El Liverpool ganó una final de la Copa inglesa memorable
, ENVIADO ESPECIAL "Nunca caminaréis solos, nunca caminaréis solos". El himno de los reds resonaba en el templo de Wembley entre las lágrimas y la emoción incontenibles de los aficionados. La Union Jack ondeaba a media asta, y todos rendían el homenaje de una ciudad a sus hijos muertos en Hillsborough. Nunca una canción ha tenido tanto sentido como en esta final que enfrentaba a los dos equipos del Mersey, los reds de Liverpool y los blues del Everton. únicamente la pasión y la incertidumbre de un partido memorable desbordó la mesura de unos afic onados que al final celebraron la victoria agónica del Liverpool.El recuerdo de la tragedia de Sheffield se advertía en las conversaciones, en la grada, en los cánticos, en el césped. Las voces tronaban -"nunca caminaréis solos, nunca caminaréis solos"-sobre las notas del himno británico.
Bajo un calor sofocante, Londres acogió a los 75.000 seguidores de los dos equipos. El de Anfield Road es hijo de una afición comercial que dividió a los propietarios del Everton a finales de¡ siglo pasado. El carácter de esta división ha sido hasta ahora sumamente pacífico. Las familias cobijan a padres entregados a la causa de los toffees del Everton, mientras sus hijos abrazan la bandera de los reds de Anfield Road.
Abandoriado hace tres meses en el centro de la tabla, a 19 puntos del Arsenal, el Liverpool es ahora primero, dispuesto a conseguir el doblete tras su victoria en la final de la Copa. Los reds del impenetrable Kenny Dalglish ganaron un partido excepcional, sometido a los designios de dosestilos contrapuestos. El opresivo y primario ataque del Everton estaba contestado por la paciente y sensata madeja que teje el Liverpool desde tiempos inmemoriales, o al menos desde que el legendario Bill Frankly se tomó el trabajo de iniciar la leyenda de este equipo. Desde el comienzo, el Everton se desplegó con un arrojo guerrero sobre la cancha. Tiros altos al área, pases cruzados y choques intimidatorios, pero la ciencia era patrimonio de sus adversarios. Envíos rasos, continuos, sencillos, inventados por el moroso y delicado John Barnes, el desdentado Beardsley o los incansables Houghton y McMahon.
Esta magia se ofreció de inmediato. Una apertura larga, permitió a McMahon desviar rápido a la derecha para que Aldridge marcara sobre la carrera. Todo el partido fue desde entonces un fogoso duelo entre la furia de¡ Everton y la calidad de¡ Liverpool. Fue al final cuando el Liverpool decreció en su vigor físico, aquejado el equipo de Dalglish por la sobrecarga de partidos. La carga final del Everton fue extraordinaria. En la última embestida -entre los "go on, blues" (adelante, azules) y los 11 come on, reds" (vamos, rojos) y algún "sh¡1" (mierda)- el escocés McCall empató el partido.
Se podía presentir el hundimiento del Liverpool, pero de repente lan Rush recobró su instinto matador en el área. El galés, que pasó malos tiempos en la Juventus de Turín, e incluso en los inicios de esta temporada, se bastó, en dos goles característicos de los buenos delanteros, para ofrendar una victoria a una afición y a una ciudad no recuperada por el dolor de una tragedia incomprensible.
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