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Tribuna:ANTE EL COMITÉ FEDERAL DEL P.S.O.E.
Tribuna
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150 firmantes más

En febrero de 1989 apareció un manifiesto que sugería, con mesura, la necesidad de que los socialistas reflexionáramos seria y largamente sobre los problemas que nos afectan. Especialmente sobre las carencias de una política que si pretende ser considerada de izquierdas o, dicho de otra manera, proteger los desvalidos intereses de quienes, carentes de otras influencias o soportes en la sociedad, nos auparon al poder, resulta cuando menos paradójica. En efecto, toda política socialista que no sea capaz de armonizar objetivos económicos y sociales ha de resultar por fuerza paradójica, tanto más cuanto mejores parezcan los resultados económicos.Por razones nunca bien explicadas, nuestro discurso gubernativo ha girado de manera obsesiva sobre la contención de los salarios, el incremento de los beneficios, la política monetaria y la precariedad del empleo. Gracias a ello hemos alcanzado muy singulares resultados macroeconómicos, hemos facilitado a los propietarios del capital la acumulación de renta y de riqueza, hemos serenado sus reticencias y hemos logrado despertar el interés extranjero sobre las estimulantes posibilidades que ofrece nuestra nación.

Carencias sociales

Todo lo cual quedaría muy de perlas si no fuera porque se han acumulado, en paralelo, unas cuantas carencias sociales que, son igualmente llamativas. No es éste lugar para casuísticas, pero, sin caer en lo prolijo, baste recordar que estamos a la cabeza del paro en Europa, a la cola en gastos de protección social, con una distribución de la riqueza pertinazmente injusta, puesto que el 70% de la población no percibe la renta media (y el 30%. no llega ni a la mitad de la renta media), por no mencionar la situación de los así llamados servicios públicos.

Parece, pues, que nuestro modelo de crecimiento no es el que se pueda considerar idóneo para un país civilizado, y en consecuencia, que nuestra brillante política reclama algo más que un ajuste fino.

Pudiera ser que todo esto tenga algo que ver con el conflicto sindical y quizá con el distanciamiento de nuestros electores desde 1986. Tal vez por ello los que nos votan se muestran descontentos, mientras quienes no nos votan parecen muy satisfechos.

Pensando en estas cosas, sugería el manifiesto la necesidad de introducir serios cambios no sólo en los contenidos, sino incluso en los modos de nuestra política. Porque, en nuestra humilde opinión, la izquierda debe caracterizarse por el recurso al diálogo, la persuasión, la implicación de los ciudadanos y la articulación de la sociedad. Es decir, se sitúa en las antípodas del dogmatismo porque no pretende imponer ninguna verdad, ¡ni siquiera económica, sino desarrollar una sociedad equilibrada donde el poder esté muy repartido y abunden los contrapesos.

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En fin, que la cosa es complicada. ¿Es posible celebrar este debate en una sesión de cuatro horas? Me temo que no. Se equivoca quien considere el manifiesto como una propuesta o una moción. Es un documento que pretende reflejar una realidad, es decir, algo que, guste o no, está a la vista de todo el mundo. ¿Se muda la realidad con una votación? ¡Ojalá pudieran curarse las pulmonías a golpe de voto! No se trata, pues, de discutir el documento, sino de abordar los problemas que plantea. A saber:

Claridad

¿Se puede o no hacer socialismo desde el Gobierno? Si se puede, ¿a qué estamos esperando? Si no se puede, si el socialismo está de más, si hay que cambiar de proyecto y de electorado para conservar el poder, si vamos a hacer populismo... sepámoslo con claridad para que, cuando menos, podamos participar en esa decisión todos: los situados en el poder y quienes les sostienen.

¿Hay que romper con la UGT? Discutámoslo abiertamente y actuemos con seriedad, no con disimulos que oculten nuestra intención real. ¿No hay que romper, porque perdemos la mayoría o porque los sindicatos son indispensables para desarrollar la democracia económica, luchar contra la inflación, sostener el crecimiento y asegurar el empleo? Corrijamos nuestro modelo de relaciones con el sindicato.

¿Podemos controlar la crisis del socialismo, el proceso político, el futuro de nuestras intenciones... con un partido inerme?, ¡adelante! ¿No podemos?, corrijámoslo.

Pero, en fin, nada de esto debería preocupamos hoy, puesto que al parecer está resuelto. He aquí la gran paradoja: tras seis años de fantasías teóricas, con frecuencia sin más objetivo que revestir insuficiencias prácticas o atrincheramientos ideológicos; después de todo lo que hemos podido escuchar acerca del maligno que nos acosa disfrazado de oposición, de comunista, de sindicalista, de fundamentalista, de izquierdista tonto, de caballo de Troya, de mala cosecha o de intemperancia climatológica primaveral; luego de disfrazar la realidad con eslóganes de mal gusto (sobre tartas que crecen), dilemas sádicos (un empleo graciable o la litrona) o disquisiciones bizantinas (sobre si son preferibles 800.000 puestos de trabajo provisionales o 400.000 fijos), resulta que nos presentamos a las elecciones al Parlamento Europeo con un programa en el que todos los socialistas de la Comunidad decidimos sostener... lo contrario. Verbi gratia: que "los aspectos económicos y sociales deben estar integrados"; que "la política social debe desarrollarse con tanta seriedad como la económica"; que "esa integración debe ser el hilo conductor de todas las políticas", y que "es preciso desarrollar un crecimiento económico selectivo orientado a la creación de puestos de trabajo". ¿En qué quedamos?

Por si fuera poco, se añade: "Las principales líneas que caracterizan la democracia económica propugnada por los socialistas europeos son: la participación de los trabajadores y sus representantes en las decisiones de las empresas; los derechos de información, de consulta y de negociación en la empresa sobre todos los problemas que conciernen a la organización y a las condiciones de trabajo; la participación de los representantes de los trabajadores en la concertación y elaboración de los programas de desarrollo, sectoriales y regionales" (tanto a nivel regional, como nacional, como comunitario). En fin: "Es preciso que los trabajadores estén plenamente asociados a las estrategias de desarrollo de las empresas mediante su participación en las decisiones que se tomen en relación con el empleo".

¿A qué estamos esperando? Apresurémonos a realizarlo, si esto es ¡por fin! lo que vamos a salir a predicar los socialistas por las calles y los pueblos de España.

Al suscribir tan progresista programa, el Comité Federal del PSOE se dispone a reconocer implícitamente la oportunidad y la cordura del manifiesto de los quince. Es un gesto que ha de honrar con largueza a los miembros de dicho comité, pues que manifiestan ser más amigos de la verdad que de Platón. Lo dicho: 150 firmantes más. ¡Algo tendrá el agua cuando la bendicen!

Ricardo García Damborenea es secretario general del PSE-PSOE, de Vizcaya.

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