencia solvente para es tablecer comparaciones. En las celebradas en 1984 en los países que entonces formaban parte de la CE, la participación fue desde un 31 % en el Reino Unido hasta casi un 90% en países como Italia.El porcentaje de participación previsto viene a coincidir con el de los que atribuyen una importancia más que regular a las elecciones de junio, llamando la atención el hecho de que sean los votantes anteriores de AP quienes las consideran más importantes. Ello está probablemente en relación con la valoración de los dirigentes conservadores de las europeas como primarias de las legislativas, especialmente tras las expectativas abiertas por los recientes acuerdos PP-CDS.
Las predicciones del sondeo parecen indicar una tendencia a la estabilización del mapa político, si bien continúa manifestándose el paulatino desgaste del PSOE. Este partido perdería, respecto a las europeas de 1987, algo menos de dos puntos: del 39,1% al 37,8%. Este último porcentaje es similar al 37,16% obtenido por las candidaturas socialistas en las municipales de 1987 y apenas superior al 35% obtenido por UCD en 1979, cuando no alcanzó la mayoría absoluta. De todas formas, cualquier proyección lineal de las europeas sobre las legislativas resulta arriesgada, puesto que para una parte del electorado de centroizquierda estas elecciones son una buena ocasión para castigar al PSOE sin poner en riesgo su posición como partido de gobierno. Una parte de este voto de castigo beneficiaría a opciones que no obtuvieron escaño en 1987 y que sí lo lograrían ahora, según el sondeo, como la coalición que encabeza Bandrés o el Partido Andalucista.
Tanto los conservadores de la antigua AP como los centristas de Suárez mantendrían las mismas posiciones de hace dos años. Es notable la estabilidad del voto conservador -en torno al 25%- desde 1982. El CDS sigue sin despegar, manteniéndose ligeramente por encima del 11 %. Con ese vuelo, parece improbable que el duque de Suárez pueda lograr su sueño de volver al cielo de la Moncloa sin pasar por el purgatorio del bisagrismo: compartir el poder como socio núnoritario de una compañía dirigida por los conservadores o por los socialistas. A estas alturas, parece que el centrismo del CDS no está hecho, a imagen de otros centrismos europeos, a base de posiciones intermedias entre la socialdemocracia y el neoliberalismo, sino como resultante de la yuxtaposición, algo errática, entre coyunturalismos de izquierda y de derecha: mili de tres meses, rechazo de la OTAN y apoyo a la huelga general, por una parte; pactos municipales con Fraga, por otra.
Por otra parte, y en lo que se refiere a la campaña, asusta pensar hasta qué simas puede descender su nivel si los demás partidos se dejan llevar por la zafiedad de que ha hecho gala el vicepresidente del Gobierno en el arranque del período preelectoral. Como le es habitual, Alfonso Guerra sólo parace salir de sus largos descansos de placentera hibernación para cultivar un populismo barato y de escaso ingenio. En esto, el vicesecretario general del PSOE se suma al creciente club de traficantes de basura que merodean por otras actividades públicas y de los que tanto se queja en ocasiones el propio Gobierno.
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