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Sartre, vivo

"Hablaba el otro día de la inconstancia prodigiosa de los franceses respecto a su moda". Montesquieu, Cartas persas.Cuatro años atrás, en 1985, al hacer el balance de los últimos lo años de filosofía, el Magazine Littéraire reconocía que Sartre era el patrón. Patrón porque ni Foucault, ni Deleuze, ni Lyotard, ni Derrida, con todo lo influyentes que hoy puedan ser, no han conocido un sitial como el de Sartre. Pero el patronazgo de la filosofía francesa durante el siglo XX no le sienta bien al autor de El ser y la nada. Como en su propio pensamiento, los triunfos son siempre victorias pírricas, convencido de que el que pierde, gana, y el que gana, pierde. Por eso cabe preguntarse qué queda de Sartre en Francia hoy, cuando se conmemora el noveno aniversario de su muerte, ocurrida el 15 de abril de 1980.

Las modas, intelectuales o no, se suceden vertiginosamente en Francia. Si hoy es de buen tono criticar a Sartre en los cafés del Barrio Latino, mañana lo será el criticar a Derrida. Sólo cuando se haya dejado de hablar de la deconstrucción y se haya terminado el período de violenta reacción en contra de Sartre se podrá conocer su valor intrínseco y el de las escuelas que le sucedieron. Hay indicios de que ello comienza y de que en el extranjero se percibe. La universidad de Harvard, deseando renovar la formación de sus futuros licenciados y deseando anticiparse a los hechos, acaba de decidir no otorgar más becas a los estudiantes que viajan -a París para oír a Derrida o a Kristeva. Mientras tanto han aparecido los inéditos sartreanos, acompañados de decenas de estudios. Es ahora, que se comienza a hablar de posestructuralismo, de posdecontruccionismo, de posnouvelle crítique, de posetcétera, cuando se puede comenzar a discutir la situación de Sartre.

Quizá uno de los mayores males que se han hecho a la filosofía de Sartre proviene del compromiso que algunos de sus estudiosos sienten con la persona del filósofo. Se le sacraliza, y no hay enfrentamiento con los textos sino para confirmarlos, transformando el análisis en hagiografía e impidiendo hacer de Sartre un filósofo vivo. Se le convierte en un esquema, en una piedra de toque que permanece en el exterior de la discusión con los grandes filósofos de hoy. Sartre-santo o Sartre-diablo, se le encierra en una historia donde, como en las historias del PCUS en tiempos de Stalin, el autor de Saint-Genet parece tener respuesta incluso a problemas que aún no se han planteado o, por el contrario, parece ser el mismo demonio. No hay apropiación de Sartre, no se le fagocita, no se entabla una polémica digna de él, y se le embalsama.

Parte de la continuidad de Sartre, más allá de las modas parisienses, es debida al Grupo de Estudios Sartreanos. Éste trata de combatir, no siempre con éxito, el endiosamiento de Sartre, sin por ello negar la admiración que merece el filósofo. Creado en 1980 bajo la autoridad moral de Michel Contat, de Geniéve Idt y de otros investigadores, el grupo reúne una vez por año a estudiosos de todo el mundo. En su seno existen diversas corrientes, que van desde la simple apologética al examen crítico de la obra y la persona de Sartre. Pero muchas de las comunicaciones más interesantes provienen de quienes no conocieron personalmente al filósofo, de quienes carecen de recuerdos de la guerra de Argelia o de Mayo del 68, de quienes pertenecen a otra historia.

Fuera de la historia sacra en la que se ha envuelto a Sartre, en la terrenal arena de la filosofía, los textos más lúcidos sobre él provienen de autores no sartreanos: Barthes, Deletize, Derrida. Cierto, sólo le han dedicado párrafos o artículos, y no libros enteros. Pero esas cuantas páginas de Elgrado cero de la escritura, de La lógica del sentido o de De la gramatología valen más que un centenar de píos volúmenes. Dichas páginas interesan, en cuanto se refiere a Sartre, más por los errores que por los aciertos. Lo de los errores es especialmente notorio en el caso de Derrida. Deletize, acusando de inconsecuencia a Sartre por no haber llevado a término la concepción impersonal del hombre, y Derrida, acusándole de permanecer en la metafísica de la presencia, no hacen sino recordar lo que el mismo Sartre hizo con Husserl: un error genial. ¡Poco importa que tengan o no razón! Retornando los argumentos sartreanos para volverlos contra su propio autor, la filosoria avanza por ese conflictivo camino que es el suyo, dejando atrás a los embalsamadores de ideas y al piadoso ejército de exegetas que discutirán durante siglos sobre el sentido de tal o tal frase.

El futuro de Sartre está ligado al tema de la muerte o no muerte del sujeto y del individuo, es decir, a un debate posterior a Sartre y cuyo clímax está en los años ochenta.'El individuo, el hombre, el sujeto, tal cual los concibieron Descartes o el pensamiento liberal, fue disuelto por el estructuralismo (Lévi-Strauss, Jacobson), cuestionado por la deconstrucción de la filosofía de la presencia (Heidegger, Derrida) y desindividualizado por las máquinas deseantes (Lacan, Deleuze, Lyotard).

Responder a la disolución del sujeto con las banderas del liberalismo, con la simple fenomenología o con una filosoria de la consciencia es retroceder siglos. La nueva concepción del sujeto no puede consistir en el ingenuo resucitar de Kant, de la filosofía de la Ilustración ni de la fenomenología. La filosofía de mañana, si alguna vez existe, deberá tener en cuenta que hoy el individuo es inconcebible sin las estructuras lingüísticas y sociales en que vive, tal como lo demostró Sartre en su ensayo sobre Flaubert. En ese sentido, Sartre puede ser el puente entre la filosofía del mañana, necesariamente poshumanista, y el humanismo de la Ilustración. La crítica alemana y la inglesa lo han notado antes que la-francesa. Eso explica la atención que allí recibe El idiota de la familia, la última de las grandes obras de Sartre.

El sitio que Sartre ocupe en la filosofia depende de la calidad de la crítica a la que se le someta. Deleuze es un buen ejemplo. El resto, quienes le critican para seguir la moda o quienes, al contrario, demasiado próximos al maestro, temen que no le plazca la irreverencia o se protegen bajo su sombra, arriesgan colaborar, incluso contra su voluntad, al olvido de Sartre. Fruto de su genialidad, la desgracia de Sartre ha sido la de convertirse en monumento, patrón. Le sucede corno a las estatuas, se integran al paisaje y se pasa al lado de ellas sin saber a quién representan. Para que Sartre viva es inútil depositarle una corona de flores cada cierto tiempo. Tanto más valiosa es la crítica sin compromisos, el examen riguroso y el debate violento, pero sobre todo, el genial error de interpretación.

Hernán Neira miembro del Grupo de Estudios Sartreanos, es responsable del Atelier Sartre en la universidad de París VIII.

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