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Ana de Inglaterra

La princesa, triste y olímpica, tuvo una visión lluviosa de Barcelona

La princesa Ana de Inglaterra llegó en la madrugada de ayer, con un vestido de noche y de evidente mal humor, a Barcelona, donde ha asistido a las reuniones del Comité Olímpico Internacional (COI) y la Asociación de Federaciones Internacionales de Deportes Olímpicos de Verano (ASOIF). Los primeros comentarios de la princesa, a la que un avión de la Queen's Flight (escuadrilla de la reina) de la RAF llevó al aeropuerto del Prat hacia la una de la madrugada, fueron para quejarse del mal tiempo, que ha empañado considerablemente su fugaz visita a las instalaciones olímpicas de Barcelona 92.

Con el único acompañamiento de su lady-in-waiting (dama de honor) y un agente de seguridad (a los que se había añadido una nutrida escolta española), Ana de Inglaterra llegó al hotel Meliá-Sarrià, de Barcelona, con gestos de desagrado ante el mal tiempo y el contingente de fotógrafos que esperaban, a los que no defraudó su vistoso traje de noche, que confirmaba su procedencia de una fiesta. Pese a las insinuaciones de algunos, el comandante Tim Laurence, de la Royal Navy, autor de notorias cartas a la princesa, no figuraba en la comitiva.Quien sí figuraba -y se encontraba desde hacía días en Barcelona- era el inspector Robinson, de la seguridad real. Pese a que la preocupación ostensible del inspector eran los periodistas, su verdadera obsesión eran los terroristas del IRA. Un doble cordón policial rodeaba el hotel y, la noche antes de la llegada de Ana, especialistas de la policía española inspeccionaron el subsuelo y el alcantarillado.

Por si esto fuera poco, el primer ser que recorrió la suite del piso 14 del hotel que ocuparía Ana fue un bomb-sniffer, un perro especializado en la detección de explosivos. Tras estas precauciones, la hija de Isabel II pudo, presumiblemente, relajarse con la botella de cava Juvé & Camps, especialmente etiquetada para la ocasión, que le esperaba en su suite, junto con una completa provisión de Cobis, camisetas y otros gadgets, amén de una reproducción en bronce de una placa hallada en las antiguas Termas de Barcino, que daba testimonio de la primera victoria olímpica catalana, lograda por un tal Lucius Minicius Natalis en una remota carrera de cuádrigas.

El nuevo día seguía lluvioso, pero la princesa, tras un desayuno (inglés, aunque sin huevos con bacon) en la intimidad de su suite, se presentó hecha un brazo de mar y dispuesta a asistir a las reuniones de la ASOIF y del COI. El mejor momento de Ana fue cuando se encontró con el rey Constantino de Grecia y le hizo -ella a él, como manda el protocolo- una muy estudiada reverencia, con genuflexión incluida. A todo esto, como dijo un funcionario barcelonés, el vestíbulo del hotel "parecía una mezcla de Scotland Yard y un control antiterrorista".

A mediodía, tras una comida compuesta de ensalada de virutas de apio con jamón de Jabugo, queso Provolone, zanahoria, pepino y vinagreta de mostaza de Dijon, solomillo de ternera a la crema de queso suave y crema catalana, Ana se mostró de mejor humor, e incluso dispuesta a iniciar, guiada por el alcalde Pasqual Maragall, una visita a las instalaciones olímpicas -comenzando por el miniestadio del Barça, que albergará las pruebas de doma y salto hípicos-, que continuará hoy, hasta su regreso a Londres, a primera hora de la tarde.

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