Disfraz
Los Versos satánicos son ya más famosos que el Jesusito de mi vida, sin necesidad de leerlos, porque Jomeini le quiere dar matarile al autor, Salman Rushdie, y el hombre ha tenido que disfrazarse de lagarterana.En España se usa mucho ese disfraz. El propio Gobierno lo tiene de traje de faena, y sólo se lo quita cuando lo exige el guión. Por ejemplo, para proclamar la libertad de expresión y de pensamiento, como ha hecho todo el mundo civilizado a propósito de la intolerable soflama exterminadora de Jomeini.
Para ir por casa, en cambio, se siente más a gusto disfrazado de lagarterana. Días antes, uno de sus ministros no es que quisiera dar matarile a nadie, pero abandonó con cajas destempladas un jurado porque premiaba un autor y un libro contrarios a sus ideas, y el Gobierno se puso a silbar melodías, naturalemente disfrazado de lagarterana.
Estos disimulos producen desconcierto y le dan a la libertad de expresión un carácter selectivo impropio: versos satánicos pueden atacar a Mahoma, mientras para atacar a Besteiro no hay libertad de expresión ni gaitas.
Peligrosa contradicción, aunque muy propia de este país, cuya personalidad es síntesis de culturas diversas y contradictorias. Queremos ser europeos, pero nos determina la herencia árabe, que enriqueció nuestra cultura y nos insufló la alegría de vivir. De ahí viene que el paisanaje tenga cuerpo de jota y goce con las cosas más nimias, ante la incomprensión de Europa, que nos contempla estupefacta.
Por contraste, también nos legó un fondo de fanatismo e intransigencia. Éste dice Jamalají, jamalajá, aquél, Jamalajá, jamalajú, y ya están a tortas. Es la parte negativa de nuestra personalidad, que requiere una defensa constante de la libertad de expresión. Pero si el Gobierno la ejerce sólo cuando lo exige el guión y para el resto se disfraza de lagarterana, se le está viendo el plumero del oportunismo, que es una forma de intolerancia como otra cualquiera. Y entonces a la democracia le llaman tururú.