Unas elecciones poco europeas
POR PRIMERA vez en la historia de nuestro continente, los electores de los 12 países de la Comunidad Europea (CE) van a votar todos a una, a mediados de junio, para elegir un Parlamento, un órgano representativo del pueblo europeo en su conjunto. Hablar de pueblo europeo no es una ficción; ese pueblo está naciendo a través de crecientes interconexiones económicas, políticas, culturales, sociales... Entre los ciudadanos de la CE hay una conciencia cada vez mayor de que todos "somos europeos", sin que ello borre las identidades nacionales. La edificación de Europa debe hacerse con el respaldo, en los momentos decisivos, de esa voluntad popular.Es dudoso, sin embargo, que contribuyan a ello las campañas electorales que ya se han iniciado, oficialmente o no, en los distintos países. La tónica general es considerar estas elecciones como una especie de primarias de ulteriores consultas nacionales. Es cierto que hay manifiestos unitarios electorales convocación europeísta aprobados por los partidos socialistas y democristianos de los doce. Pero son textos de laboratorio, sin impacto popular. En la política real, Europa sigue sirviendo de pretexto para dirimir conflictos nacionales. En la República Federal de Alemania todo gira en torno a la pregunta de si el partido del canciller Kohl seguirá perdiendo votos -como en Berlín Oeste y en Francfort-, lo que le impondría cambios radicales antes de las elecciones generales de 1990..En Italia los temas candentes son si el Partido Comunista Italiano (PCI), después de su congreso, consolidará sus votos, y si el Partido Socialista Italiano crecerá lo suficiente para legitimar la táctica de Craxi, hoy puesta en discusión por un ala socialista de izquierda. En España lo que preocupa es si el PSOE va a conservar los votos suficientes para tener una mayoría absoluta en el Congreso. En Francia, los intentos de nueva estructuración de la derecha atraen la máxima atención, y asimismo los decantamientos que se perfilan en un Partido Socialista Francés (PS) menos dominado por la personalidad de François Mitterrand.
Precisamente en Francia ha surgido el caso del eminente jurista Maurice Duverger, indicativo de cómo la pequeña política borra la atención hacia Europa, que debería ser prioritaria. A pesar de la presión de Mitterrand, el PS, como consecuencia de rivalidades internas, no ha incluido a Duverger en su lista para Estrasburgo. Y ha sido un partido de otro país, el PCI, el que lo ha situado como independiente en el segundo lugar de su lista. Un caso éste -el de que personas de un país se presenten como candidatos en otro- que tiene otros significativos precedentes y que debería estar llamado a generalizarse. En todo caso, el gesto del PCI es una prueba más del nuevo espíritu con el que aborda su presencia en la izquierda europea-
En el mundo de hoy, cuando Europa se encuentra, precisamente por su división, en condiciones de inferioridad para competir con Estados Unidos y Japón en terrenos decisivos, y cuando se inician en el Este mutaciones tan importantes para el futuro del continente, urge que la CE eleve los tímidos niveles de supranacionalidad que el Acta única ha introducido. Pero es casi imposible que la opinión pública asuma esos complejos y decisivos problemas si las elecciones de junio son instrumentalizadas para temas nacionales. En cambio, un debate electoral centrado de verdad sobre los temas europeos permitiría con toda probabilidad que se manifestase una corriente mayoritaria favorable al reforzamiento de los poderes del Parlamento de Estrasburgo y de la Comisión de Bruselas y a la creación así de un auténtico Ejecntivo europeo.
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